Antes De Que Necesite . Блейк Пирс
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СКАЧАТЬ y agua al otro lado de la cocina. Sintiéndose mal por el perro, Nestler llenó uno de los cuencos con agua en el fregadero. El perro comenzó a saltar ávidamente sobre él mientras Nestler salía de la cocina. Entonces se dirigió al tramo de escaleras que había a la salida de la sala de estar y se encaminó hacia el piso de arriba.

      Cuando llegó al pasillo de arriba, Joey Nestler sintió por primera vez en su vida profesional lo que su padre había llamado el instinto visceral del policía. Supo de inmediato que aquí algo andaba mal. Sabía que se iba a encontrar algo malo, algo que no se había estado esperando.

      Sacó su arma, sintiéndose un poco estúpido mientras descendía por el pasillo. Pasó un cuarto de baño (donde encontró otro charco con la orina del perro), y un pequeño despacho. El despacho estaba un tanto desordenado, pero no había señales de pelea ni nada que despertara sus sospechas.

      Al final del pasillo, una tercera y última puerta estaba abierta de par en par, dejando ver el dormitorio principal.

      Nestler se detuvo en la entrada, con la sangre congelándose en sus venas.

      Miró fijamente durante cinco segundos enteros antes de pasar al interior.

      Un hombre y una mujer—supuestamente el señor y la señora Kurtz—yacían sin vida sobre la cama. Supo que no estaban durmiendo por la cantidad de sangre que había sobre las sábanas, las paredes y la alfombra.

      Joey dio dos pasos hacia el interior, pero se detuvo. Esto no era para él. Tenía que llamar a comisaría para informar de ello antes de hacer nada más. Además, podía ver todo lo que necesitaba ver desde donde se encontraba. Al señor Kurtz le habían apuñalado en el pecho. A la señora Kurtz le habían cortado la garganta de oreja a oreja.

      Joey no había visto tanta sangre en toda su vida. Se sentía casi mareado solo de mirarla.

      Salió del dormitorio, sin pensar en su padre o en su abuelo, sin pensar en el gran policía que llegaría a ser algún día.

      Salió afuera como un rayo, bajó a toda prisa las escaleras, y reprimió una intensa oleada de náuseas. Mientras tanteaba en busca del micrófono de su uniforme en el hombro, vio que el Jack Russell salía corriendo de la casa, pero no le importó en absoluto.

      El perrito y él permanecieron en pie delante de la casa mientras Nestler llamaba a comisaría; el perro aullaba hacia el cielo como si de alguna manera eso fuera a cambiar los horrores que yacían en el interior.

      CAPÍTULO UNO

      Mackenzie White estaba sentada en su cubículo y pasaba su dedo índice de manera inconsciente por los bordes de una tarjeta de visita. Era una tarjeta de visita en la que había estado enfocada ya durante unos cuantos meses, una tarjeta que, de alguna manera, estaba vinculada a su pasado. O, más concretamente, al asesinato de su padre.

      Volvía a ella cada vez que cerraba un caso, preguntándose cuando se permitiría tomarse un descanso de su trabajo real como agente para poder regresar a Nebraska y ver la escena de la muerte de su padre con una mirada fresca que no estuviera regida por una mentalidad del FBI.

      Últimamente, el trabajo le estaba quemando y con cada caso que descifraba, crecía la atracción del misterio que rodeaba a su padre. Se estaba haciendo tan intensa que estaba teniendo una sensación menor de satisfacción cuando cerraba un caso. El más reciente había consistido en detener a dos hombres que estaban organizando una trama para introducir cocaína en una escuela de Baltimore. El trabajo había durado tres días y todo había salido tan bien que ni siquiera le había parecido trabajo de verdad.

      Había tenido más que su cuota de casos importantes desde que llegara a Quantico y le habían empujado a través de la jerarquía en un remolino de acción, acuerdos secretos y decisiones de vida o muerte. Había perdido a un compañero, se las había arreglado para enervar a casi todos los supervisores que había tenido, y se había ganado una reputación.

      Lo que no tenía era un amigo. Claro, estaba Ellington, pero había algún tipo de química estancada entre ellos que dificultaba la formación de una amistad. Y, de todos modos, ella le había dado oficialmente por perdido. Él ya le había rechazado dos veces—por distintas razones en cada ocasión—y no iba a dejar que le pusieran en ridículo una vez más. Estaba contenta con el hecho de que su relación laboral fuera el único lazo que les uniera.

      Durante las últimas semanas, también había estado conociendo a su nuevo compañero—un novato torpe pero entusiasta llamado Lee Harrison. Le habían encargado de una combinación de papeleo, tareas intensas, e investigación, pero estaba haciendo un trabajo estupendo. Ella sabía que el director McGrath simplemente estaba observando cómo manejaría estar inundado de trabajo. Y hasta el momento, Harrison estaba convenciendo a todo el mundo.

      Pensó ligeramente en Harrison al tiempo que miraba la tarjeta de visita. Le había pedido en varias ocasiones que buscara cualquier negocio con el nombre de Antigüedades Barker. Y aunque él había obtenido mejores resultados que nadie más en los últimos meses, todas las pistas acabaron por ser callejones sin salida.

      Mientras pensaba en esto, escuchó pisadas suaves que se aproximaban a su cubículo. Mackenzie deslizó la tarjeta de visita debajo de un montón de papeles junto a su portátil y pretendió estar comprobando su email.

      “Eh, White,” dijo una familiar voz masculina.

      Este chico es tan bueno que prácticamente puede escucharme pensar en él, pensó. Rotó con su sillón giratorio y vio a Lee Harrison atisbando en su cubículo.

      “Nada de White” le dijo. “Llámame Mackenzie. Mac, si te sientes lo bastante valiente.”

      Él sonrió con incomodidad. Era evidente que Harrison todavía no se había figurado cómo hablarle o, en realidad, cómo actuar alrededor de ella. Y eso le parecía bien a Mackenzie. A veces se preguntaba si McGrath le había asignado como su compañero a tiempo parcial simplemente para que se acostumbrara a no tener jamás la certeza de cuál era su posición con sus compañeros de trabajo. Si era así, pensó, era una táctica genial.

      “Está bien… Mackenzie,” dijo él. “Solo quería que supieras que ya han terminado de procesar a los traficantes de esta mañana. Quieren saber si necesitas más información por su parte.”

      “No. Tengo lo que necesito,” dijo ella.

      Harrison asintió, pero antes de irse, le miró con el ceño fruncido en lo que ella empezaba a pensar que era uno de sus gestos característicos. “¿Puedo preguntarte algo?” preguntó él.

      “Desde luego.”

      “¿Estás… en fin, te sientes bien? Tienes aspecto de estar realmente cansada. Quizás un tanto sonrojada.”

      Podía haberle acorralado con facilidad por dicho comentario y haberle hecho sentir muy incómodo, pero decidió no hacerlo. Era un buen agente y ella no quería ser la clase de agente (siendo ella misma poco más que una novata también) que fastidiaba al chico nuevo. Así que, en vez de eso, dijo: “Sí, estoy bien. Es solo que no duermo mucho últimamente.”

      Harrison asintió. “Entiendo,” dijo. “En fin… buena suerte con el descanso.” Entonces frunció el ceño a su manera característica y se marchó, seguramente para ponerse manos a la obra con el trabajo entrometido que McGrath le hubiera puesto por delante.

      Distraída de СКАЧАТЬ