Название: Excombatientes y fascismo en la Europa de entreguerras
Автор: Ángel Alcalde Fernández
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia
isbn: 9788491349280
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La actitud de Benito Mussolini en aquellos momentos ha de ser entendida dentro del contexto del intervencionismo. Mussolini había sido un socialista revolucionario y, desde 1912, editor del periódico socialista Avanti! en Milán. Sus ideas ya habían entrado habitualmente en conflicto con la ortodoxia socialista, pero sería con el movimiento intervencionista cuando derivaría hacia la derecha política.5 De acuerdo con su particular visión de la ideología revolucionaria y movido por sus lecturas de los intelectuales de La Voce, Mussolini abogó por la intervención en el otoño de 1914. Fundó su propio periódico intervencionista, Il Popolo d’Italia: Quotidiano socialista, y cortó sus lazos con el Partido Socialista Italiano (PSI) en noviembre para posteriormente participar en el encuentro fundacional de los Fasci d’Azione Rivoluzionaria, un grupo que defendía la intervención «revolucionaria» en la guerra. Tras una serie de agrias disputas con los socialistas en las páginas de su periódico, Mussolini aplaudió la declaración de guerra y fue llamado a filas por el ejército italiano como simple recluta. Al igual que él, muchos otros jóvenes siguieron un camino similar hacia la experiencia bélica, algunos presentándose como voluntarios, si bien la mayoría fueron reclutas forzosos.
El ejército italiano de la Primera Guerra Mundial movilizó a casi seis millones de personas, que en su mayoría tuvieron que ser persuadidas de combatir y hacer sacrificios en nombre de la patria. Los campesinos componían el 45 % del ejército, mientras que los trabajadores industriales solían quedar exentos de servir en la línea del frente. La vida militar se caracterizó por unas relaciones entre oficiales y tropa extremadamente jerarquizadas. Los oficiales de alto y medio rango solían provenir de las clases sociales acomodadas; eran una élite de unos 250.000 individuos, de los cuales 200.000 no eran militares de carrera sino civiles movilizados. La propaganda bélica italiana cultivó una imagen del «campesino soldado» (contadino soldato), dechado de obediencia, devoción y resignación, pero este mito, desarrollado por los oficiales de clase burguesa, contrastaba con las duras realidades del frente,6 donde una férrea disciplina atenazaba a los reclutas. Durante los primeros años de la guerra, no se generó ningún tipo de consenso bélico entre los italianos. De hecho, los socialistas terminaron por adoptar una posición ambigua en torno al esfuerzo de guerra, expresada en el lema «ni apoyo, ni sabotaje» (né aderire, né sabotare). De hecho, la lucha contra los austrohúngaros carecía de sentido para muchos individuos, exasperados por los minúsculos pero costosos avances y retrocesos en los frentes de los Alpes, a lo largo del río Piave, en el Monte Grappa, en la meseta rocosa del Carso, o en las recurrentes batallas del río Isonzo.7 Fue en este último lugar donde Mussolini tuvo su propio bautismo de fuego.
¿Cómo se materializó el interés de Mussolini por los combatientes como futuros actores políticos? Que Mussolini concebía la guerra como un hecho revolucionario era algo evidente ya en 1914, pero su particular fe en los soldados y veteranos como agentes políticos tardaría en madurar. En verdad, si bien la experiencia bélica confirió a Mussolini un aura de guerrero, su expediente militar no destacó por heroico, ya que pasó mucho tiempo hospitalizado en retaguardia y su última acción de guerra data de febrero de 1917, cuando fue herido de manera accidental. Mussolini tampoco pudo cumplir su deseo de alcanzar el grado de oficial, aunque se sintiese identificado con estos y fuesen jóvenes oficiales de rango medio los principales lectores y colaboradores de su periódico.8 Fue su fuerte compromiso nacionalista con las reclamaciones territoriales que exigía Italia lo que le indujo a exaltar a los soldados del frente como ariete del esfuerzo bélico. Ya en diciembre de 1916 escribió que en las trincheras estaba asistiendo al nacimiento de una nueva y mejor élite que gobernaría Italia en el futuro: la «trincherocracia» (trincerocrazia).9 Sin embargo, por muy grande que fuese su entusiasmo por los combatientes de primera línea, en febrero de 1917 Mussolini volvió a Milán como periodista y editor de Il Popolo d’Italia. No sería hasta más tarde, durante el crítico año de 1917, cuando la ideología de Mussolini daría el giro crucial.
La Revolución rusa es el primer y principal factor para explicar la deriva de Mussolini hacia una nueva ideología que ensalzaría a los futuros excombatientes como campeones de la nación. Al estallar la revolución de febrero de 1917, los intervencionistas de Il Popolo d’Italia celebraron ver el supuesto carácter revolucionario de la guerra dando sus primeros frutos.10 No obstante, pronto comenzaron a temer que esta revolución podría suponer la retirada del aliado ruso del conflicto.11 Esta posibilidad horrorizaba a Mussolini por dos razones. Primero, porque tal «traición» sería perjudicial para Italia y los países aliados. Y segundo, y aún más importante, porque una paz negociada en Rusia como consecuencia de la revolución sería un hecho que desmentiría radicalmente su propia interpretación sobre la pretendida naturaleza revolucionaria de la guerra. Il Popolo d’Italia insistía en esta última idea: el periódico apuntaba que los soldados rusos, sobre todo los oficiales jóvenes, habían apoyado la revolución, pero al mismo tiempo afirmaba que estos debían continuar combatiendo hasta la victoria final.12 En julio de 1917, Mussolini, eufórico por el avance de los soldados rusos frente a los alemanes, se decía partidario de una posible dictadura encabezada por Kerensky.13 Como vemos, Mussolini se inclinaba por la continuación de la guerra a cualquier precio, subordinando toda mejora social destinada a la población –incluyendo a los soldados– a los intereses superiores del esfuerzo bélico nacional. Cuando se frustró la última ofensiva rusa debido a la falta de entusiasmo de las tropas, Mussolini acusó a los agitadores bolcheviques del fracaso. En general, para la burguesía intervencionista italiana, ese giro indeseado de la Revolución rusa presagiaba posibles peligros en Italia. Muchos individuos como Mussolini ya planteaban ominosos paralelismos con Rusia cuando el ejército italiano, tras años de guerra brutal, rozó el colapso en el otoño de 1917. La duodécima batalla de Isonzo, el denominado desastre de Caporetto, fue una derrota traumática que empujó al ejército y la sociedad italiana a una profunda crisis.14
Al coincidir con la fase final de la Revolución rusa, СКАЧАТЬ