Transformación . Морган Райс
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СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      “¿Gracias? ¿Eso es lo único que se te ocurre? ¡¿Gracias?!”

      —¡Muy bien, Barack! —se escuchó una voz gritar—. ¡Cédele tu asiento a esa linda niña blanca!

      Se escucharon más risas y de pronto, el salón volvió a llenarse de ruido y todos los ignoraron de nuevo. Caitlin vio que el chico bajaba la mirada avergonzado.

      —¿Barack? —preguntó—, ¿así te llamas?

      —No —contestó él, ruborizado—. Así me llaman, como a Obama. Dicen que me parezco.

      Caitlin lo miró con cuidado y se dio cuenta de que sí, efectivamente se parecía.

      —Es porque soy parte negro, parte blanco y parte puertorriqueño.

      —Vaya, pues creo que es un cumplido —dijo ella.

      —No de la manera en que ellos lo dicen —respondió el chico.

      Caitlin lo vio sentarse en la base de la ventana un tanto apocado. Se dio cuenta de que era bastante sensible, incluso vulnerable. No parecía formar parte de este grupo de chicos. Era una locura pero, hasta sintió deseos de protegerlo.

      —Soy Caitlin —le dijo, extendiendo la mano y mirándolo directo a los ojos.

      Sorprendido, él la vio y volvió a sonreír.

      —Jonah —le contestó.

      Al estrechar su mano con firmeza, Caitlin sintió su brazo temblar mientras él la envolvía con su suave piel. Tenía la sensación de que se derretía y no pudo evitar sonreír cuando él sujetó su mano un poco más de lo normal.

      El resto de la mañana pasó sin advertirlo, y para cuando Caitlin llegó a la cafetería, tenía bastante hambre. Abrió las puertas de vaivén y se abrumó al enfrentar el enorme comedor y el increíble ruido que producían los chicos que con sus gritos parecían ser mil. Era como entrar a un gimnasio. La diferencia radicaba en que cada cinco metros, a lo largo de los pasillos, había un guardia de seguridad que observaba todo cuidadosamente.

      Como de costumbre, Caitlin no sabía a dónde dirigirse. Escudriñó el enorme salón y, finalmente, vio una pila de charolas. Tomó una y se formó en lo que creyó era la fila para ordenar la comida.

      —¡No te metas, perra!

      Caitlin volteó y se topó con una chica gorda y enorme, quince centímetros más alta que ella y de muy mala cara.

      —Lo siento, no sabía que…

      —¡La fila acaba allá atrás! —gritó otra chica, señalándole con el pulgar.

      Caitlin miró hacia atrás y se dio cuenta de que había, por lo menos, cien personas en la fila. La espera sería como de veinte minutos.

      Cuando se dirigió a la cola, un chico que estaba formado empujó a otro: éste cayó frente a ella, golpeando el piso con fuerza.

      El primer chico saltó sobre el otro y comenzó a pegarle en la cara.

      En la cafetería estalló un rugido de emoción, y montones de muchachos los rodearon.

      —¡Pelea, pelea!

      Caitlin dio varios pasos hacia atrás mientras observaba horrorizada la violenta escena a sus pies.

      Finalmente, cuatro guardias de seguridad se acercaron y detuvieron el altercado; separaron a los dos chicos ensangrentados y se los llevaron. Pero los guardias no parecían tener ninguna prisa.

      Cuando Caitlin por fin pudo comprar su almuerzo, volvió a revisar el comedor tratando de encontrar a Jonah, pero no lo encontró por ningún lado.

      Caminó por los pasillos y vio que, mesa tras mesa, estaba repleta de jóvenes. Casi no había asientos vacíos, y los pocos disponibles, se encontraban junto a grandes grupos de amigos que no mostraban gran calidez.

      Finalmente, tomó un asiento que estaba en una mesa hacia el fondo del comedor; estaba vacía excepto por un chico sentado en el extremo. Era un bajito y frágil muchacho chino con aparatos dentales. Vestía mal y tenía la cabeza agachada; estaba enfocado en su almuerzo.

      Caitlin se sentía sola. Miró hacia abajo y revisó su celular. En Facebook, había algunos mensajes de sus amigos del último pueblo en donde vivió. Querían saber cómo le iba en la nueva ciudad. Por alguna razón, no sintió ganas de contestarles; los percibía tan lejos…

      Apenas si pudo comer, todavía tenía esa sensación de náuseas del primer día de clases. Trató de pensar en algo diferente. Cerró los ojos y recordó el nuevo departamento. Estaba en un asqueroso edificio de la calle 132, y para llegar a él tenía que subir cinco pisos por las escaleras. Sintió más náuseas, por lo que respiró hondo e intentó enfocarse en algo, cualquier cosa buena que existiera en su vida.

      Sam, su hermanito. Tenía quince años pero parecía estar a punto de cumplir veinte. Solía olvidar que él era el hermano menor; siempre actuaba como si fuera mayor que ella. Había tenido una vida difícil y se había vuelto bastante hosco debido a tantas mudanzas, al hecho de que su padre los había abandonado y a que su madre los trataba mal a ambos. Caitlin se daba cuenta de que la situación estaba sobrepasando a su hermano y que había comenzado a encerrarse en sí mismo; ella temía que las cosas siguieran empeorando.

      Sin embargo, a pesar de todo lo que Sam enfrentaba, adoraba a Caitlin. Y ella a él. Sam era la única constante en su vida, la única persona en quien podía confiar. Además, a Caitlin le parecía que su hermano había conservado solo una debilidad: ella. Era por eso que estaba decidida a hacer lo que fuera necesario para protegerlo.

      —¿Caitlin?

      Sintió un sobresalto.

      Junto a ella, con la charola en una mano y el estuche de violín en la otra, estaba Jonah.

      —¿Te molesta si me siento contigo?

      —Sí, vaya, quise decir, no —dijo con vacilación.

      “Idiota —pensó—. Deja de mostrarte tan nerviosa.”

      Jonah le brindó esa fulgurante sonrisa que tenía, y se sentó frente a ella, perfectamente derecho, con una postura impecable. Colocó con cuidado el estuche del violín a su lado. Después puso, con mucha suavidad, su comida sobre la mesa. Había algo respecto a él que Caitlin no podía descifrar. Era distinto a todas las personas que había conocido antes. Era como de otra época; definitivamente parecía fuera de lugar en esa escuela.

      —¿Cómo te fue en tu primer día? —le preguntó.

      —No fue lo que esperaba.

      —Sé a lo que te refieres —dijo Jonah.

      —¿Es un violín?

      Caitlin señaló el instrumento con un gesto. El estuche estaba cerrado y Jonah mantenía una mano sobre él como si tuviera miedo de que alguien lo robara.

      —De hecho, es una viola. Es solo un poco más grande que el violín, pero tiene un sonido completamente distinto. Es más melodioso.

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