Название: Arriva Italia
Автор: Marcos Pereda
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
isbn: 9788412277678
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Sencillamente lo hacía.
Cuando Bartali vuelve a Florencia le espera su esposa Adriana, que está embarazada. Aquellos últimos meses de guerra son especialmente dramáticos en la ciudad del Arno, con los alemanes quemando en su huida todo lo que pudiera ser de utilidad a los aliados (el único puente de la ciudad que se salvó fue el Ponte Vecchio, supuestamente a instancias del propio Hitler, que ordenó que todos los accesos a la villa fueran destruidos salvo el más hermoso de ellos) y enormes bolsas de población viviendo por las calles, en los jardines de los palacios renacentistas.
Una noche, en mitad de la devastación de una ciudad que fue la de Dante y ahora es solamente ruinas, pasado y dolor, Adriana se pone de parto. Ambos se asustan, el niño llega demasiado pronto, y las condiciones no son las ideales. Gino coge su bicicleta y pedalea, pedalea más fuerte que nunca, mucho más que en el Izoard, más rápido aún que en el Tourmalet, para encontrar un médico. Tarde. Al volver a casa y acercarse a la cama donde reposa su mujer contempla una escena que se clavará en el alma para siempre. Adriana está ensangrentada y apenas respira. Junto a ella, un pequeño bulto de carne. El bebé, su niño, ese que iba a llamarse Giorgio, como aquel hermano que se perdió. Ese. Allí. Inerte.
Gino vela toda la noche a Adriana, guardados los sentimientos en el bolsillo de guardar recuerdos. Teme perder, ahora, a la compañera de su vida, la mujer con la que tanto ha compartido. Es una madrugada larguísima, con ruido de detonaciones al fondo y palabras delirantes de Adriana arañando sus oídos, preguntando por su pequeño, dónde está mi pequeño, por qué no me dejan ver a mi niño. Gino cierra los ojos. Quizás reza.
Al día siguiente su esposa está mejor, parece que conseguirá salir adelante. Bartali abandona su habitación dejando allí al médico, y coge la bicicleta para ir a casa de un amigo suyo que es carpintero. Le dice que le fabrique un pequeño ataúd, con la mejor de las maderas. Le dice que no se lo diga a nadie. De vuelta a casa se acerca al lecho de su esposa, la besa con ternura, susurra un todo irá bien. Luego introduce el cuerpo de su hijo, de aquel hijo a quien nunca enseñará a andar en bici, en el pequeño ataúd, lo pone bajo el brazo, y vuelve a coger su máquina. Atraviesa de esta forma una Florencia en llamas, el Campo de Marte con miles de ciudadanos acampados allí, carreteras plagadas de agujeros por el efecto de los obuses, muros semiderruidos. Miseria, dolor. Pedalea, pedalea con todas sus fuerzas, el rostro arrasado en lágrimas, hasta el cementerio de Ponte a Ema, con sus lápidas blancas, con su aire romántico. Allí deja la bici en el suelo, y lleva el pequeño ataúd (pero, ¿cómo puede ser tan pequeño? ¿cómo algo tan diminuto puede contener una vida?) hasta la cripta familiar. Lo deposita justo al lado de donde descansaba su hermano Giulio, el que fue ciclista.
Cuando vuelva a casa abrazará a su mujer y ambos se dejarán llevar por el llanto. Durante muchos años jamás, jamás, hablarán de lo ocurrido.
Con el final de la contienda cercano Bartali empieza a pensar en reemprender su carrera como ciclista. Pero en la devastada Florencia de la época no encuentra el material mínimo necesario para un deportista profesional. Así que, de mala gana por abandonar a su esposa, emprende un viaje hasta Milán montado en su vieja bici. Cuando llega a la capital lombarda le sorprende ver una muchedumbre en la Piazzale Loretto. Gino, curioso, se acerca y ve los cadáveres de Mussolini, Clara Petacci, Bombacci, Achille Starace y Pavolini colgados boca abajo del techo de una gasolinera. La turba escupe y golpea al cadáver del dictador, le arrojan excrementos, chillan maldiciones aquellos mismos que habían sonreído animosamente a su paso tan solo unos años antes. Bartali, asustado, se escabulle intentando no llamar la atención. No importa, nadie mira. Era un espectáculo obsceno, dirá después, un testimonio salvaje de la crueldad en aquellos tiempos. Lo que habían representado esos cuerpos, lo que representaba ese odio… aquella no era la Italia que yo había soñado para mí y para mi familia.
Palabra de Gino Bartali. Héroe de la Segunda Guerra Mundial. Justo entre los Justos.
Ser humano, claro.
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