Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha. Мигель де Сервантес Сааведра
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha - Мигель де Сервантес Сааведра страница 8

СКАЧАТЬ aventurero? ―preguntó la moza.

      –¿Tan nueva sois en el mundo que no lo sabéis? ―respondió Sancho―. Sabed, hermana mía, que un caballero aventurero tan pronto es apaleado[65] como es emperador; hoy es la criatura más desgraciada del mundo y mañana tiene dos o tres coronas de reinos para dar a su escudero.

      Don Quijote, que estaba oyendo esta conversación, dijo a la ventera:

      –Creedme, hermosa ventera, que os podéls considerar afortunada por haber alojado en vuestro castillo a mi persona. Mi escudero os dirá quién soy. Solo os digo que recordaré siempre el servicio que me habéis hecho.

      Ninguna de las tres mujeres entendía nada de lo que decía el andante caballero. Le agradecieron sus palabras y dejaron que Maritornes curara a Sancho, que lo necesitaba tanto como su amo.

      El arriero y Maritornes habían planeado juntarse en la cama, cuando la venta estuviera en calma.

      El lecho[66] de don Quijote estaba en medio de la habitación y junto a él se acostó Sancho. A contunuación estaba la cama del arriero, un poco más cómoda porque era un hombre rico. Ni don Quijote ni Sancho dormían, porque no los dejaba el dolor de las costillas; tampoco dormía el arriero, que esperaba a su Maritornes.

      Don Quijote empezó a recordar sus lecturas caballerescas. Se imaginó que estaba en un famoso castillo y que la hija del señor del castillo se enamoraba de él locamente y que aquella noche se proponía dormir con él, poniendo a prueba su fidelidad a Dulcinea del Toboso.

      Llegó la hora en que el arriero y Maritornes acordaron[67] verse; entonces, esta entró en la habitación donde los tres dormían.

      Cuando la sintió don Quijote, porque la habitación estaba a oscuras y no la podía ver, estiró los brazos para recibir a su hermosa doncella. La cogió por una mano y la sentó en su cama. Tocó la camisa que, aunque era de tela áspera, a él le pareció de fina seda. Acarició los cabellos, que eran tiesos como pelos de caballo, pero él creyó que eran hilos de oro. La pintó en su imaginación como había leído de otras princesas. Mientras la cogía en sus brazos, empezó a decir:

      –Quisiera, hermosa señora, pagarle el favor que me hace, pero estos dolores no me permiten satisfacer vuestros deseos. Y a esto se añade que la única señora de mis pensamientos es la singular Dulcinea del Toboso, que si no fuera por esta promesa no dejaría yo pasar esta ocasión que vuestra bondad me ofrece.

      El arriero, que escuchaba atentamente las palabras de don Quijote, empezó a sentir celos y se acercó a tientas[68] a la cama donde estaban los dos y se dio cuenta de que la moza quería separarse y don Quijote no la dejaba. Enfurecido, levantó el brazo y dio tal golpe al enamorado caballero, que le llenó la boca de sangre; se subió luego encima y empezó a darle patadas en las costillas.

      La cama se vino al suelo y el golpe despertó al ventero, que corrió a ver qué pasaba. Maritornes que conocía el mal genio de su amo, se escondió en la cama de Sancho. Este se despertó y, asustado, empezó a golpear con los puños a diestro y siniestro. Alcanzó a Maritornes varias veces; ella respondió de la misma manera y comenzó entre los dos la más graciosa pelea del mundo. El arriero, que vio cómo estaba su dama, dejó a don Quijote y acudió a socorrerla. Lo mismo hizo el ventero, pero para castigar a la moza.

      De este modo, el arriero daba a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él, el ventero a la moza, y todos se daban golpes sin parar.

      Habia también hospedado en la venta un oficial de la justicia, que oyó el ruido. Entró en la habitación diciendo:

      –¡Alto en nombre de la justicia! ¡Deténganse todos!

      Como la habitación estaba a oscuras, el oficial, a tientas, fue a dar con las barbas de don Quijote, que no se movió. El cuadrillero pensó que estaba muerto y que los allí presentes lo habían matado.

      –¡Cierren la puerta de la venta! ―dijo―. ¡Que no se vaya nadie, que han matado a un hombre!

      Todos desaparecieron del lugar, menos don Quijote y Sancho, que no se pudieron mover de donde estaban.

      Capítulo XIV

      La burla que hacen a Sancho en la venta

      Cuando don Quijote se recuperó, comenzó a llamar a su escudero, diciendo:

      –Sancho, amigo, ¿duermes? ¿Duermes, amigo Sancho?

      –¿Cómo voy a dormir ―respondió Sancho de mal humor― si me parece que han estado conmigo todos los diablos esta noche?

      –Puedes creerlo así ―respondió don Quijote―; porque, o yo sé poco, o este castillo está encantado. Te diré algo si me guardas el secreto mientras yo viva.

      –Así lo haré ―dijo Sancho―; callaré, como vuestra merced me pide.

      –Resulta ―dijo don Quijote― que esta noche vino la hija del señor del castillo, que es la más hermosa doncella que pueda haber en gran parte de la tierra. Todo para poner a prueba la fidelidad que debo a mi señora Dulcinea. Estando, pues, en amorosa conversación con ella, una mano de gigante me dio con el puño en la boca y un montón de golpes que me han dejado destrozado.

      –Yo digo lo mismo ―respondió Sancho―, porque más de cuatrocientos gigantes me han golpeado a mí. Y vuestra merced aún tuvo en sus manos a aquella hermosura que ha dicho, pero yo sólo golpes y palos.

      –No tengas miedo ―dijo don Quijote―, que ahora mismo voy a hacer el bálsamo con el que curarnos. Levántate, si puedes, y pide al señor de este castillo que te dé un poco de aceite, vino, sal y romero para hacer el saludable bálsamo.

      Sancho fue en busca del ventero y le pidió lo que su amo le había encargado. Cuando don Quijote tuvo los ingredientes, los mezcló todos y los coció un buen rato. Luego recitó más de ochenta oraciones haciendo una cruz a cada palabra que decía.

      Don Quijote quiso comprobar que el bálsamo era bueno y se bebió casi un litro. Apenas lo acabo de beber, comenzó a vomitar, de manera que no le quedó nada en el estómago. Luego le entraron unos grandes sudores y se quedó dormido un gran rato. Cuando despertó, se encontró tan bien que creyó que había acertado con el bálsamo de Fierabrás.

      Sancho, que vio la mejoría de su amo, quiso probarlo y se bebió unos buenos tragos. Pero su estómago no debía de ser como el de su amo, y nada más tomar el primer trago, sintió que se moría de los vómitos que le entraban.

      Don Quijote, que ya estaba deseoso de buscar otras aventuras, preparó a Rocinante. Ayudó a Sancho a subir a su asno y llamó al ventero para decirle:

      –Muchos y grandes favores he recibido en vuestro castillo, por lo que os estoy agradecido. Recordad si hay algún agravio que queráis vengar, que yo lo remediaré como vuestra merced me mande.

      –Señor caballero, yo no tengo necesidad de que me ayude en ninguna venganza, que eso lo sé hacer yo. Sólo necesito que me pague el gasto que ha hecho en la venta, tanto de la paja y cebada de los animales como de la cena y la cama.

      –Entonces, ¿esto es una venta? ―dijo Quijote.

      –Y muy honrada ―respondió el ventero.

      –Engañado СКАЧАТЬ



<p>65</p>

apaleado – избит палками

<p>66</p>

lecho – (зд.) кровать, ложе

<p>67</p>

acordaron – договорились

<p>68</p>

a tientas – вслепую