Название: Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha
Автор: Мигель де Сервантес Сааведра
Издательство: АСТ
Жанр: Зарубежная классика
Серия: Легко читаем по-испански
isbn: 978-5-17-088899-3
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Mientras, don Quijote le decía a la dama:
–Hermosa señora mía, sus raptores ya han sido derrotados por este fuerte brazo. Sabed que me llamo don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y servidor de la hermosa doña Dulcinea del Toboso; y en pago del favor que os he hecho, quiero que vayáis al Toboso y os presentéis ante esa señora y le digáis lo que he hecho por vuestra libertad.
Un escudero vizcaíno, que oyó lo que decía don Quijote, se acercó a él y cogiéndole por el brazo le dijo:
–Vete, caballero, que si no dejas que el coche siga su camino, te mataré.
Don Quijote cogió la espada con el pensamiento de quitarle la vida. El vizcaíno, al ver la intención de don Quijote, decidió hacer lo mismo. La señora del coche y los demás criados estaban asustados ante las furiosas amenazas de los dos contendientes[50], que ya se aproximaban con sus espadas en alto. El primero en atacar fue el vizcaíno, que le cortó media oreja a don Quijote y le dio un buen golpe en el hombro que le hizo rodar por el suelo. Este se levantó lleno de cólera, se subió de nuevo al caballo y golpeó al vizcaíno con tal furia que comenzó a echar sangre por todo su cuerpo y cayó al suelo malherido. Don Quijote fue hacia él y, poniéndole la espada entre los ojos, le dijo que se rindiera.
En esto, la señora del coche se acercó a don Quijote y le pidió que perdonara la vida a su escudero. Don Quijote respondió en tono serio:
–Yo estoy contento, hermosa señora, de hacer lo que me pedís. Pero este caballero me ha de prometer ir al Toboso y presentarse de mi parte ante la sin par doña Dulcinea, para que ella haga de él lo que quiera.
La señora prometió que el escudero haría todo aquello que le mandaran.
–Esa palabra me basta ―dijo don Quijote― para que yo no le haga más daño, aunque lo tiene bien merecido.
Capítulo X
Los razonamientos entre don Quijote y su escudero
Sancho Panza había estado atento a la batalla de su señor don Quijote y rogaba a Dios que le diera la victoria y que en ella ganar alguna ínsula la que le hiciera gobernador, como le había prometido. Sancho ayudó a su amo a subir sobre Rocininante y, besándole la mano, le dijo:
–Ya puede vuestra merced darme el gobierno de la ínsula que en esta batalla se ha ganado, que yo me siento con fuerzas para gobernarla como el mejor gobernador.
Don Quijote le respondió:
–Sancho, estas aventuras no son de ínsulas sino de encrucijadas[51], en las cuales sólo se gana sacar rota la cabeza o quedar con una oreja menos. Tened paciencia, porque no faltarán aventuras para que te pueda hacer gobernador o algo más.
Don Quijote sobre Rocinante y Sancho en su asno entraron en un bosque.
Entonces preguntó don Quijote a Sancho:
–¿Has visto más valeroso caballero que yo en toda la tierra? ¿Has leído en alguna historia que otro caballero haya tenido más valor?
–La verdad es ―dijo Sancho― que yo no he leído ninguna historia, porque no sé leer ni escribir. Pero digo que jamás he servido a un amo tan atrevido como vuestra merced. Y ahora le ruego que se cure la oreja, que veo que está echando sangre.
–Eso no sería difícil ―respondió don Quijote― si yo recordara cómo se hace el bálsamo de Fierabrás[52], que con una sola gota bastaría para curarla.
–¿Qué bálsamo es ese? —preguntó Sancho Panza.
–Con ese bálsamo ―respondió don Quijote― no hay que temerle a la muerte, ni a morir de ninguna herida. Así que cuando lo haga y te lo dé, si un día me parten en dos en alguna batalla, juntas las dos partes de mi cuerpo y me das dos tragos del bálsamo; quedaré más sano que una manzana.
–Si eso es así ―dijo Sancho―, renuncio al gobierno de la prometida ínsula; lo único que quiero es la receta de ese bálsamo, pues con lo que valdrá podré ganar mucho dinero al venderlo y vivir descansadamente. Pero hay que saber cuánto costaría hacerlo.
–Con poco dinero se puede hacer una gran cantidad. Pero pienso enseñarte otros y mayores secretos. Y ahora ve a las alforjas y trae algo de comer, porque luego vamos a buscar algún castillo donde alojarnos esta noche, que me está doliendo mucho la oreja y necesito preparar el bálsamo.
–Aquí traigo una cebolla y un poco de queso, y no sé cuántos mendrugos[53] ―dijo Sancho―; pero no son lanjares para tan valiente caballero como vuestra merced.
–¡Qué mal lo entiendes! ―respondió don Quijote―. Has de saber que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, pero, cuando no hay otra cosa, es bueno comer cosas sencillas del campo como las que tú me ofreces.
Sacó Sancho lo que traía y comieron los dos en paz. Subieron luego a caballo y poco después, como ya anochecía, se detuvieron junto a las cabañas de unos cabreros para pasar la noche.
Capítulo XI
Don Quijote y los cabreros
Los cabreros los recibieron con amabilidad. Sancho se ocupó de Rocinante y de su asno y después se acercó a un caldero[54] donde los cabreros estaban guisando unos trozos de carne de cabra. Pusieron en el suelo unas pieles de oveja, para que les sirvieran de mesa, y se sentaron alrededor. A don Quijote lo sentaron sobre un almohadón, después de rogarle con mucha cortesía que lo hiciera.
Viendo don Quijote que Sancho estaba de pie, le dijo:
–Para que veas, Sancho, el bien que encierra la andante caballería, quiero que aquí a mi lado te sientes en compañía de esta buena gente, que soy tu amo y señor; que comas en mi plato y bebas por donde yo bebo, porque la caballería andante es como el amor, que iguala todas las cosas.
–¡Menudo favor! ―dijo Sancho―, pues si tengo algo que comer, prefiero hacerlo en mi rincón sin finos modales ni respetos, aunque sea pan y cebolla.
–A pesar de todo, te has de sentar, Sancho.
Los cabreros, que no entendían de escuderos y de caballeros andantes, comían y callaban, sin dejar de mirar a sus invitados, que tragaban con gana buenos trozos de cabra.
Una vez acabada la carne, pusieron en el centro gran cantidad de bellotas y medio queso para acompañar el vino que aún quedaba.
Después de comer, don Quijote cogió un puñado[55] de bellotas y dijo:
–Dichosos aquellos siglos dorados, llamados así no porque hubiera mucho oro, sino porque los que vivían en aquel tiempo ignoraban las palabras tuyo y mío. Entonces todas las cosas eran comunes: para comer bastaba con levantar la mano y coger el fruto de las robustas encinas. Las fuentes y los ríos ofrecían frescas y transparentes aguas. En los huecos de los árboles, las abejas regalaban la dulce miel que solo ellas trabajaban. Todo era paz y amistad entonces. Las hermosas muchachas СКАЧАТЬ
50
contendientes – противники в поединке, дуэлянты
51
encrucijada – перекрёсток, распутье
52
bálsamo de Fierabrás – чудодейственное лекарство великана Фьерабраса, героя средневековой французской поэмы
53
mendrugos – куски чёрствого хлеба
54
caldero – чан, котёл
55
puñado – пригоршня