Название: Despertar en armonía y equilibrio
Автор: Pamela Castillo Silva
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная психология
isbn: 9789564023021
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Llegó a mí un libro que me ayudó mucho: Usted puede sanar su vida, de Louise L. Hay. En el libro ella postula que el problema raíz de todos los demás es que no nos amamos. El amor a nosotros mismos comienza con la disposición a aceptarnos en vez de criticarnos. Explica el poder de las afirmaciones para poder cambiar creencias negativas por positivas.
Me propuse repetir una de las afirmaciones favoritas de Louise L. Hay: “Me amo y acepto como soy”. La recomendación era repetir esta frase unas 300 veces al día. Hice una innovación a este método aprovechando la canalización de la Energía Universal al momento de pensar la afirmación. La potente combinación de este pensamiento de alta vibración con la energía era equivalente a repetirla cincuenta veces a viva voz. La energía aceleró el proceso y los resultados fueron maravillosos. Empecé a sentirme más segura para cambiar actitudes que fueron reflejando un mayor amor a mí y hacia los demás. Desde ese entonces hago este ejercicio cada cierto tiempo porque la baja vibración de nuestro planeta me tiende a confundir.
Con el tiempo fui descubriendo el sentido de mi vida como piezas de un rompecabezas. Algunas piezas aparecieron rápidamente. Otras tardaron muchos años en revelarse. Si bien todavía me falta mucho para completar mi puzzle, el paisaje de algunas áreas se ve con mayor claridad.
La travesía
Un día, tan igual como otros tantos, fui al gimnasio a hacer mi rutina de 20 minutos de caminadora más la serie de pesas y máquinas que aparecían en mi hoja de entrenamiento. El gimnasio tenía una serie de pantallas que mostraban distintos programas para hacer más llevadera la tediosa caminata en banda. Como diría mi mamá, “cansa y no llena”. Después de unos minutos mareada por la música y los programas de televisión, decidí cerrar los ojos y concentrarme en mi caminata. Era importante estar atenta para no caerme, mis pasos estaban marcados por la máquina.
En un instante desapareció la música de altos decibeles. Aparecí caminando detrás de un grupo de niños que se dirigían a su escuela. Su caminar coincidía perfectamente con el ritmo de la caminadora. Sin más, sabía que estaba en Alemania a principios del siglo pasado, antes de la Primera Guerra Mundial. El sol primaveral estaba radiante y el aire fresco me sugería que había llovido la noche anterior. Después de mantenerme unos instantes tras la caravana, pregunté ¿Quiénes son ellos? Mi respuesta fue un acercamiento de esta película a uno de los chicos. Tendría unos doce años, era rubio y con algunos kilos de sobrepeso. Vestía pantalones cortos y calcetines altos. En ese momento supe que ese chico fui yo, en mi vida anterior a ésta. Lo veía por detrás y a medida que aumentaba el acercamiento comenzó a girar su mirada hacia mí. La expectación que generó ese encuentro me sacó de la escena y abruptamente volví al gimnasio. No sabía qué pensar. No pude continuar con la rutina de ejercicios y me fui a casa.
Esa fue la primera vez que tuve una regresión. Recordé al cura de la parroquia de mis padres. Sentí ganas de contarle que sus sospechas acerca de la reencarnación eran reales. Después recordé a mi Maestra cuando nos habló la primera vez del ser interno y supe que era cierto. Ahora no tenía absolutamente ninguna duda sobre esto.
Tengo la convicción de que la vida es un viaje a este planeta-escuela para aprender lecciones que nos permitirán evolucionar. Para esto vivimos muchas experiencias que nos mostrarán si logramos aprobar el nivel y pasar al siguiente. De lo contrario, volvemos al punto de partida. No es extraño sentir que vivimos la misma escena una y otra vez, donde solo cambian los actores y la escenografía, pero la trama se mantiene. En estas escenas, si actuamos nuestro papel usando el mismo guion, obtendremos el mismo cierre. Si no prestamos atención, comenzamos a creer que la vida es así, encerrándonos dentro de un realismo que nos paraliza.
Mi travesía a este planeta comenzó en el vientre de mi madre. En ese período de transición mi conexión con lo divino era equivalente a la unión con mi mamá a través del cordón umbilical y la placenta. La contención con la divinidad, que me envolvía y protegía, era equivalente al líquido amniótico de la bolsa uterina. Toda mi energía estaba al servicio del desarrollo y término de mi gestación.
Mi viaje incluía un programa de lecciones previamente acordadas para lograr mi cometido. En mi equipaje estaban mis talentos y los recursos que requería para tener éxito en esta nueva vida. Todo lo que necesitaba entender se me revelaría conforme a mi avance. Existía un detalle: toda esta claridad no sería tangible al momento de encarnar. Desde el momento de nacer tendría que encontrar mis claves para la decodificación en un mundo donde no había cabida para el misterio y el asombro.
Siempre admiré en los bebés su confianza para expresar libremente sus emociones. Su convicción en su propia capacidad creadora está intacta. La pregunta que me mantuvo ocupada por mucho tiempo fue: “si yo también fui bebé, ¿qué pasó con el entendimiento de mi perfección?”.
Fui descubriendo que durante mi niñez y adolescencia no recibí las claves correctas para conectarme con mi capacidad creadora, ni para desarrollar mis talentos y dones. Por el contrario, recibí mucha información impregnada de miedo, culpa, tristeza y rabia. Terminé por adoptar una realidad que me excluía de la posibilidad de cambiar y de ser protagonista de mi vida. Era como partir a un viaje de estudios y terminar en otro país completamente desconocido y sin pasaporte.
Si supieran quién soy, no me querrían
En la previa a mi nacimiento, las apuestas a favor de que el segundo hijo de mis padres fuera un varón eran muy superiores a que naciera una niña. A mi papá, si bien le gustaba la idea, no estaba ansioso por ello. Contrariamente mi mamá estaba convencida que por fin tendría a su primer hijo varón; sus comadres así lo pronosticaban por la forma de la panza y otras creencias de ese estilo.
Todo estaba dentro de lo esperado hasta que llegó la fecha estimada para el parto. Sin embargo, para ese día mi mamá todavía no había tenido contracciones. El atraso de mi llegada fue aumentando sin ningún motivo aparente. El obstetra le comunicó a mi madre que, si bien todo se veía normal, esperaría algunos días más. Si no, procedería a una cesárea. El último día del plazo llegaron las ansiadas contracciones y después de un parto relativamente expedito, nací. Cuando el doctor le informó a mi mamá que yo era una niña, ella lloró desconsolada, porque ansiaba la llegada de un hijo.
Nelly, mi madre, después del desencanto inicial rápidamente me aceptó como su nueva hija y se ocupó de lubricar mi piel de recién nacida, que se había secado por la excesiva permanencia en la bolsa uterina. Finalmente buscó un nombre adecuado para mí, porque solo había tenido uno en mente: Rodrigo.
Descubrí que mi demora para nacer era por temor a no ser acogida como nueva integrante de mi familia, ya que esperaban a otra persona
Muchos años después descubrí que mi demora para nacer era por temor a no ser acogida como nueva integrante de mi familia, ya que esperaban a otra persona. Apareció en mi vida apenas tuve conciencia una sentencia que me acompañaría por muchos años: “Si supieran quién soy, no me querrían”.
Nuestra vida está llena de respuestas que se manifiestan abiertamente para que las podamos ver. A medida que estemos atentos ganaremos expertiz y podremos encontrar nuestras claves para la decodificación de nuestro programa. Algunas veces las respuestas están atrapadas en nuestro árbol genealógico por lo que se hace necesario mirar hacia atrás, antes de nuestro tiempo.
Mis ancestros
Siempre llamó СКАЧАТЬ