Название: La vida a través del espejo
Автор: Iván Zaro
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
isbn: 9788416876884
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El primer recuerdo de mi infancia es cuando me morí. Estaba en los brazos de mi madre, no sé si bañándome o cambiándome, eso no puedo recordarlo, pero me fui de pronto. No tendría ni un año. Mi madre se asustó y llamó a la vecina: «ay, que el niño se me ha muerto, que el niño se me ha muerto». Eso me lo ha contado la vecina, pero yo me acuerdo de que veía a dos señoras corriendo detrás de un señor que llevaba un niño en brazos. Era yo. Me acuerdo en el momento en el que volví. Estaba con el doctor Térrez al que, aunque ya es anciano, sigo viendo de vez en cuando. Mi madre ya falleció.
Procedo de una familia humilde. Mi abuelo materno fue asesinado al comienzo de la Guerra Civil y mi familia paterna fue represaliada en la posguerra. Mi madre se educó en un colegio de religiosas, las Amantes de Jesús, que más tarde cambiaron por las Hijas de Jesús. Tengo un hermano mayor que es tremendo, tiene mucho genio. Todavía hoy a veces me hace daño y me toca tener paciencia con él.
También tengo recuerdos sexuales de esta época. Cuando tenía cuatro años un primo mío de unos nueve o diez años que pasaba mucho tiempo en mi casa y con el que a veces dormíamos juntos intentaba tocarme. Desde muy pequeñito, ya con ocho años, tuve la impresión de que me gustaban los hombres. Me fijaba en su forma de vestir. En aquella época iban muy campanones y ceñidos. También me gustaba jugar a ser cura o fraile. ¡Ya apuntaba para cura, cura gay! También me enamoré. Yo tendría catorce años y mi primo dieciséis y duró como dos años.
Mi madre me contó una vez que estando embarazada de mí visitó una iglesia y, ante la imagen de la Virgen María, me ofreció para su servicio. Si era niño, sacerdote y, si era niña, monja. A los quince tuve la llamada y mi madre se emocionó mucho: «la Virgen María me ha hecho caso». Mi padre y mi hermano habrían querido otra vida para mí y las reacciones fueron catastróficas.
Mi formación religiosa fue muy rara. Era muy inconformista y estuve en varios conventos y hasta intenté fundar una orden religiosa nueva, que fracasó. Mi madre murió cuando yo tenía veintiséis años. En ese momento decidí dejarlo y estudié auxiliar de enfermería y un año más tarde entré en los Monjes de la Cruz. Con ellos permanecí cinco años en clausura. Me ordené sacerdote secular y mis destinos siempre han sido pequeñas parroquias rurales.
El índice de personas homosexuales en la Iglesia es muy elevado, pero hay sectores que lo rechazan y lo atacan, exagerando la postura oficial de la Iglesia que se limita a decir que «la homosexualidad es un hecho que se da y hay que respetar a esas personas y ayudarles, si son creyentes, en su vida cristiana».
Yo tenía muy poca información sobre el VIH y le tenía miedo. Cuando he tenido relaciones normalmente han sido con protección. Evidentemente, no conocía el tema del tratamiento, ni nada de esto. Nunca me había hecho pruebas antes. Conocí a un amigo, que tenía otro amigo y acabamos haciendo un trío. Ese tercer chico me contagió. Yo tenía cuarenta y dos años y solamente tuvimos dos o tres encuentros.
Se me vino el mundo abajo, me rompió la vida. Creía que me iba a morir pronto. Iba a morir de una enfermedad humillante que me iba a delatar frente al mundo. ¿Cómo le iba a decir a mi hermano que tenía VIH? Mi padre había muerto ya. Finalmente me desahogué con una tía con la que estoy muy unido. Ya en la consulta me informé de todas las cuestiones que no sabía, los tratamientos, la sexualidad. Nunca se lo he contado a un confesor. Siempre confieso si he tenido sexo. Pero si contagiarte de una gripe no es pecado, contagiarte de VIH, tampoco. Una enfermedad es una enfermedad, no es un pecado. Eso sí, todo esto afectó a mi vida sexual y ya no la disfruto como antes.
La promesa de celibato de los sacerdotes seculares, mera promesa, nos obliga a no casarnos. Algunos apóstoles de Cristo estaban casados, por ejemplo, se cita a la suegra de Pedro. Es algo disciplinar impuesto por la Iglesia en el siglo XII por razones humanas y económicas: el obispo tiene que proveer de lo necesario a sus sacerdotes y un sacerdote con mujer e hijos necesita más recursos que él solo. En la Iglesia católica romana de rito oriental sigue siendo optativo, pero han de casarse antes de ser ordenados para poder acceder al episcopado. Más tarde, el celibato impuesto a los occidentales fue revestido de espiritualidad: un corazón indivisible cuyo amor es depositado solo en Dios. El voto de castidad de los religiosos, junto con el de obediencia y pobreza, constituye una entrega por amor personal a la persona de Cristo y exige la continencia, como en una relación sentimental humana con otra persona.
Mi opinión personal sobre el celibato es que el amor de Dios no es excluyente y, si estuviera regularizado, no sufriríamos tanto emocionalmente y no seríamos infieles. Las distintas orientaciones sexuales habría que mirarlas dentro de la Iglesia con naturalidad. Entre el clero todos estos temas son tabú hasta en las confesiones. Para otro tipo de pecados como la pereza o la gula siempre se brindan consejos o se dan ideas para superarlos.
La Iglesia entiende la sexualidad humana como un acto de amor que lleva a la procreación. Esto excluye a las personas homosexuales del derecho a amar y a ser amados. Solamente se pueden amar un hombre y una mujer.
Yo no estoy a favor del aborto ni siquiera el día después, pero creo que se debe controlar cuántos hijos se tienen, aunque soy contrario a los anticonceptivos, pero sí los aconsejo para las relaciones con riesgo de enfermedades. Los curas tenemos más que asumido que se usa el preservativo y decir que no es del todo eficaz para prevenir el VIH es contraproducente.
Mi fe me ha ayudado mucho después del diagnóstico. Al principio me enfadé mucho con el Señor, pero después he experimentado cómo me ha cuidado y puesto en muy buenas manos. Siempre he tenido el temor a que llegara un momento en que pudiera desarrollar la enfermedad. El pensamiento que me viene es que Cristo tuvo la muerte más humillante en aquel tiempo ya que en aquella época se crucificaba a los que se consideraba lo peor de la sociedad.
A los lectores con VIH les diría que no tengan miedo. En parte porque es una enfermedad crónica controlada como la diabetes o el colesterol. No hay por qué tenerle miedo, ni acomplejarse. También es muy importante no relacionar el virus con prácticas sexuales fuera de lo normal. Esta enfermedad no fue un castigo para los homosexuales, drogadictos, promiscuos o prostitutas. De hecho, los que somos creyentes decimos que cuántos corazones ha movido Dios e iluminado tantas inteligencias para que, en relativamente pocos años, se haya podido controlar. Ahora necesitamos gente con mejor corazón en la industria farmacéutica que faciliten lo necesario para podernos curar del todo.
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