Название: Conflicto cósmico
Автор: Elena G. de White
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9789875678019
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En Constanza, a Hus se le concedió plena libertad. Al salvoconducto del emperador se añadió una seguridad personal de protección por parte del Papa. Pero violaron estas repetidas declaraciones, y después de muy corto tiempo el reformador fue arrestado por orden del Papa y los cardenales, y arrojado en un inmundo calabozo. Más tarde fue transferido a un fuerte castillo que estaba al otro lado del Rin, y allí mantenido como preso. También el Papa fue pronto confinado en la misma cárcel,[5] habiéndose comprobado que era culpable de los crímenes más bajos, además de asesinatos, simonía, adulterio, y “pecados que no podían ser mencionados”. Pronto fue privado de la tiara. Los antipapas también fueron depuestos, y se eligió un nuevo pontífice.
Aunque el Papa mismo era culpable de crímenes mayores que los que Hus había atribuido a los sacerdotes, el mismo concilio que degradó al pontífice procedió a condenar al reformador. Su encarcelamiento excitó gran indignación en Bohemia. El emperador, poco dispuesto a que se violara su salvoconducto, se opuso a la decisión tomada contra Hus. Pero los enemigos del reformador presentaron argumentos para probarle que “no debía cumplirse la palabra empeñada con herejes, y con personas sospechosas de herejía, aunque se les hubiera provisto de salvoconductos del emperador y los reyes”.[6]
Debilitado por la enfermedad –el húmedo calabozo le produjo una fiebre que casi terminó con su vida–, Hus fue traído por fin ante el concilio. Cargado de cadenas apareció en presencia del emperador, cuya buena fe había sido empeñada para protegerlo. Mantuvo firmemente la verdad y expresó una solemne protesta contra las corrupciones del clero. Al pedírsele que eligiera entre retractarse de sus doctrinas o sufrir la muerte por medio del martirio, aceptó esto último.
La gracia de Dios lo sostuvo. Durante las semanas de sufrimiento que precedieron a su sentencia final, la paz del cielo llenó su alma. “Escribo esta carta –le decía a un amigo– en mi prisión, y con mi mano encadenada, esperando que mañana se cumpla mi sentencia de muerte... Cuando, con la ayuda de Cristo Jesús, nos encontremos de nuevo en la paz deliciosa de la vida futura, tú descubrirás cuán misericordioso se ha mostrado Dios hacia mí, cuán eficazmente me ha sostenido en medio de mis tentaciones y mis pruebas”.[7]
El triunfo previsto
En su calabozo, Hus previó el triunfo de la fe verdadera. En sueños vio al Papa y a los obispos desfigurando los cuadros de Cristo que él había pintado en los muros del palacio de Praga. “Esta visión lo perturbó. Pero al día siguiente volvió a soñar y entonces vio a muchos pintores ocupados en restaurar estos cuadros en mayor número y con colores más brillantes... Los pintores... rodeados por una inmensa multitud, exclamaron: ‘Ahora que vengan los papas y los obispos; nunca los volverán a desfigurar...’ ” Dijo el reformador: “La imagen de Cristo nunca será desfigurada. Han querido destruirla, pero será pintada de nuevo en todos los hogares por predicadores mucho mejores que yo”.[8]
Por última vez Hus fue traído ante el concilio, una vasta y brillante asamblea: estaban el emperador, los príncipes de todo el imperio, los delegados reales, cardenales, obispos, sacerdotes y una gran multitud.
Se le pidió que expresara su última decisión, y Hus declaró que se negaba a abjurar. Fijando su mirada en el monarca que en forma tan vergonzosa había violado la palabra empeñada, declaró: “Determiné, por mi propia y libre voluntad presentarme ante este concilio bajo la pública protección y la fe del emperador aquí presente”.[9] El bochorno cubrió la cara de Segismundo mientras los ojos de todos se fijaban en él.
Habiéndose pronunciado la sentencia, comenzó la ceremonia de degradación. De nuevo se lo exhortó a retractarse, pero Hus replicó, volviéndose hacia el pueblo: “¿Con qué cara me presentaría en el cielo? ¿Cómo miraría yo a las multitudes de hombres a quienes he predicado el evangelio puro? No; aprecio más su salvación que este pobre cuerpo, condenado ahora a la muerte”. Se le quitaron las ropas sacerdotales una por una, y cada obispo pronunciaba una maldición mientras realizaba su parte de la ceremonia. Finalmente “colocaron sobre su cabeza una gorra de papel en forma piramidal, en la cual había pintadas figuras de demonios, y con la palabra ‘archihereje’ bien clara al frente. ‘Muy gozosamente –dijo Hus– usaré esta corona de vergüenza por tu causa, oh Cristo, porque por mí llevaste la corona de espinas’ ”.[10]
Hus muere en la hoguera
Entonces fue conducido hacia afuera. Una inmensa procesión lo siguió. Cuando todo estaba listo para que el fuego fuera encendido, el mártir, una vez más, fue exhortado a salvarse renunciando a sus errores. “¿A qué errores –dijo Hus– renunciaré? No me reconozco culpable de ninguno. Pongo a Dios por testigo de que todo lo que he escrito y predicado ha sido con el propósito de rescatar a las almas del pecado y la perdición; y, por lo tanto, muy gozosamente confirmaré con mi sangre la verdad que he escrito y predicado”.[11]
Cuando se encendieron las llamas en torno a él, comenzó a cantar: “Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí”, y así continuó hasta que su voz fue silenciada para siempre. Un celoso partidario del Papa, describiendo el martirio de Hus, y el de Jerónimo, que fue realizado poco tiempo después, dijo: “Se prepararon para el fuego como si fueran a una fiesta matrimonial. No pronunciaron ningún clamor de agonía. Cuando se elevaban las llamas, comenzaron a cantar himnos; y apenas la vehemencia de las hogueras pudo detener sus cantos”.[12]
Cuando el cuerpo de Hus había sido consumido, sus cenizas se arrojaron al Rin, y éste las llevó al océano para que fueran semillas esparcidas por todos los países de la tierra. Aun en lugares en aquel tiempo todavía desconocidos habían de producir abundante fruto en forma de testigos de la verdad. La voz que se oyó en la sala del concilio de Constanza despertaría ecos en todos los siglos venideros. Su ejemplo animaría a multitudes a permanecer firmes frente a la tortura y la muerte. Su ejecución exhibió ante el mundo la maligna crueldad de Roma. ¡Los enemigos de la verdad estaban promoviendo la causa que trataban de destruir!
Sin embargo la sangre de otro testigo debía hablar de la verdad. Jerónimo había exhortado a Hus a mantener el valor y la firmeza, declarando que si cayera en peligro, él se apresuraría en su ayuda. Al enterarse del apresamiento del reformador, el fiel discípulo se preparó para cumplir con su promesa. Sin un salvoconducto se puso en marcha hacia Constanza. Al llegar, se convenció de que solamente se había expuesto a sí mismo al peligro sin la posibilidad de hacer nada por Hus. Huyó entonces, pero fue arrestado y traído de vuelta, cargado de cadenas. En su primera aparición en el concilio, sus tentativas de responder fueron apagadas con gritos: “¡A las llamas con él!”[13]Fue arrojado en un calabozo y alimentado con pan y agua. Las crueldades que rodearon su prisión le acarrearon enfermedad y amenazaron su vida; pero como sus enemigos temieron que la muerte lo librara de sus manos, lo trataron con menos severidad, aunque permaneció preso durante un año.
Jerónimo se somete al concilio
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