Название: Un Reino de Sombras
Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Жанр: Зарубежное фэнтези
Серия: Reyes y Hechiceros
isbn: 9781632915337
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Finalmente y después de varios siglos, su pueblo por fin tendría lo que merecía. Ahora ya no estarían relegados a Marda, a las orillas al norte del imperio y a una tierra infértil. Ahora tendrían su venganza después de estar atrapados tras el muro de fuego, inundarían Escalon y lo harían pedazos.
Su corazón se aceleró con tan solo pensarlo. Ya estaba ansioso por darse la vuelta, cruzar el Dedo del Diablo, regresar al continente y encontrarse con su pueblo en medio de Escalon. La nación entera de troles se reuniría en Andros, y juntos destruirían para siempre cada rincón de Escalon. Se convertiría en el nuevo país de los troles.
Pero mientras Vesuvius estaba de pie mirando las olas y el lugar en el que se había hundido la espada, algo le molestaba. Miró hacia el horizonte examinando las aguas negras de la Bahía de la Muerte y sentía que faltaba algo, algo que hacía que su satisfacción fuera incompleta. Al mirar hacia el horizonte, en la distancia, vio un pequeño barco de velas blancas que navegaba en la Bahía de la Muerte. Navegaba hacia el oeste alejándose del Dedo del Diablo. Al verlo avanzar, supo que algo no estaba bien.
Vesuvius se dio la vuelta y miró hacia arriba hacia la Torre. Estaba vacía. Sus puertas estaban abiertas. La Espada lo había estado esperando. Los guardas la habían abandonado. Había sido muy sencillo.
¿Por qué?
Vesuvius sabía que Merk el asesino había estado tras la Espada; lo había estado siguiendo por el Dedo del Diablo. ¿Por qué la abandonaría? ¿Por qué se alejaba navegando a través de la Bahía de la Muerte? ¿Quién era esa mujer que viajaba con él? ¿Había estado ella cuidando la torre? ¿Qué secretos escondía?
¿Y a dónde iban?
Vesuvius volteó hacia el vapor que salía del océano y después de nuevo hacia el horizonte; sintió un ardor en la venas. No pudo evitar sentir que de alguna manera había sido engañado, que le habían robado su victoria completa.
Mientras Vesuvius más pensaba en ello, más se daba cuenta de que algo estaba mal. Todo había sido muy conveniente. Examinó las violentas aguas debajo, las olas rompiendo contra las rocas, y el vapor que se elevaba, y entonces se dio cuenta de que nunca sabría la verdad. Nunca sabría si la Espada de Fuego en realidad se había hundido hasta el fondo; si había algo que no había descubierto; si en realidad había sido la espada correcta; y si Las Flamas realmente habían sido bajadas para siempre.
Vesuvius, ardiendo en indignación, tomó una decisión: tenía que perseguirlos. Nunca sabría la verdad hasta que los alcanzara. ¿Había otra torre secreta en otra parte? ¿Había otra espada?
Incluso si no la había, incluso si había hecho todo lo que necesitaba, Vesuvius era famoso por no dejar víctimas vivas; nunca. Él siempre continuaba hasta darle muerte al último hombre, y el ver a estos dos escapar de sus garras no le sentaba bien. Sabía que no podía simplemente dejarlos ir.
Vesuvius miró las docenas de barcos que seguían atados en la costa, abandonados, meciéndose en las violentas aguas y casi como si lo esperaran. Tomó una decisión inmediata.
“¡A los barcos!” le ordenó a su ejército de troles.
Todos al mismo tiempo empezaron a seguir sus órdenes, bajando por la orilla rocosa y abordando los barcos. Vesuvius los siguió subiéndose a la popa del último barco.
Se dio la vuelta, levantó su alabarda y cortó la cuerda.
Un momento después ya avanzaba junto con sus troles, todos ellos apretados en los barcos y navegando por la legendaria Bahía de la Muerte. En alguna parte en el horizonte avanzaban Merk y la chica. Y Vesuvius no se detendría, sin importar lo lejos que tuviera que ir, hasta que ambos estuvieran muertos.
CAPÍTULO OCHO
Merk se aferraba a la barandilla de la proa del pequeño barco, con la hija del antiguo Rey Tarnis a su lado, y cada uno estaba perdido en su propio mundo mientras eran golpeados por las salvajes aguas de la Bahía de la Muerte. Merk miraba hacia las aguas negras espumosas y movidas por el viento y no pudo evitar preguntarse sobre la mujer que estaba a su lado. El misterio alrededor de ella solamente había crecido desde que dejaron la Torre de Kos y subieron a este barco hacia un lugar misterioso. Su mente estaba llena de preguntas para ella.
La hija de Tarnis. Era difícil de creer para Merk. ¿Qué había estado haciendo aquí al final del Dedo del Diablo y viviendo en la Torre de Kos? ¿Se escondía? ¿Estaba exiliada? ¿Estaba siendo protegida? ¿De quién?
Merk sintió que ella, con sus ojos translúcidos, tez muy pálida y aplomo imperturbable, era de otra raza. Pero si era verdad, ¿entonces quién era su madre? ¿Por qué había sido dejada sola para cuidar la Espada de Fuego en la Torre de Kos? ¿A dónde habían ido todos los demás?
Pero más importante aún, ¿a dónde lo llevaba?
Con una mano en el timón, ella dirigía la nave hacia el horizonte y hacia un destino que Merk ni se podía imaginar.
“Todavía no me has dicho hacia dónde vamos,” dijo él levantando la voz para que se escuchara sobre el viento.
A esto le siguió un silencio tan largo que él se preguntó si recibiría respuesta.
“Al menos dime tu nombre,” añadió él al darse cuenta que no se habían presentado.
“Lorna,” respondió ella.
Lorna. Le agradó escucharlo.
“Las Tres Dagas,” añadió ella volteando hacia él. “Ese es nuestro destino.”
Merk frunció el ceño.
“¿Las Tres Dagas?” preguntó con sorpresa.
Ella simplemente miró hacia adelante.
Pero Merk se quedó perplejo por la noticia. Las islas más remotas de todo Escalon, Las Tres Dagas, estaban tan profundo en la Bahía de la Muerte que él no conocía a nadie que hubiera viajado hasta ese lugar. Knossos, la legendaria isla y fortaleza, estaba en la última de ellas, y la leyenda decía que ahí se encontraban los guerreros más feroces de Escalon. Eran hombres que vivían en una isla desolada de una península desolada, en la masa de agua más peligrosa que existía. Los rumores decían que los hombres eran tan rudos como el mar que los rodeaba. Merk nunca había conocido a ninguno en persona. Nadie lo había hecho. Eran más leyenda que reales.
“¿Ahí es a dónde fueron los Observadores?” preguntó él.
Lorna asintió.
“Esperan nuestra llegada,” dijo ella.
Merk se dio la vuelta esperando ver por última vez la Torre de Kos y, al hacerlo, su corazón de repente se detuvo con lo que vio: en el horizonte había docenas de barcos persiguiéndolos a toda velocidad.
“Tenemos compañía,” dijo él.
Pero para su sorpresa, Lorna simplemente asintió sin siquiera darse la vuelta.
“Nos perseguirán hasta el fin del mundo,” dijo ella calmadamente.
Merk estaba confundido.
“¿Incluso después de hallar la Espada de Fuego?”
“En realidad no era la Espada lo que estaban buscando,” corrigió ella. СКАЧАТЬ