Mare nostrum. Vicente Blasco Ibanez
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Название: Mare nostrum

Автор: Vicente Blasco Ibanez

Издательство: Public Domain

Жанр: Зарубежная классика

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СКАЧАТЬ habitada. Los únicos que iban á conocer su muerte eran los cangrejos enormes que remontaban los peñascos buscando su alimento en la resaca; las gaviotas que se dejaban caer verticalmente, con las alas tendidas, desde lo alto del acantilado. Hasta los más pequeños crustáceos eran superiores á él.

      Sintió de golpe toda su debilidad, toda su miseria, mientras la sangre seguía tiñendo de púrpura los minúsculos lagos de las rocas. Al cerrar los ojos para morir, vió en la obscuridad una cara pálida, unas manos que tejían sutiles encajes, y antes de que la noche cayese definitivamente sobre sus párpados, murmuró con balido infantil:

      – ¡Mamá!… ¡mamá!…

      Tres meses después, al llegar á Barcelona, encontró á su madre tal como la había visto durante su agonía en la costa portuguesa… Unos pescadores le recogieron cuando su vida iba á extinguirse. Durante su permanencia en el hospital escribió varias veces á doña Cristina con un tono alegre y confiado, pretextando importantes ocupaciones en Lisboa.

      Al verle entrar, la buena dama abandonó su eterna labor de encajes, lívida, con las manos trémulas y las pupilas vidriosas. Debía saber toda la verdad; y si no la sabía, se la avisaba su instinto de madre viendo á Ulises convaleciente, enflaquecido, vacilando entre la arrogancia y el quebranto físico, lo mismo que los bravos cuando salían de la cámara del tormento.

      – ¡Oh, hijo mío!… ¡Hasta cuándo!…

      Era hora de que terminase su rabia de aventuras, su deseo loco de tentar lo imposible, arrostrando los peligros más absurdos. Si quería ser marino, podía serlo, pero en buques respetables, al servicio de una gran Compañía, siguiendo una carrera de escalas determinadas, y no rodando caprichosamente por todos los mares, mezclado con el bandidaje internacional que se ofrece en los puertos para reforzar las tripulaciones. Lo mejor de todo sería permanecer quieto en su casa. ¡Qué felicidad si se quedase al lado de su madre!…

      Y Ulises, con asombro de doña Cristina, adoptó esta última resolución. La buena señora no estaba sola. Una sobrina vivía con ella, como si fuese su hija. El marino tuvo que rebuscar en el fondo de su memoria para acordarse de una chicuela de cuatro años que andaba á gatas por la playa del pueblo de su madre mientras él, con una gravedad de hombrecito, oía contar al viejo secretario del Municipio las pretéritas grandezas de la marina catalana.

      Era hija de un Blanes – el único pobre de la familia – que mandaba los buques de sus parientes y había muerto de la fiebre amarilla en un puerto de la América central. Ferragut no podía explicarse cómo la criatura-reptil de la arena, con una eterna perla verde colgando de sus narices, era aquella misma joven esbelta, de un moreno pálido de arroz, que ostentaba su abultada cabellera semejante á un casco de ébano, con dos pequeñas espirales ante las orejas. Sus ojos parecían tener las tintas cambiantes del mar: negros á unas horas, azules á otras, verdes y profundos cuando reflejaba la luz del sol como un punto de oro.

      Se sintió atraído por su sencillez, por la gracia tímida de sus palabras y sonrisas. Era algo de irresistible novedad para este ruedamundo que sólo había conocido cobrizas de carcajada bestial, asiáticas amarillentas de gestos felinos ó europeas de los grandes puertos, que á las primeras palabras piden de beber y cantan sobre las rodillas del invitante, poniéndose su gorra como testimonio de amor.

      Cinta – este era su nombre – parecía conocerle toda su vida. Había sido el objeto de sus conversaciones con doña Cristina cuando ambas entretenían las monótonas horas tejiendo encajes al uso de su pueblo. Al pasar Ulises ante el cuarto de ella, vió unos retratos suyos de la época en que era simple agregado á bordo de un trasatlántico. Cinta los había sustraído indudablemente de las habitaciones de su tía. Admiraba á aquel primo aventurero desde mucho antes de conocerlo.

      Una tarde, contó el marinero á las dos mujeres cómo se había salvado en la costa de Portugal. La madre le escuchó volviendo la vista, temblándole las manos al mover los bolillos de su encaje. De pronto sonó un alarido. Era Cinta, que no podía escuchar más. Y Ulises agradeció sus lágrimas, sus lamentos convulsivos, sus ojos agrandados por una expresión de terror.

      La madre de Ferragut se preocupaba del porvenir de esta sobrina pobre. Su única salvación era el matrimonio, y la buena señora había fijado sus miras en cierto pariente que andaba más allá de los cuarenta, necesitando el aporte de esta juventud para refrescar su vida de solterón maduro. Era el sabio de la familia. Doña Cristina lo admiraba porque no podía leer sin el auxilio de unos lentes y porque ingería en la conversación palabras latinas, lo mismo que los clérigos. Enseñaba retórica y latín en el Instituto de Manresa, y hablaba de ser trasladado algún día á Barcelona, término glorioso de una carrera ilustre. Todas las semanas se escapaba á la capital para hacer largas visitas á la viuda del notario.

      – Por mí no viene – decía la buena señora – . ¿Quién se molesta por una vieja?… Te digo que quiere á Cinta, y para la chica será una suerte casarse con este hombre tan sabio, tan serio.

      Escuchándola, Ulises empezó á pensar qué hueso podría romperle un marino á un catedrático de retórica sin incurrir en responsabilidad.

      Un día, Cinta buscó por toda la casa un dedal opaco y gastado que le servía muchos años. De pronto cesó en sus rebuscas, se puso encarnada y bajó los ojos. Su mirada había encontrado la mirada fugitiva de su primo. Lo tenía él. En el cuarto de Ulises se veían cintas, madejas de hilo, un abanico viejo, depositados sobre papeles y libros, por el mismo reflujo misterioso que había arrastrado sus retratos del dormitorio de su madre al de su prima.

      El marino gustaba de quedarse en casa. Pasaba largas horas meditando con los codos en la mesa, pero atento al mismo tiempo á un susurro de ligeros pasos que podía sonar de un momento á otro en el corredor inmediato. Todo lo sabía: la trigonometría esférica y rectilínea, la cosmografía, las leyes de vientos y tempestades, los últimos descubrimientos oceanográficos. Pero ¿quién podría enseñarle la forma de hablar á una señorita sin asustarla?… ¿Dónde diablos se aprendía el arte de declararse á una persona decente?…

      En él las dudas no eran nunca largas ni dolorosas. ¡Adelante! Cada uno sale del paso como puede. Y una tarde, cuando Cinta iba del salón al dormitorio de su tía para traerle un libro piadoso, tropezó en el pasillo con Ulises.

      De no conocerle, hubiese temblado por su existencia. Se sintió agarrada por unas manos poderosas que la despegaron del suelo. Luego una boca ávida estampó en la suya dos besos agresivos. «¡Toma, y toma!…» Ferragut se arrepintió al ver á su prima temblando contra la pared, con una palidez de muerte, los ojos lacrimosos.

      – Te he hecho daño. Soy un bruto… ¡un bruto!

      Casi se puso de rodillas, implorando su perdón; cerraba los puños como si fuera á golpearse, castigando su atrevimiento. Pero ella no le dejó seguir… «¡No, no!…» Y mientras gemía esta protesta, sus brazos se cerraron formando un anillo en torno del cuello de Ulises. Su cabeza se inclinó hacia él, buscando el abrigo de su hombro. Una boca húmeda se unió modestamente á la boca del marino, al mismo tiempo que la barba de éste se mojaba con un rocío de lágrimas.

      Y no se dijeron más.

      Cuando, semanas después, escuchó doña Cristina la petición de su hijo, su primer movimiento fué de protesta. Una madre oye con anticipada benevolencia toda pretensión sobre una hija, pero es ambiciosa y exigente cuando se trata de un hijo. Ella había soñado algo más brillante. Pero su indecisión fué corta. Aquella muchacha tímida era tal vez la mejor compañera para Ulises. Además, estaba preparada, por lo que había visto en su infancia, para ser la mujer de un marino… ¡Adiós al catedrático!

      Se casaron. Luego, Ferragut, que no podía vivir inactivo, volvió al mar, pero СКАЧАТЬ