Mare nostrum. Vicente Blasco Ibanez
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Название: Mare nostrum

Автор: Vicente Blasco Ibanez

Издательство: Public Domain

Жанр: Зарубежная классика

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СКАЧАТЬ al otro lado del promontorio empezaba el temible golfo del León. Sobre su fondo, que no iba más allá de noventa metros, se alborotaban las aguas á impulsos del vendaval, levantando tantas olas y tan apretadas, que al chocar unas con otras, no encontrando espacio para caer, se remontaban formando torres.

      Este golfo era el rincón más temible del Mediterráneo. Los trasatlánticos, al regreso de un viaje feliz al otro hemisferio, se estremecían con la sensación del peligro, y algunas veces volvían atrás. Los capitanes que acababan de atravesar el Atlántico fruncían el ceño con inquietud.

      Desde la puerta del Ateneo, los expertos señalaban las barcas de vela latina que se disponían á doblar el promontorio. Eran laúdes como los que había mandado el patrón Ferragut, embarcaciones de Valencia que llevaban vino á Cette y frutas á Marsella. Al ver al otro lado del cabo la superficie azul del golfo sin más accidentes que una ondulación larga y pesada prolongándose en el infinito, los valencianos decían alegremente:

      – Pasem de presa, que’l lleó dòrm.

      Ulises tenía un amigo, el secretario del Ayuntamiento, único habitante que guardaba en su casa algunos libros. Tratado por los ricos con cierto menosprecio, buscaba al muchacho, por ser el único que le oía atentamente.

      Adoraba el mare nostrum lo mismo que el médico Ferragut, pero su entusiasmo no prestaba atención á las naves fenicias y egipcias que con sus quillas habían arado por primera vez estas olas. Igualmente saltaba distraído sobre las trirremes griegas y cartaginesas, las liburnas romanas y las monstruosas galeras de los tiranos de Sicilia, palacios á remo con estatuas, fuentes y jardines. A él sólo le interesaba el Mediterráneo de la Edad Media, el de los reyes de Aragón, el mar catalán. Y como si temiese molestar el orgullo regionalista de su juvenil oyente, el pobre secretario daba explicaciones.

      La llamada marina catalana no era sólo de Cataluña: pertenecía á los monarcas aragoneses, y entraban en ella todos sus Estados marítimos. Cuando los reyes formaban una flota, se componía de tres escuadras: catalana, mallorquina y valenciana. Las atarazanas de Valencia eran célebres por sus construcciones navales. De ellas salían los mejores navíos de la costa española. «Galera genovesa y navío catalán», decían los navegantes de la Edad Media como última expresión del arte naval.

      Desde las riberas aragonesas al fondo del mar Negro, todo el Mediterráneo se veía surcado por los buques de la marina catalana, que recibían los más diversos nombres. Los ligeros, que se ayudaban con remos, se llamaban galeas y galiotas, leños, corcias, burcias, taridas, fustas mancas, xuseres y saetias. Unos eran de ligna alsata, ó sea con altas bandas; otros, de ligna plana, ó cubierta corrida. Para las navegaciones largas á Berbería y Oriente estaban los guarapos, xalandros, buscios, nizardos, bajeles y cocas. La cabida de estos buques se marcaba por salmas, botas y cántaros, que equivalían á las modernas toneladas. La coca era el navío de línea para los grandes combates y los cargamentos importantes. Las había de dos ó tres cubiertas, y las armadas en guerra se llamaban encastilladas, por sus dos castillos á proa y á popa. Además, cubrían su casco sobre la línea de flotación con cueros vacunos, excelente coraza para evitar el «fuego griego», botes de materias inflamables que eran la artillería de entonces.

      Roger de Lauria y Conrado Lanza habían venido de la Italia aragonesa á formarse como hombres de mar en la marina catalana.

      Génova y Venecia, enriquecidas por las Cruzadas y dueñas de numerosas factorías en Oriente, veían nacer con inquietud esta tercera potencia mediterránea. La coca catalana anclaba junto á sus naves en los puertos de Egipto, en la marina de Trebisonda, en el frío mar de Azof. Sus mercaderes eran audaces para la navegación, ásperos para la ganancia, prontos para la pelea. Tal vez por ser los genoveses de igual carácter y sus vecinos más inmediatos, rompían con ellos. Los astutos venecianos, para arruinar á Génova, ajustaban un tratado en Perpiñán con la marina de Cataluña, y empezaba en el Mediterráneo una de las guerras más crueles de la Historia, guerra de escuadras numerosas y odio implacable, en la que eran pasadas á cuchillo tripulaciones enteras y los capitanes vencidos morían pendientes de una antena de su buque.

      Los choques iniciados frente á Italia iban á terminarse en la costa de Asia. Todo el Mediterráneo servía de palenque.

      Catalanes y venecianos buscaban á los genoveses en Negroponto; pero éstos, sintiéndose inferiores, volaban á refugiarse en el Bósforo. Ante las cúpulas de Santa Sofía, á la vista de los aterrados vecinos de Constantinopla, todos estos mediterráneos de la cuenca occidental libraban la llamada batalla de Pera, carnicería marítima en el estrecho brazo de mar que tiene por orillas los dos continentes. Moría Poncio de Santapáu, el almirante catalán; moría después el almirante valenciano Bernardo Ripoll, y la pérdida de estos jefes daba la victoria á los de Génova.

      Pero, un año después, la marina catalana tomaba el desquite en las costas de Cerdeña, sorprendiendo á la flota genovesa que favorecía la insurrección del juez de Arborea contra los monarcas de Aragón, señores de la isla. Ocho mil genoveses quedaban en el fondo del mar, y las naves vencedoras volvían á Barcelona con tres mil quinientos prisioneros y cuarenta y una galeras enemigas.

      Con este desastre se iniciaba la decadencia marítima de Génova. Los catalanes expulsaban á sus mercaderes de Egipto, monopolizando el comercio de África. Alfonso V de Aragón, el único rey marino de España, empleaba años después el resto de su existencia en expediciones contra Génova. Sus principios eran desgraciados.

      Ulises se acordó de su padrino Labarta al oír cómo este amigo del pasado hablaba del combate naval de la isla de Ponza. Aún no había llegado á consolarse de una derrota ocurrida en 1435.

      El rey y todos sus feudatarios aragoneses y sicilianos iban con armaduras de hierro, lo mismo que para un combate terrestre, y la pesada superioridad de sus armas les hacía ser vencidos por la ligereza y la táctica de las galeras genovesas. Alfonso V, su hermano el rey de Navarra y todo el cortejo de magnates quedaban prisioneros de la República. Asustada ésta por la importancia de su presa, confiaba los cautivos á la guarda del duque de Milán… Pero los monarcas se entienden fácilmente para engañar á los gobiernos democráticos, y el soberano milanés daba suelta al rey de Aragón con todo su acompañamiento. Luego, éste bloqueaba á Génova con una enorme flota. La marina provenzal iba en ayuda de sus vecinos y el rey aragonés forzaba el puerto de Marsella, llevándose como trofeo las cadenas que cerraban su entrada.

      Ulises hacía gestos afirmativos. El rey navegante las había depositado en la catedral de Valencia. Su padrino el poeta se las había enseñado en una capilla gótica formando una guirnalda de hierro sobre los negros sillares.

      Cuando Génova, agotada, iba á entregarse, moría Alfonso el Magnánimo, y sus sucesores olvidaban las rivalidades con la República, para dedicarse á las guerras por el dominio de Nápoles.

      La marina catalana aún siguió dominando el Mediterráneo comercialmente. A sus antiguos buques agregó las galeras gruesas y las galeras sutiles, las tafureyas, panfiles, rampines y carabelas.

      – Pero Colón – añadía tristemente el catalán – descubrió las Indias, dando un golpe de muerte á la riqueza marítima del Mediterráneo. Además, Aragón y Castilla se juntaron, y la vida y el poder fueron contrayéndose al centro de la Península, lejos de todo mar.

      De ser Barcelona la capital de España, ésta habría conservado la dominación mediterránea. De serlo Lisboa, el imperio colonial español habría resultado algo orgánico, sólido, con vida robusta. Pero ¿qué podía esperarse de una nación que había puesto su cabeza en la almohada de las amarillas estepas interiores, lo más lejos posible de los caminos del mundo, y sólo enseñaba sus pies á las olas?…

      El catalán terminaba hablando tristemente de la decadencia de la marina mediterránea: combates aislados con los СКАЧАТЬ