Название: Conflicto cósmico
Автор: Elena G. de White
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9789875678019
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Pese a las cruzadas contra ellos y a la inhumana carnicería a la cual fueron sometidos, este pueblo temeroso de Dios continuó enviando misioneros para difundir la preciosa verdad. Se los perseguía para darles muerte, y sin embargo su sangre regaba la semilla sembrada y producía fruto.
Así los valdenses dieron testimonio en favor de Dios siglos antes que apareciera Lutero. Ellos implantaron la semilla de la Reforma que empezó en los días de Wiclef, se desarrolló y se afirmó en los días de Lutero, y ha de avanzar hasta el fin del tiempo.
[1] J. H. Merle D’Aubigné, History of the Reformation of the Sixteenth Century [Historia de la Reforma del siglo XVI], lib. 17, cap. 2.
[2]Wylie, lib. 1, cap. 7.
[3]Ibíd., lib. 16, cap. 1.
Capítulo 5
Mensajeros de una era mejor
Dios no había permitido que su Palabra fuera totalmente destruida. En diferentes países de Europa hubo hombres que fueron movidos por el Espíritu de Dios a buscar la verdad como si trataran de encontrar tesoros escondidos. Guiados providencialmente a las Sagradas Escrituras, estaban dispuestos a aceptar la luz a cualquier costo. Aunque no veían todas las cosas claramente, pudieron percibir muchas de las verdades por largo tiempo sepultadas.
Había llegado el tiempo en que las Escrituras le fueran dadas al pueblo en su idioma nativo. El mundo había pasado por su medianoche. En muchos países aparecían señales del amanecer que se aproximaba.
En el siglo XIV se levantó en Inglaterra “el lucero de la Reforma”. Juan Wiclef se destacó en el colegio por su ferviente piedad así como por su sana erudición. Educado en la filosofía especulativa, en los cánones de la iglesia y en la ley civil, estaba preparado para empeñarse en la gran lucha en favor de la libertad civil y religiosa. Había adquirido la disciplina intelectual de las escuelas, y entendía las tácticas de los hombres letrados. El carácter extenso y completo de su conocimiento exigía el respeto tanto de amigos como de enemigos. Sus adversarios se veían en la imposibilidad de burlarse de la causa de la reforma porque no podían encontrar ignorancia o debilidad en quien la sostenía.
Mientras Wiclef todavía estaba en el colegio, inició el estudio de las Escrituras. Hasta aquí había sentido una gran necesidad, que ni sus estudios formales ni la enseñanza de la iglesia podían satisfacer. En la Palabra de Dios encontró aquello que en vano había buscado en otros conocimientos. Aquí vio a Cristo presentado como el único Abogado en favor del hombre, y se propuso proclamar las verdades que había descubierto.
Al principio Wiclef no se declaró opuesto a Roma. Pero cuanto más claramente comprendía los errores del papado, más fervorosamente presentaba las enseñanzas de la Biblia. Vio que Roma había abandonado la Palabra de Dios para reemplazarla por la tradición humana. Valientemente acusó a los sacerdotes de haber ocultado las Escrituras, y exigió que la Biblia le fuera restaurada al pueblo y que su autoridad fuera restablecida en la iglesia. Era un predicador capaz y elocuente, y su vida diaria era una demostración de las verdades que predicaba. Su conocimiento de las Escrituras, la pureza de su vida, y su valor e integridad ganaron la estima general. Muchos vieron la iniquidad de la Iglesia Romana, y saludaron con alegría no disimulada las verdades presentadas por Wiclef. Pero los dirigentes papales se llenaron de ira; el reformador estaba logrando una influencia mayor que la de ellos.
Un hábil detector del error
Wiclef se daba cuenta fácilmente del error, y con valor atacó los abusos sancionados por Roma. Mientras era capellán del rey, asumió una posición valiente en contra del pago del tributo reclamado por el Papa al monarca inglés. La pretensión del Papa de que tenía autoridad sobre los gobernantes seculares era contraria tanto a la razón como a la revelación. La demanda del Papa había levantado indignación, y las enseñanzas de Wiclef ejercían su influencia sobre las mentes más destacadas de la nación. El rey y los nobles se unieron para rehusar el pago de este tributo.
Los monjes mendicantes pululaban en Inglaterra, y atentaban contra la grandeza y la prosperidad de la nación. La vida de los monjes, ociosa y de vagancia, era no solamente una pérdida para los recursos del pueblo, sino que hacía que el trabajo útil se mirara con desprecio. Por el ejemplo de los tales, los jóvenes eran desmoralizados y se corrompían. Muchos eran inducidos a dedicarse a la vida monástica no sólo sin el consentimiento de sus padres, sino aun sin su conocimiento y hasta en contra de sus órdenes. Debido a esta “monstruosa inhumanidad”, como Lutero la denominó más tarde, y “participando más del espíritu del lobo y del tirano que del espíritu de un cristiano y de un hombre”, el corazón de los niños se endurecía contra sus padres.[1]
Aun los estudiantes de las universidades eran engañados por los monjes y seducidos para unirse a sus órdenes. Y una vez que estaban entrampados les resultaba imposible obtener libertad. Muchos padres rehusaban mandar a sus hijos a las universidades, las escuelas decayeron, y prevalecía la ignorancia.
El Papa había concedido a estos monjes la facultad de escuchar confesiones y otorgar perdón, lo cual era una fuente de muchos males. Con el propósito de obtener ganancias, los frailes estaban tan listos a conceder la absolución que hasta los cristianos recurrían a ellos, y los peores vicios aumentaban rápidamente. Los donativos que podrían haber aliviado tanto a enfermos como a pobres se entregaban a los monjes. La riqueza de los frailes aumentaba constantemente, y sus magníficos edificios y mesas bien servidas hacían más evidente la pobreza creciente de la nación. Sin embargo, los frailes continuaban manteniendo su dominio sobre las multitudes supersticiosas y les hacían pensar que todo el deber religioso se reducía a reconocer la supremacía del Papa, adorar a los santos y hacer regalos a los monjes, y esto era suficiente para obtener un lugar en el cielo.
Wiclef, con claro discernimiento, atacó las raíces del mal, declarando que el sistema mismo era falso y debía ser abolido. Se estaban despertando la discusión y la investigación. Muchos se preguntaban si no debían pedir perdón a Dios y no al pontífice de Roma. “Los monjes y sacerdotes de Roma –decían ellos– nos están comiendo como un cáncer. Dios debe librarnos, o el pueblo perecerá”.[2] Los monjes mendicantes pretendían estar siguiendo el ejemplo del Salvador, y declaraban que Jesús y sus discípulos habían sido sostenidos por la caridad del pueblo. Esta pretensión inducía a muchos a ir a la Biblia para descubrir la verdad por sí mismos.
Wiclef comenzó a escribir y a publicar folletos contra los frailes, para llamar la atención del pueblo a las enseñanzas de la Biblia y a su autor. Él no podría haber elegido una forma más eficaz de derrocar ese edificio gigantesco que el Papa había levantado, y en el cual muchos estaban cautivos.
Wiclef, llamado СКАЧАТЬ