Название: El doctor Thorne
Автор: Anthony Trollope
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Ópera magna
isbn: 9788432160806
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¡Es tan difícil para un joven proclamar sentenciosamente un principio de moralidad, o incluso expresar un buen sentimiento corriente, sin darse aires ridículos, sin asumir fingida grandeza!
—¡Oh, claro, colega! —dijo el honorable John, riéndose—. Es lo más natural. Ya nos entendemos sin decirlo. Por supuesto que Porlock sentiría exactamente lo mismo del viejo. Pero si el viejo echara a andar, creo que Porlock se consolaría con treinta mil al año.
—No sé lo que haría Porlock. Siempre está peleándose con mi tío, lo sé. Sólo hablaba de mí. Nunca me he peleado con mi padre y espero no hacerlo nunca.
—Está bien, muchacho crecido. Me atrevo a decir que no te pongan a prueba, pero si alguien lo hace, antes de que pasaran seis meses te parecería que está muy bien ser el amo de Greshamsbury.
—Estoy seguro de que no me lo parecería.
—Muy bien, que así sea. No serías como el joven Hatherly, de Hatherly Court, en Gloucestershire, cuando su padre estiró la pata. Conoces a Hatherly, ¿verdad?
—No; nunca le he visto.
—Ahora es Sir Frederick y tiene, o tenía, una de las mayores fortunas de Inglaterra para ser un plebeyo. La mayor parte ya ha volado. Bueno, cuando se enteró de la muerte del viejo, estaba en París, pero regresó a Hatherly tan rápido como le pudo llevar el tren y los caballos de posta y llegó a tiempo para el funeral. Al dirigirse a Hatherly Court desde la iglesia, estaban poniendo la señal de luto en la puerta. El amo Fred vio que los de pompas fúnebres habían puesto en la parte inferior: Resurgam. ¿Sabes lo que significa?
—¡Oh, sí! —dijo Frank.
—«Volveré» —dijo el honorable John, traduciendo el latín en beneficio de su primo—. «No», dijo Fred Hatherly, mirando el luto. «¡Ojalá no lo hagas, viejo! Sería demasiada broma. Me cuidaré de eso». Así que se levantó por la noche, se fue acompañado de unos amigos, y pintaron, donde estaba el Resurgam, Requiescat in pace, lo que significa, como sabes, «sería mucho mejor que te quedaras donde estás». A esto yo lo llamo bueno. Fred Hatherly hizo esto, tan cierto como... como... como te lo digo.
Frank no pudo evitar reírse de la historia, en especial por la manera de traducir de su primo el lema de las pompas fúnebres. Luego se dirigieron de las caballerizas a la casa para vestirse para la cena.
El doctor Thorne había llegado a la casa poco antes de la hora de la cena, a petición del señor Gresham, y se hallaba sentado con el hacendado en la sala de lectura —así llamada— mientras Mary hablaba con alguna muchacha arriba.
—Debo reunir diez o doce mil libras, diez como mínimo —dijo el señor, que estaba sentado en su habitual sillón, cerca de la mesa camilla, con la cabeza apoyada en la mano y con aspecto muy diferente al del padre del heredero de una noble propiedad, que ese día cumplía la mayoría de edad.
Era el uno de julio y, como era natural, no estaba encendida la chimenea; pero, no obstante, el médico se encontraba de espaldas al hogar, con los faldones recogidos en los brazos, como si estuviera ocupado, ahora que era verano como solía hacer en invierno, en hablar y en calentarse a la vez.
—¡Doce mil libras! Es una cantidad muy grande de dinero.
—He dicho diez mil —dijo el señor.
—Diez mil es una cantidad grande de dinero. Sin duda se las dará. Scatcherd se las entregará, pero sé que esperará a cambio los títulos de propiedad.
—¡Qué! ¿Por diez mil libras? —preguntó el hacendado—. No hay más deuda registrada contra la propiedad que la suya y la de Armstrong.
—Pero la suya ya es muy grande.
—La de Armstrong no es nada: unas veinticuatro mil libras.
—Sí, pero él va en primer lugar, señor Gresham.
—Bueno, ¿y qué? Oyéndole hablar, cualquiera pensaría que no queda nada en Greshamsbury. ¿Qué son veinticuatro mil libras? ¿Sabe Scatcherd cuáles son los ingresos de los alquileres?
—Oh, sí, lo sabe de sobra. Desearía que no lo supiera.
—Pues, entonces, ¿por qué molesta tanto por unas cuantas miles de libras? ¡Los títulos de propiedad!
—Lo que quiere es sentirse seguro para cubrir lo que ya ha adelantado antes de dar más pasos. Yo desearía por su bien que no tuviera necesidad de pedir otro préstamo. Creía que las cosas ya estaban arregladas desde el año pasado.
—Oh, si hay problemas, Umbleby lo hará por mí.
—Sí, y ¿cuánto tendrá que pagar?
—Pagaría el doble para que no se me hablara así—, dijo el hacendado, enfadado. Mientras hablaba, se levantó bruscamente del sillón, se metió las manos en los bolsillos traseros, anduvo con rapidez hacia la ventana y volvió de inmediato, sentándose de nuevo en el sillón—. Hay cosas que un hombre no puede soportar, doctor —dijo, dando un taconazo con el pie—, aunque Dios sabe que ahora debería ser paciente, pues voy a tener que soportar muchas cosas. Sería mejor que le dijera a Scatcherd que le agradezco su oferta, pero que no le molestaré.
El médico, durante este arranque de enojo, había permanecido en silencio, dando la espalda a la chimenea y sujetando en los brazos los faldones. Sin embargo, aunque no dijera nada, su rostro era muy elocuente. Se sentía desdichado. Le apenaba mucho ver que al hacendado le volvía a faltar dinero tan pronto y también que esta falta le amargara tanto y le hiciera tan injusto. El señor Gresham le había atacado, pero, como estaba decidido a no pelearse con él, se abstuvo de contestar.
El hacendado también permaneció en silencio unos minutos, pero como no estaba dotado para el silencio, pronto se vio obligado a volver a hablar.
—¡Pobre Frank! —exclamó—. Estaría del todo tranquilo si no fuera por el daño que le he hecho. ¡Pobre Frank!
El médico dio unos pasos, salió de la alfombra y, sacando la mano del bolsillo, la posó con suavidad en el hombro del señor.
—Todo le saldrá bien a Frank —dijo—. No es absolutamente necesario que un hombre posea catorce mil libras al año para ser feliz.
—Mi padre me dejó la propiedad entera y yo se la debería dejar entera a mi hijo. Pero usted esto no lo entiende.
El médico entendía sus sentimientos perfectamente. El hecho, por otra parte, era que, a pesar de que se conocían desde hacía mucho, el hacendado no entendía al médico.
—Ojalá pudiera, señor Gresham —dijo el médico—. Así se sentiría más feliz, pero no puede ser y, por tanto, se lo repito, todo le saldrá bien a Frank, aunque no herede catorce mil libras al año. Me gustaría que esto se lo dijera usted a sí mismo.
—¡Ah, usted no lo entiende! —insistió el hacendado—. Usted no sabe lo que se siente cuando... ¡Ah, bueno! No tiene sentido molestarle con lo que no tiene arreglo. Quisiera saber si Umbleby anda por aquí.
El médico volvía a estar de pie dándole la espalda a la chimenea y con las manos en los bolsillos.
—¿No ha visto a Umbleby al entrar? —volvió СКАЧАТЬ