El fuego de la montaña. Eduardo de la Hera Buedo
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Название: El fuego de la montaña

Автор: Eduardo de la Hera Buedo

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Testigos

isbn: 9788428565011

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СКАЧАТЬ vivencias que Papini nos cuenta, en su libro La seconda nascita, se refiere a un episodio conmovedor, que él titula así: La muerte de Midio.

      Midio era el hijo de un amigo de Papini. Había regresado de la guerra (del frente de los Alpes) gravemente enfermo, y ahora se encontraba en un hospital de Florencia. El escritor lo visitaba con frecuencia e intentaba llevarle un poco de consuelo. Con la medicación de entonces resultaba muy difícil frenar el mal que aquejaba a Midio.

      Poco a poco, Papini se fue dando cuenta de que aquel joven no era un personaje literario, extraído de alguna obra de ficción (de entre las muchas que él había devorado). Midio era de carne y hueso. Cada vez menos carne y más hueso. Midio se moría. ¿Qué respuesta tenía el escritor para Midio? ¿Qué podía aportarle él? Ninguna filosofía salvaría a Midio de su angustia, del miedo que experimentaba frente al inevitable final.

      ¿Qué es la vida? –se preguntaba Papini–. ¿Para qué nos preparamos mientras vivimos? ¿Y qué es la muerte? ¿El muro negro contra el que se estrellan todos nuestros proyectos? ¿Qué es la muerte? ¿La otra cara, la más sombría, de nuestra existencia? ¿Un nuevo nacimiento?

      Aquel día se celebraba, precisamente, la Pascua del Señor resucitado. Como otros muchos días, Papini se dirigió al hospital a visitar a Midio.

      —¿Cómo te encuentras?

      —Más o menos igual. Tal vez, peor. Pero no debieras de haber venido. Hoy es una fiesta especial. ¿No deberías estar con tu familia?

      —Tú también eres mi familia. Por otro lado, hoy debemos estar alegres. ¡Cristo ha resucitado!

      ¿Dijo esto como una frase hecha? ¿Lo dijo para aportar un poco de aliento a aquel creyente que era Midio? El caso es que Papini lo dijo, y no pensaba desdecirlo.

      Midio hizo un esfuerzo por sonreír. Lo que se proclamaba en las iglesias con alborozo, acompañado del aleluya, allí sonaba de otro modo: más fuerte y contundente.

      Clavó su mirada en Papini:

      —¡Es verdad: Jesús ha resucitado! También nosotros resucitaremos, ¿verdad?

      Entonces el escritor cayó en la cuenta de la hondura de lo que Midio acababa de decir. «Yo no sabía, yo (el ciego), que también resucitaría con Cristo». «Yo resucitaría gracias a Midio, gracias al que estaba a punto de morir y sonreía».

      El día que Midio murió, Giovanni Papini se encontraba allí, en el hospital, a su cabecera. El joven abrió los ojos y reconoció al escritor. Lo miró con ternura y dijo:

      —¡Oh, Giovanni!

      Falleció enseguida. Nunca olvidaría Papini la última mirada del amigo muerto. Fueron aquellos ojos parecidos a los del «hermano eterno» que siempre acompañaron a Virata en su peregrinaje terreno –según cuenta, en su espléndido relato, el austriaco Stefan Zweig[35].

      Comentaría más tarde Papini:

      «Han pasado, después, años; se han producido cambios en mí, pero jamás he podido olvidar el rostro inocente de Midio, ni aquella voz que pronunció mi nombre con tanto amor. Ese nombre pronunciado por él en sus últimos momentos y de esa manera, resonó en mí más tarde como un llamamiento, como una invitación. Desde aquel día mi corazón fue menos malo, menos agrio que antes. Y hasta hoy rezo por él, a fin de que me perdone no haberle amado bastante»[36].

      El día que las hijas de Papini hicieron la Primera Comunión, el proceso de su inicial conversión se había cerrado. Fueron muchos pequeños y significativos acontecimientos los que entre Bulciano y Florencia se dieron cita para que Cristo fuera transformando el corazón rebelde, crítico y un tanto soberbio de Giovanni Papini. Los pobres entraron en su vida como una bendición: Erminia, su mujer; don Rufino, el párroco; aquel bautismo «in extremis»; la muerte de Midio y la cruz aquella de madera, clavada en el corazón de Bulciano...

      Lo demás ya lo conocen los lectores. Es su propia historia en la Historia de Cristo. Por cierto, después de su publicación no todo fueron aplausos. Algunos católicos más conservadores (curas y laicos) tal vez acostumbrados a otras historias de Cristo más dulzonas y tópicas, no entendieron el lenguaje fuerte de Papini. Así que sobre la cabeza del converso arreciaron algunas críticas a modo de tormenta. Pero también recibió reconocimientos y bendiciones, ya que el libro sería aplaudido por muchísimos católicos (sacerdotes, obispos y laicos) que entendieron el esfuerzo y mérito del escritor, recientemente converso[37].

      5. Después de su conversión

      A partir de comienzos de los años veinte (fecha aproximada de su conversión) Papini practicará un catolicismo combatiente, duro, polémico. Por supuesto, no abandonará su compromiso con la cultura (los libros y las artes); pero sus escritos tendrán ya un color y calor nuevos: el que imprime la fe.

      5.1. Agustín, el «númida africano»

      Escribirá, en 1929, una muy personal biografía (Sant´Agostino) de otro ilustre converso, Agustín de Hipona: el númida africano (como le llamaba Papini)[38]. Esta biografía no pretendía ser una paráfrasis de las Confesiones ni «una exposición completa de su pensamiento»[39]. Tan sólo intentaba Papini asomarse al alma del gran Padre de la Iglesia, a quien comparaba, en sus vuelos, a un cóndor (él se veía a su lado «como una hormiga con alas»).

      S. Agustín entró en la vida de Papini, primero como escritor de obra extensa y ferviente apasionado del saber humano; pero no puede decirse que lo conoció hasta bien «avanzada la juventud» y con una salvedad: de Agustín le interesaban más «las cuestiones humanas que las divinas»[40].

      «Puede decirse que, antes de volver a Cristo, san Agustín fue, con Pascal, el único escritor cristiano que yo leí con admiración no tan sólo intelectual. Y cuando yo forcejeaba por salir de los cubiles del orgullo a respirar el divino aire del absoluto, san Agustín me prestó inmensa ayuda»[41].

      Le parecía a Papini que existía alguna semejanza entre san Agustín y él: ambos eran aficionados a la literatura y a la palabra, ambos buscadores de filosofías, amantes de la verdad (hasta rondarles la «tentación del ocultismo»), ambos sensuales y ávidos de fama. Pero cuando Papini descubrió por la fe a Cristo, también san Agustín adquirió para él una luminosidad nueva: «Si una vez lo admiré como escritor, hoy le quiero como un hijo quiere a su padre, lo venero como un cristiano venera a un santo»[42].

      5.2. «La escala de Jacob»

      La escala de Jacob (1932) es una colección de artículos, escritos por su autor entre 1919 y 1931, cuyo nexo no es otro que la visión católica del mundo y de la fe en un Dios universal.

      Merece destacarse, entre estos artículos, el primero, titulado Amor y muerte (1919), cuyo tema central gira en torno al abandono, por parte de algunos cristianos, de la paradoja de la cruz (o de lo que la cruz significa) para ser sustituida por un paganismo de nuevo cuño, en el que triunfa el culto no precisamente a la belleza del Resucitado, sino al yo egoísta y violento que todos llevamos dentro. La pregunta que se hace Papini es esta: ¿La cruz llegará a coronar la esfera (el mundo) o la esfera saltará por los aires destrozada por el profesor Lucifer?[43].

      El segundo artículo que inserta La escala de Jacob se titula ¿Hay cristianos? (1919), y parte de esta afirmación: Nadie, excepto los santos (pocos numéricamente) han estado dentro del evangelio (lo han vivido a fondo). СКАЧАТЬ