Название: El doctor Thorne
Автор: Anthony Trollope
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Ópera magna
isbn: 9788432160806
isbn:
—La hipótesis sigue siendo remota.
—Pero, tío, yo soy una muchacha y puede que me case, o, en cierto modo, pienso casarme algún día.
—Esta última alternativa es verdaderamente posible.
—Por tanto, al ver que un amiga da este paso, no puedo hacer conjeturas como si yo estuviera en su lugar. Si yo fuera la señorita Gresham, ¿haría bien casándome?
—Pero Minnie, tú no eres la señorita Gresham.
—No, soy Mary Thorne. Es algo muy distinto, lo sé. Supongo que yo puedo casarme con alguien sin degradarme.
Era casi malévolo por su parte decir esto, pero no tenía la intención de decirlo en el sentido que parecía. No había logrado llevar a su tío a la cuestión que deseaba por el camino que había planeado y, al buscar otra ruta, había caído de repente en lugares desagradables.
—Lamentaría mucho que mi sobrina creyera eso —dijo él— y lamento, además, que lo diga. Pero, Mary, en honor a la verdad, apenas sé dónde me quieres llevar. Creo que no tienes la mente clara ni tampoco las palabras adecuadas.
—Te lo voy a decir, tío —y, en vez de mirarle a la cara, bajó la mirada hacia la hierba que yacía a sus pies.
—¿Y bien, Minnie? ¿Qué pasa? — y le tomó ambas manos entre las suyas.
—Creo que la señorita Gresham no debería casarse con el señor Moffat. Lo creo porque la familia de ella es alta y noble y porque la de él es baja e innoble. Si se tiene una opinión hecha al respecto, no cabe más que aplicarla a lo que nos rodea. Yo he aplicado mi opinión al caso. El siguiente paso será aplicársela al mío. Si yo fuera la señorita Gresham, no me casaría con el señor Moffat aunque él nadara en oro. Sé cuál es el rango de la señorita Gresham. Lo que quiero saber es: ¿cuál es mi rango?
Cuando había empezado a hablar se habían parado, pero, en cuanto acabó, el médico reanudó el paso y ella echó a andar con él. El médico andaba despacio sin contestarle y ella, como loca, proseguía su cadena de pensamientos.
—Si una mujer siente que no se rebajaría casándose con alguien de rango inferior, también debería sentir que no rebajaría al hombre que amase por permitirle casarse con alguien de rango inferior al suyo, es decir, casarse con ella.
—Eso no se sigue —replicó con rapidez el médico—. Un hombre eleva a la mujer a su nivel, pero una mujer adquiere el rango del hombre con quien se casa.
Volvieron a quedarse en silencio y reanudaron el paseo. Mary tomaba al tío del brazo con ambas manos. Estaba decidida a llegar a la cuestión y, después de meditar bien cómo iría mejor, dejó de andarse por las ramas e hizo la pregunta directa.
—¿Los Thorne son una familia tan buena como los Gresham?
—Desde el punto de vista genealógico, sí, querida. Es decir, cuando me dedico a ser un viejo tonto y a hablar de tales asuntos en un sentido diferente del que el mundo entero habla, puedo decir que los Thorne son tan buena familia o mejor que la de los Gresham, pero lamentaría decírselo con seriedad a alguien. Los Gresham ahora están mucho más alto en el condado que los Thorne.
—Pero son de la misma clase.
—Sí, sí. Wilfred Thorne, de Ullathorne, y nuestro amigo el hacendado son de la misma clase.
—Pero, tío, Augusta Gresham y yo, ¿somos de la misma clase?
—Bien, Minnie, nunca me verás a mí jactándome de ser de la misma clase que el hacendado, yo, un pobre médico rural.
—Tu respuesta no es imparcial, querido tío. Tío, ¿sabes que no me estás contestando con imparcialidad? Sabes a qué me refiero. ¿Tengo derecho a llamar a los Thorne de Ullathorne mis primos?
—¡Mary! ¡Mary! ¡Mary! —exclamó él tras una pausa de un minuto, dejando que ella le tomara las manos—. ¡Mary! ¡Mary! ¡Mary! ¡Ojalá me hubieras ahorrado todo esto!
—No te lo podía haber ahorrado toda la vida, tío.
—Ojalá sí. ¡Ojalá sí!
—Ahora ya está, tío, ya está dicho. Ya no te voy a afligir más. ¡Querido tío! Debería quererte aún más si eso fuera posible. ¿Qué sería de mí si no fuera por ti? ¿Qué habría sido de mí sin ti? —y se arrojó a sus brazos y, abrazándole, le besó la frente y las mejillas.
Ya no se dijeron nada más. Mary no hizo más preguntas ni el médico le ofreció más información. Si se hubiera atrevido, ella habría deseado preguntarle la historia de su madre, pero no se atrevió. No podría soportar que le hubiera dicho que su madre había sido, quizás, una mujer despreciable. Que era la hija auténtica de un hermano del médico ya lo sabía. Por poco que en la niñez le hubieran contado de sus parientes, por pocas palabras que hubiera empleado su tío para hablarle de su parentesco, sabía esto: que era la hija de Henry Thorne, hermano del médico e hijo del anciano clérigo. Pequeños incidentes que habían tenido lugar, incidentes inevitables, le habían hecho descubrir eso, pero ni una sola palabra había oído acerca de su madre. El médico, cuando hablaba de su juventud, se había referido a su padre, pero no había dicho ni una sola palabra de su madre. Hacía tiempo que sabía que era hija de un Thorne; ahora sabía que no era prima de los Thorne de Ullathorne, que no era prima, como mínimo, en el sentido corriente del término, ni sobrina de su tío, a menos que él le diera permiso especial para serlo.
Cuando se acabó la conversación, ella se dirigió sola al salón y allí se sentó para pensar. No llevaba así mucho tiempo cuando se le acercó su tío. No se sentó, ni siquiera se quitó el sombrero que llevaba todavía, pero, acercándose más, le dijo estas palabras:
—Mary, después de lo que ha pasado, sería muy injusto y muy cruel dejarte sin contar otra cosa: tu madre fue muy desgraciada en muchas cosas, pero no en todo. Sin embargo, el mundo, que es muy terco en algunas cosas, nunca la juzgó por ser desgraciada. Te cuento esto, hija, para que respetes su memoria —y, diciendo esto, salió sin darle tiempo a contestar.
Lo que le dijo, se lo dijo por piedad. Percibió cuáles serían sus sentimientos al pensar ella que tenía que sonrojarse a causa de su madre, que no sólo no podía hablar de su madre sino que tampoco podía pensar en ella con inocencia y, para mitigar tal tristeza y, además, para hacer justicia a la mujer a quien su hermano había perjudicado, se obligó a sí mismo a revelarle lo dicho más arriba.
Luego anduvo un rato a solas el médico, hacia un lado y otro del jardín, pensando en lo que había hecho con respecto a la muchacha y dudando si había hecho bien o mal. Había decidido, cuando le entregaron a su cargo a la recién nacida, que no le diría nada de su madre y que nada descubriría ella de su madre. Deseaba dedicarse a la niña huérfana de su hermano, la última semilla de la casa de su padre, pero no quería hacerlo entablando relaciones familiares con los Scatcherd. Se enorgullecía de ser, en cierto modo, un caballero y de que ella, si iba a vivir a su casa, a sentarse a su mesa y a compartir su hogar, sería una dama. No mentiría a nadie sobre ella, no diría a nadie que ella era distinta o mejor de lo que era. La gente, como era natural, hablaría de ella, pero no dejaría que nadie le hablara de ella. Se formó tal concepto de sí mismo —concepto no sin motivos— que, si alguien le hablaba de ella, le haría guardar silencio. Nunca reclamaría para ella —a pesar de haber llegado al mundo sin posición legítima— nunca reclamaría para ella ninguna СКАЧАТЬ