Un Cielo De Hechizos . Морган Райс
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Читать онлайн книгу Un Cielo De Hechizos - Морган Райс страница 7

СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      Sin perder un momento más, Reece agarró a Krog, lo rodeó sobre su hombro, agarró la cuerda y los dos gritaron mientras volaban por el aire, un momento antes de que los Faws irrumpieran en la orilla.

      Los dos navegaban a través del aire, balanceándose hacia el otro lado.

      “¡Auxilio!”, gritó Krog.

      Krog se estaba resbalando del hombro de Reece, y agarró la vid; pero ahora estaba mojada con el rocío de los rápidos, y las manos de Krog se resbalaron por la vid, mientras caía en picado hacia abajo. Reece se agachó para atraparlo, pero todo pasó demasiado rápido: Reece se descorazonó cuando se vio obligado a ver caer a  Krog, fuera de su alcance, hacia las aguas brotantes.

      Reece aterrizó en el otro extremo de la orilla y cayó al suelo. Se hizo ovillo, preparado para correr hacia el agua – pero antes de que pudiera reaccionar, Conven se separó del grupo, corrió hacia adelante y se sumergió de cabeza en las aguas embravecidas.

      Reece y los demás miraban, sin aliento. ¿Conven era tan valiente?, se preguntó Reece. ¿O tan suicida?

      Conven nadó sin temor a través de la corriente. Alcanzó a Krog, de alguna manera, no siendo mordido por las criaturas, y lo sujetó mientras él se agitaba, poniendo un brazo alrededor de su hombro y flotando en el agua con él. Conven nadaba contra la corriente, rumbo a la orilla.

      De repente, Krog gritó.

      "¡MI PIERNA!".

      Krog se retorció de dolor mientras un Fouren se alojaba en su pierna, mordiéndolo, con su color amarillo brillante y escamas visibles sobre la corriente. Conven nadó y nadó hasta que finalmente se acercó a la costa y Reece y los demás estiraron la mano y tiraron de ellos. Al hacerlo, una escuela de Fourens saltó en el aire tras ellos y Reece y los demás los alejaron de un golpe.

      Krog agitó las manos y Reece miró hacia abajo y vio al Fouren aún en su pierna; Indra sacó su daga, se inclinó y la clavó en el muslo de Krog mientras él gritaba, alejando al animal. Éste cayó en la costa, y luego en el agua.

      "¡Te odio!", le dijo Krog a ella.

      "Bien", respondió Indra, sin inmutarse.

      Reece miró a Conven, quien estaba allí parado, empapado, sorprendido de su intrepidez. Conven echó un vistazo, inexpresivo, y Reece notó asombrado que un Fouren se había alojado en su brazo, agitándose en el aire. Reece no podía creer lo calmado que estaba Conven, cuando se acercó lentamente, tiró de él y lo lanzó de vuelta al agua.

      "¿No te dolió?", le preguntó Thor, confundido.

      Conven se encogió de hombros.

      Reece se preocupó por Conven más que nunca; mientras admiraba su valor, no podía creer su imprudencia. Se había zambullido de cabeza a una escuela de feroces criaturas y ni siquiera lo había pensado dos veces.

      Al otro lado del río, cientos de Faws estaban ahí parados, mirando, enfurecidos, castañeando sus dientes.

      "Finalmente", dijo O'Connor, "estamos a salvo".

      Centra meneó la cabeza.

      "Sólo por ahora. Esos Faws son inteligentes. Conocen los meandros del río. Tomarán el camino largo, correrán alrededor de él, encontrarán el cruce. Pronto van a estar de nuestro lado. Tenemos el tiempo limitado. Debemos avanzar".

      Todos siguieron a Centra mientras él corría a través de los campos de fango, más allá de géiseres que explotaban, navegando a lo largo de este paisaje exótico.

      Corrieron y corrieron, hasta que finalmente la niebla se abrió y el corazón de Reece estaba eufórico al ver, ante ellos, al muro del Cañón, con su antigua piedra brillante. Él miró hacia arriba, y sus paredes parecían ser increíblemente altas. No sabía cómo podrían subir.

      Reece se quedó allí parado con los demás y miraron hacia arriba con temor. La pared parecía aún más imponente ahora de lo que había sido en el camino. Miró y vio su estado desigual y se preguntaba cómo podrían escalarlo. Todos estaban muy agotados, golpeados y magullados, cansados de la batalla. Sus manos y pies estaban en carne viva. ¿Cómo podrían ir hacia arriba, cuando les había costado todas sus fuerzas simplemente descender?

      "No puedo seguir", dijo Krog, sibilante, con una voz entrecortada.

      Reece sentía lo mismo, aunque no lo decía.

      Estaban acorralados. Habían corrido más rápido que los Faws, pero no por mucho tiempo. Pronto les encontrarían, y serían todos superados en número y los matarían. Todo este duro trabajo, todos sus esfuerzos, habían sido en vano.

      Reece no quería morir ahora. No en este lugar. Si tenía que morir, quería morir allí, en su propio suelo, en tierra firme, y con Selese a su lado. Si tan sólo pudiera tener otra oportunidad para escapar.

      Reece escuchó un ruido horrible, y se volvió y vio a los Faws, como a noventa metros de distancia. Había miles de ellos, y ya habían bordeado el río y se acercaban.

      Todos sacaron sus armas.

      "No queda ningún lugar a dónde correr", dijo Centra.

      "¡Entonces pelearemos a muerte!", gritó Reece.

      "¡Reece!", se escuchó una voz.

      Reece miró hacia arriba de las paredes del Cañón y cuando la niebla se disipó, vio una cara que pensó primeramente que era una aparición. No lo podía creer. Allí, delante de él, estaba la mujer en la que había estado pensando.

      Selese.

      ¿Qué hacía aquí? ¿Cómo había llegado aquí? ¿Y quién era esa otra mujer que estaba con ella? Parecía la curandera real, Illepra.

      Las dos estaban ahí colgadas, a un costado del acantilado, con una larga y gruesa cuerda enrollada alrededor de sus cinturas y manos. Bajaban rápidamente, en una cuerda larga y gruesa, fácil de sujetar. Selese estiró la mano hacia atrás y lanzó el resto hacia abajo, cayendo unos quince metros por el aire, como maná del cielo y aterrizando en los pies de Reece.

      Era su escape.

      No lo dudaron. Todos corrieron hacia ella y en unos momentos estaban subiendo tan rápidamente como podían. Reece dejó que subieran todos primero, y al saltar al final, subió y jaló la cuerda con él mientras se elevaba, para que los Faws no pudieran alcanzarla.

      Al despejar el terreno, los Faws aparecieron, estirándose y saltando sobre sus pies – fallando por poco, mientras Reece subía, fuera de su alcance.

      Reece se detuvo al alcanzar a Selese, quien lo esperaba en una cornisa; se inclinó y se besaron.

      "Te amo", dijo Reece, con todo su ser lleno de amor por ella.

      "Y yo a ti", respondió.

      Los dos se volvieron y subieron el muro del Cañón junto con los demás. Subían, más y más alto. Pronto, estarían en casa. Reece casi no lo podía creer.

      En su hogar.

      CAPÍTULO CUATRO

      Alistair corrió a través del caótico campo de batalla, zigzagueando entre los soldados, mientras luchaban por sus vidas СКАЧАТЬ