El doctor Thorne. Anthony Trollope
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Название: El doctor Thorne

Автор: Anthony Trollope

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Ópera magna

isbn: 9788432160806

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СКАЧАТЬ en marido y mujer. La condesa se había cuidado de hacer inteligible a su cuñada y sobrina que, a pesar de que el señor Moffat sería ideal para una hija de Greshamsbury, no le permitirían poner los ojos en un vástago femenino de Courcy Castle.

      —No es que personalmente nos desagrade —dijo Lady Amelia—, sino que el rango tiene sus inconvenientes, Augusta.

      Como Lady Amelia estaba más cerca de los cuarenta que de los treinta y aún se le dejaba andar

      puede presumirse que en su caso el rango poseía graves inconvenientes.

      A esto Augusta no tenía nada que objetar. Si era deseable o no para una De Courcy, el partido era para ella y no cabía duda acerca de la riqueza del hombre cuyo nombre iba a adoptar: había hecho el ofrecimiento, no a ella, sino a su tía; había dado el consentimiento, no ella, sino su tía. Si hubiera recapitulado todo lo que había pasado entre ella y el señor Moffat, habría descubierto que no había más que la conversación más corriente entre una pareja de baile. No obstante, iba a ser la señora Moffat. Todo lo que el señor Gresham sabía de él era que, cuando lo vio por primera y única vez, era exigente en extremo en materia de dinero. Había insistido en recibir diez mil libras con su esposa y, al final, rehusó seguir con el trato a menos que obtuviera seis mil libras. El pobre hacendado se comprometió a pagarle esta última suma.

      El señor Moffat había sido uno o dos años diputado por Barchester. Todos los intereses De Courcy le habían ayudado en su visión de la antigua ciudad. Era un whig, claro. Partiendo de los días del pasado, no sólo Barchester había devuelto un miembro whig al Parlamento, sino que además se declaraba que, en las próximas elecciones, ahora cercanas, enviaría a un radical, un hombre sometido a la votación, a la economía en todos los aspectos, alguien que llevaría a cabo la política de Barchester con toda su virulencia abrupta, violenta y pestilente. Ese hombre era Scatcherd, un gran contratista ferroviario, nativo de Barchester, que había adquirido propiedades en la zona y que había logrado cierta popularidad ahí y en todos lados por la violencia de su oposición democrática a la aristocracia. De acuerdo con los principios políticos de este hombre, deberíamos reírnos como locos de los conservadores, pero también deberíamos odiar como bellacos a los whig.

      El señor Moffat se dirigía ahora a Courcy Castle para velar por sus intereses electorales y la señorita Gresham iba a regresar con su tía para encontrarse con él. La condesa ansiaba que Frank las acompañara. Su gran doctrina, que él debía casarse por dinero, la había proclamado con autoridad y había sido recibida sin duda. Ahora iba más lejos y decía que no había tiempo que perder, que no sólo debía casarse por dinero, sino que debía hacerlo cuanto antes. La espera era peligrosa. Los Gresham —claro que sólo se refería a los miembros masculinos de la familia— eran ridículamente bondadosos. Nadie podía decir qué iba a pasar. Siempre estaba en Greshamsbury esa señorita Thorne.

      Esto era más de lo que podía soportar Lady Arabella. Protestó alegando que no había la menor razón en suponer que Frank desgraciaría la familia. Aun así, la condesa insistía:

      — Quizás no —dijo—, pero, cuando se permite relacionarse a gente joven de rango completamente diferente, no se puede decir qué peligro puede surgir. Todos sabemos que el anciano señor Bateson —padre del actual señor Bateson— se ha fugado con el ama de llaves y que el señor Everbeery, cerca de Taunton, se ha casado el otro día con una cocinera.

      —Pero el señor Everbeery siempre estaba borracho, tía —dijo Augusta, sintiéndose invitada a hablar en defensa de su hermano.

      —No importa, querida. Estas cosas pasan y son dignas de temer.

      —¡Qué horrible! —exclamó Lady Amelia—. Mezclar la mejor sangre del país y allanar el camino a las revoluciones.

      Esto era imponente, pero, no obstante, Augusta no pudo evitar sentir que quizás ella mezclaría la sangre de sus futuros hijos al casarse con el hijo de un sastre. Se consoló confiando en que, de cualquier modo, no allanaba el camino a ninguna revolución.

      — Cuando se necesita mucho algo —dijo la condesa— nunca es demasiado pronto. Veamos, Arabella, yo no digo que vaya a pasar nada, pero sí que es una posibilidad: la señorita Dunstable viene a visitarnos la semana entrante. Todas sabemos que cuando el anciano Dunstable murió el año pasado, dejó más de doscientas mil libras a su hija.

      —Es muchísimo dinero, en verdad —dijo Lady Arabella.

      —Lo pagaría todo y mucho más —afirmó la condesa.

      —Vendían pomadas, ¿verdad, tía? —preguntó Augusta.

      —Creo que sí, querida. Algo llamado «ungüento del Líbano» o algo por el estilo. De lo que no hay duda es del dinero.

      —¿Qué edad tiene ella, Rosina? —preguntó la ansiosa madre.

      —Unos treinta, supongo. Pero no creo que eso signifique gran cosa.

      —Treinta —dijo Lady Arabella, bastante lúgubre—. Y ¿cómo es? Me parece que a Frank le empiezan a gustar las chicas jóvenes y bonitas.

      —Pero seguro, tía —dijo Lady Amelia— que, ahora que ha adquirido la discreción de un hombre, no rehusará considerar lo que debe a la familia. El señor Gresham de Greshamsbury tiene que mantener una posición.

      El título De Courcy pronunciaba estas últimas palabras con el tono que emplearía un cura párroco al advertir a un joven granjero de que no debería ponerse a la misma altura que un labrador.

      Al final se decidió que la condesa en persona transmitiría a Frank una invitación especial a Courcy Castle y que, en cuanto lo tuviera ahí, haría todo lo que estuviera en sus manos por impedir su regreso a Cambridge y acelerar el matrimonio con la señorita Dunstable.

      —Una vez pensamos en la señorita Dunstable para Porlock —dijo con inocencia—, pero cuando averiguamos que no eran más de doscientas mil libras, desechamos la idea.

      Las condiciones con que la sangre De Courcy podía permitirse mezclarse, debe suponerse que eran muy elevadas, verdaderamente.

      Enviaron a Augusta a que buscara a su hermano y lo mandara al salón pequeño donde se hallaría la condesa. Ahí iba a tomar el té la condesa, aparte del mundo exterior, y ahí, sin interrupción, iba a impartir la gran lección a su sobrino.

      Augusta encontró a su hermano y lo encontró en la peor de las compañías, al menos así lo habrían pensado las exigentes De Courcy. La mezcla de sangre del anciano señor Bateson y el ama de llaves, y del señor Eberbeery y la cocinera, además del camino allanado a la revolución, todo se presentó a la mente de Augusta cuando halló a su hermano andando sin más compañía que la de Mary Thorne; es más, andando muy cerca de ella.

      Cómo se las había apañado para dejar a su antiguo amor y estar tan pronto con el nuevo, o, mejor, para dejar a su nuevo amor y estar con el antiguo, no nos detendremos a desentrañar. Si de verdad Lady Arabella hubiera sabido todo lo que había hecho su hijo al respecto, si se hubiera figurado lo muy cerca que andaba de la iniquidad del señor Bateson y de la locura del señor Everbeery, se habría apresurado a enviar a su hijo a Courcy Castle y a los brazos de la señorita Dunstable. Días antes del comienzo de nuestra historia, el joven Frank había jurado con juiciosa seriedad —en lo que pretendía fuera su mayor juiciosa seriedad, su mayor y sobria seriedad— que amaba a Mary Thorne con un amor que las palabras no alcanzaban expresar, con un amor que no podría morir, ni borrarse, ni disminuir, que СКАЧАТЬ