Elrion suspiró y movió la cabeza, aún molesto por la interrupción. Los szish eran, por norma general, más inteligentes que los humanos, pero aquel en concreto parecía ser una excepción.
Entonces alzó la cabeza y comprendió. Con un grito de rabia, cerró el libro y salió de la habitación, en pos de Jack.
Victoria ladeó el báculo para detener una estocada. El artefacto emitió un suave resplandor palpitante y liberó parte de su energía, y la espada del szish se hizo pedazos. Cuando Victoria descargó el báculo sobre él, la criatura lanzó un agudo sonido silbante... y estalló en llamas.
La chica jadeó y retrocedió un poco. Aquello parecía una pesadilla. Estaba matando a seres inteligentes que, aunque no tuvieran el mismo aspecto que ella, sí poseían una conciencia racional. Lo único que podía decir en su defensa era que, aunque su propia vida no corriera peligro –Kirtash la necesitaba para manejar el báculo–, sabía que los szish no se detendrían a la hora de matar a Shail y a Jack.
Jack... ¿por qué tardaba tanto?
—Kirtash todavía no ha venido, Shail –murmuró–. ¿Habrá encontrado a Jack?
El mago sacudió la cabeza, pero no dijo lo que realmente pensaba: que, a aquellas alturas, solo cabía desear que Kirtash no se presentase allí.
Porque, si lo hacía, solo quería decir una cosa: que Jack ya estaba muerto, puesto que estaba claro que era él lo que impedía al asesino acudir a recuperar el báculo.
Una nueva patrulla de szish avanzaba hacia ellos. Shail jadeó, agotado; Victoria supo que no aguantaría mucho más.
—Déjame a mí –le dijo–. La energía del báculo no se acaba.
Volteó de nuevo el Báculo de Ayshel y dirigió su rayo mágico hacia los hombres-serpiente. Pero, ante su sorpresa, algo detuvo el chorro de energía a escasos metros de sus enemigos. El rayo chocó contra una pared invisible y después se deshizo.
—¿Qué...? –empezó Victoria.
—Magia –dijo solamente Shail, retrocediendo un poco. Victoria comprendió.
—¿Elrion?
Pero Shail negó con la cabeza.
—Elrion es un mago demasiado valioso. Han enviado a otro hechicero, probablemente mediocre, ya que toda esta gente es carne de cañón. Tenemos el báculo; Elrion no puede luchar contra él, y lo saben.
»Lo malo es que a mí ya no me quedan fuerzas, Vic. Tendrás que pelear tú sola.
Victoria escudriñó las sombras, pero no vio al mago por ninguna parte... hasta que sintió un intenso acopio de energía no muy lejos de allí. Quiso gritar, advertir a Shail, pero él ya se había dado cuenta: un enorme rayo mágico avanzaba hacia ellos, imparable.
Jack se topó con una escalera de caracol que descendía, y decidió probar suerte. Bajó y bajó hasta llegar a un húmedo pasillo donde se oían gemidos, gruñidos y ruido de cadenas. A ambos lados del pasillo, entre antorchas de fuego azul, estaban las puertas de las celdas. Satisfecho, avanzó pasillo abajo, pero de pronto se detuvo en seco y se estremeció.
Se volvió justo para ver la espada de Kirtash sobre él.
XI
FUEGO Y HIELO
A
LSAN alzó la cabeza y frunció el ceño. Husmeó en el aire. Aquel olor...
—No va a lograrlo, amigo –susurró la mujer-tigre–. Él ya lo ha alcanzado.
Alsan gruñó y se levantó para asomarse a la pequeña ventanilla enrejada.
—Vamos, chico –murmuró–. Tienes que salir de esta.
Jack rodó hacia un lado. La espada casi le rozó el brazo, dejando una sensación gélida en su piel. Kirtash volvió a alzarla sobre él, pero en esta ocasión Jack interpuso su propia espada entre ambos. El mismo camuflaje mágico que convertía a Jack en un szish la hacía parecer un arma normal y corriente, pero no lo era; se trataba de Domivat, una espada legendaria, y algo antiguo y poderoso pareció sacudir a los dos combatientes cuando los dos filos chocaron.
Kirtash entornó los ojos un breve instante. Aquella fue su única reacción, pero fue suficiente para que Jack lo empujara hacia atrás, aprovechando para ponerse en pie.
Los dos se miraron con cautela. Jack sostenía a Domivat entre él y Kirtash, manteniendo las distancias. En la penumbra del pasadizo, también Haiass relucía con un brillo gélido.
—Volvemos a encontrarnos –dijo Jack.
Kirtash no respondió. No tenía nada que decir. Se movió rápida y ágilmente hacia la derecha, pero atacó por la izquierda. Jack detuvo el filo de la espada de su enemigo a pocos centímetros de su cuerpo y retrocedió, preocupado. Kirtash seguía siendo demasiado rápido y ligero como para poder anticipar sus movimientos. «Pero esta vez no me ha desarmado al primer golpe», pensó. Se lanzó hacia adelante y descargó su espada contra él. Kirtash esquivó su ataque con un rápido movimiento y detuvo a Domivat con su propia espada. De nuevo, todo el aire pareció vibrar. Haiass, hielo, y Domivat, fuego, eran la expresión más clara del espíritu de sus respectivos portadores. Pero, más allá del encuentro entre dos espadas legendarias, Jack intuyó que había allí vestigios de una lucha inmemorial que, de alguna manera, se renovaba a través de ellos dos.
Kirtash pareció intuirlo también, porque cargó de nuevo contra él, rápido y letal. Encadenó una serie de movimientos tan veloces que el filo de Haiass apenas se percibía como un relámpago blanco en la semioscuridad. Sin entender muy bien lo que estaba sucediendo, Jack se defendió como pudo. Y tuvo la sensación de que la propia Domivat le ayudó esta vez, porque él estaba seguro de que nunca había reaccionado tan deprisa. Detuvo todos los golpes de Kirtash con una precisión y una eficacia aprendidas de las lecciones de Alsan, pero supo casi enseguida que jamás habría podido moverse con tanta rapidez de haber empuñado cualquier otra espada. El último golpe lo lanzó un poco a la desesperada, y sucedió lo que había temido desde el principio: perdió la concentración y Domivat desató parte de su poder.
Hubo una llamarada que hizo retroceder a Kirtash. Jack jadeó, aliviado de tener un momento de respiro; pero su alegría duró poco. Se sentía extrañamente débil y vacío, y comprendió que la fuerza de Domivat se le había ido de las manos, sin consecuencias para Kirtash pero, lamentablemente, con efectos fatales para él.
Kirtash pareció comprenderlo también. Con un brillo de triunfo en los ojos, alzó a Haiass y arremetió contra Jack.
El muchacho supo que solo tenía una opción.
Dio media vuelta y echó a correr pasillo abajo. Oyó que Kirtash lo perseguía, y supo, con toda seguridad, que lo alcanzaría.
Victoria movió el báculo como si fuera una raqueta de tenis...
... y, para su sorpresa, funcionó. La bola de fuego rebotó en el cristal del báculo y se volvió contra los hombres-serpiente, que, sin poder reaccionar, vieron cómo el proyectil lanzado por su hechicero se estrellaba СКАЧАТЬ