Название: El fuego de la montaña
Автор: Eduardo de la Hera Buedo
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Testigos
isbn: 9788428565011
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Llama la atención también su artículo La juventud del catolicismo (1927), en el que, en contra de los que sostienen que el catolicismo está muerto, él afirma que dos mil años aún es una buena edad para la Iglesia, y que el catolicismo no sólo «no está agonizando, sino que por el contrario se halla apenas en su fase de preparación y de expectativa». Cristo continúa en la vida de la Iglesia: en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, pero también en la historia del devenir cristiano.
«Decidlo fuerte y gritad que nuestro Dios es un Dios joven, amigo de los niños y de los jóvenes (...) No os preocupéis si nuestros libros parecen antiguos y si nuestras iglesias están hechas de piedras seculares (...) Viejos, en cambio, son los enemigos del cristianismo. Vieja es la barbarie feroz que a cada tanto aflora en la humanidad; viejo es el paganismo que jamás ha muerto del todo en las almas bajas y mal convertidas...»[45].
Este es el problema que atenaza a Papini: el que los cristianos (él se incluía, sin duda) no estamos suficientemente convertidos. Y este es –según él– el gran problema de toda la Iglesia. Sabemos dónde está la fuente y con frecuencia andamos perdidos, lejos de Cristo, bebiendo en charcos y lodazales.
5.3. Gog, el monstruo viajero
Gog es de 1931. Todo el argumento del libro se sustenta en una ficción: un loco, llamado Gog, un monstruo «que debía tener medio siglo, alto, mal garbado, sin un solo cabello en su cuerpo», hombre rico y viajero, entrega al autor un fajo de manuscritos: «un envoltorio de seda verde». El demente supuestamente habría recogido en ellos reflexiones y experiencias de su vida: «eran apuntes sueltos, páginas de antiguos diarios, fragmentos de recuerdos, mezclados todos sin orden, sin fechas precisas, redactados en un inglés vulgar, pero bastante descifrable»[46].
«Se trata, me parece, de un documento singular y sintomático: espantoso, tal vez, pero de un cierto valor para el estudio del hombre de nuestro siglo»[47]. Es lo que le interesaba a su autor: hacer un retrato del hombre de su siglo. Pero, como el siglo que le tocó en suerte a Papini (primera mitad del siglo XX) fue bastante convulso y accidentado, el retrato que le sale resulta un tanto estremecedor y distorsionado. Las riquezas acumuladas han dado pie a que muchos caigan en la extravagancia. Unos caen, de hecho, y otros, en sueños. Todo ello le da pie a Papini para derrochar no sólo imaginación, sino también ironía y crítica, no exentas de horror y espanto.
Papini se cura en salud ya en el prólogo, y, siendo consciente de dónde está y de lo que vive después de su conversión, hace una advertencia: «Yo no puedo de ninguna manera aprobar los sentimientos y los pensamientos de Gog y de sus interlocutores. Todo mi ser, que ahora se ha renovado con mi retorno a la Verdad, no puede menos que aborrecer lo que Gog cree, dice o hace»[48].
En el comienzo del libro nos encontramos con una cita del Apocalipsis: «Satán será liberado de su cárcel y saldrá para reducir a las naciones, a Gog y Magog...»[49]. La obra suma más de cincuenta relatos breves, entre los que desfilan toda clase de personajes, algunos un tanto originales y estrafalarios, como el Duque de Hermosilla de Salvatierra, personaje imaginario («último descendiente de una de las más gloriosas familias de la vieja Castilla») que Papini sitúa en Burgos. Es curiosa la visión que de Castilla (supongo que también de España) tenía Papini: gentes de abolengo, fieles a D. Ruy Díaz de Vivar (el Cid Campeador), instaladas en un apasionado culto al pasado, toreros e inquisidores...
Después de enseñarle su curioso palacio, poblado de maniquíes con vestidos de época, en el que el Duque había «revivido» a todos sus antepasados (menos a un afrancesado), Gog-Papini decide marcharse aquella misma noche de Burgos. La visita al palacio del Duque de Salvatierra le había producido «no ya terror, sino una especie de náusea que me quitaba la respiración». «Las ventanas se hallaban cerradas, la luz era escasa y el aire apestaba a alcanfor, a moho y a Historia putrefacta»[50].
Otro de los personajes españoles con los que se encuentra Gog (y en el libro no aparece ningún español más) es don Ramón Gómez de la Serna, el famoso autor de las greguerías. Tal vez Papini lo admiraba o le tenía, cuando menos, como un personaje curioso: «lo encontré, por la noche, en el famoso Café del Pombo, rodeado de siete jóvenes morenos que fumaban cigarrillos, escuchando en éxtasis al maestro de las greguerías». «Ramón Gómez de la Serna es un señor moreno, gordo y amable, que tiene el aire de burlarse perpetuamente de sí mismo»[51]. En este capítulo, Papini aprovecha para criticar, una vez más, la codicia del tener y atesorar: «La plata, a fuerza de ser manejada por los hombres, ha adquirido la palidez opaca de los tísicos, y el oro, de tanto permanecer encarcelado en las criptas de los bancos, da señales de locura. Y con razón, pues lo hemos separado de su hermano celeste, el sol»[52].
En Detroit, Gog nos llevará a un encuentro con el padre de la industria del automóvil, Henry Ford (1863-1947). En este personaje condensa Papini la visión que él tiene del típico hombre norteamericano de negocios:
«Nadie ha comprendido bien los místicos principios de mi actividad (...) Se reducen al Menos Cuatro y al Más Cuatro y a sus relaciones: El Menos Cuatro son: disminución proporcional de los operarios; disminución del tiempo para la fabricación de cada unidad vendible; disminución de los tipos de los objetos fabricados, y, finalmente, disminución de los precios de venta. El Más Cuatro, relacionado íntimamente con el Menos Cuatro, son: aumento de las máquinas y de los aparatos, con objeto de reducir la mano de obra; aumento indefinido de la producción diaria y anual; aumento de la perfección mecánica y de los productos; aumento de los jornales y de los sueldos»[53].
Ante la pregunta de dónde sacarán los hombres de otros países dinero para comprar sus máquinas, supuesto que sus métodos de fabricación anularían, en parte, la industria de dichos países, Henri Ford responde:
«Los clientes extranjeros pagarán con los objetos producidos por sus padres y que nosotros no podemos fabricar: cuadros, estatuas, joyas, tapices, libros y muebles antiguos (...) Todo, cosas únicas que no podemos reproducir con nuestras máquinas (...) Entre los europeos y los asiáticos aumenta cada día la manía de poseer los aparatos mecánicos más modernos y disminuye al mismo tiempo el amor hacia los restos de la vieja cultura. Llegará pronto el momento en que se verán obligados a ceder sus Rembrandt y Rafael, sus Velázquez y Holbein, las Biblias de Maguncia y los códices de Homero (...), para obtener de nosotros algunos millones de coches y de motores. Y de este modo, el almacén retrospectivo de la civilización universal deberán venir a buscarlo a Estados Unidos, con gran ventaja, por otra parte, para las industrias del turismo...»[54].
Es así como, en su libro, Gog-Papini sigue asombrándonos con sus visitas y encuentros. En New Parthenon hay milagros y milagreros a domicilio; en una isla del Pacífico (¿imagen del mundo?) por cada nacimiento deberá producirse una muerte («el espanto del hambre ha hecho inventar a los oligarcas papúes un sistema estadístico muy burdo, pero preciso»); en Chicago se topan con la FOM (Friends of Mankind), una organización que, partiendo del principio de que el aumento continuo de la humanidad es contrario al bienestar de la propia humanidad (Malthus tenía razón), la organización se dedicará a hacer desaparecer racionalmente «a los que sean menos dignos de vivir»...[55]
Gog nos acompañará, también, a Ahmedabad (India) a hacer una interesante visita al Mahatma Gandhi; nos hablará de un caníbal arrepentido y de un historiador al revés; de un arquitecto de ciudades inverosímiles y de un abogado partidario de castigar a los inocentes; de un defensor y adalid de la religión СКАЧАТЬ