Название: Álvaro Obregón
Автор: Jorge F. Hernández
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9786078564576
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“La obra de la secretaría debía ser triple en lo fundamental, quíntuple en el momento —escribió Vasconcelos—. Las tres direcciones esenciales eran: escuelas, bibliotecas y dirección de las bellas artes. Las dos actividades auxiliares: incorporación del indio a la cultura hispánica y desanalfabetización de las masas. Cuando nosotros empezamos a crear no había, ni en la capital, una sola biblioteca moderna bien servida”.
La virtud de Obregón fue permitirle a Vasconcelos hacer y deshacer. Desde la trinchera de la Secretaría de Educación Pública, el ministro alentó el surgimiento de la mexicanidad, parida por la revolución y desconocida hasta entonces por la sociedad mexicana.
Del afrancesamiento porfiriano quedaban sólo escombros. La cultura, la educación, el conocimiento del nuevo estado debía abrevar de dos fuentes: los clásicos de la cultura universal y los valores mexicanos. Vasconcelos se comprometió con su idea, proyectó obra espiritual y obra material. Por cuatro años México se convirtió en la capital cultural de América Latina, el viejo sueño bolivariano de la unidad continental parecía cumplirse al menos en el ámbito de la educación y la cultura.
Desde el ministerio se emprendieron un gran número de obras por todo el país: escuelas públicas, bibliotecas, se construyó el Estadio Nacional en la Ciudad de México, porque de acuerdo con la visión vasconcelista de la educación, no era suficiente con la formación intelectual de las nuevas generaciones, también era indispensable el ejercicio físico “Mente sana en cuerpo sano”, era la frase del momento.
A través de la Secretaría de Educación se desarrollaron programas como los desayunos escolares para los alumnos de escasos recursos, se organizaron misiones culturales, a través de las cuales, los maestros recorrieron el país llevando la letra escrita, libros y enseñanza. Para este programa Vasconcelos se inspiró en los misioneros del siglo XVI que recorrieron el territorio novohispano para evangelizar a la población.
El presidente Álvaro Obregón y el licenciado José Vasconcelos durante una ceremonia de entrega de diplomas de la Secretaría de Educación Pública, ©42024, ca. 1922. Secretaría de Cultura-INAH, SINAFO.
El secretario de Educación impulsó un amplio programa editorial que contempló la publicación masiva de los “clásicos” de la literatura y cultura universal con la intención de que llegaran al mayor número de lectores posibles aunque, por entonces, el nivel de analfabetismo todavía era escandaloso, rebasaba más del 90% de la población. También se publicaron importantes revistas culturales como El maestro.
Fueron años fundacionales para la cultura. Luego de la turbulencia revolucionaria, la sociedad encontró en las raíces de lo mexicano —su paisaje, su historia, sus tradiciones, su música, sus letras— elementos para las nuevas creaciones. A partir de 1922, Vasconcelos entregó a Diego Rivera, José Clemente Orozco y otros artistas, los muros de distintos edificios públicos para que plasmaran su propia visión de la historia y la cultura nacional, dando pie al nacimiento del muralismo mexicano. En ese mismo año, Vasconcelos viajó a Sudamérica para asistir a las fiestas del Centenario de la independencia de Brasil.
Para Vasconcelos era fundamental que la gente se acercara a otras manifestaciones del arte y la cultura a través de los espectáculos y, por lo cual, desde la Secretaría de Educación Pública se organizaron conciertos sinfónicos los domingos por la mañana, primero en los teatros, y poco después al aire libre.
“Llevé a uno de estos conciertos a Obregón —escribió Vasconcelos— que tenía bastante sentido de la cultura para soportarlos. Le gustaban, sin embargo, más los festivales al aire libre. Por el momento, a mí también, porque ellos eran creación y germen para el desarrollo de muchas artes nacionales, del traje, la danza y el canto. Sacar el espectáculo al sol era una de mis preocupaciones”.
En una ocasión, se presentó Electra en uno de los teatros de la capital a la cual asistió Vasconcelos; terminada la obra le pidió a la empresa que ofreciera la misma puesta en escena en el viejo Hemiciclo de Chapultepec, al aire libre. El artista Roberto Montenegro improvisó un escenario griego y la representación fue un éxito.
Siguiendo el ejemplo puesto por Vasconcelos durante su gestión como secretario de Educación Pública, en los siguientes años se construyeron teatros al aire libre, como el de San Juan Teotihuacan (1925), al cual fue el presidente Calles no pocas veces; el teatro al aire libre de la colonia Hipódromo-Condesa (1928), obra de los arquitectos Leonardo Noriega y Francisco Xavier Stavoli, estilo art-déco y que fue bautizado con el nombre de Charles Lindbergh, luego de que el famoso piloto que hizo el primer vuelo trasatlántico de Nueva York a París en 1927 sin escalas, viniera de visita a México. Otro teatro al aire libre fue el de Balbuena construido en 1929 al igual que la carpa itinerante “Morelos”, erigida a instancias del gobierno del Distrito Federal para llevar espectáculos a distintos puntos de la ciudad.
Algunos intelectuales, escritores y artistas, decidieron también presentar una alternativa cultural al teatro de revista. En enero de 1928 comenzó la primera temporada del Teatro Ulises, en un improvisado local de la calle de Mesones, donde se montaron obras inéditas y de autores hasta ese momento desconocidos, traducidas por intelectuales de la talla de Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Antonieta Rivas Mercado, entre otros. Fue la misma Antonieta, la que impulsó, un año después, junto con Carlos Chávez, la creación de la Orquesta Sinfónica de México, que inició su temporada de conciertos en el Teatro Esperanza Iris.
Al finalizar la década de 1920, el Atlas General del Distrito Federal señalaba como principales centros de espectáculos de la Ciudad de México, “el Teatro Principal, en la calle de Bolívar; Teatro Iris, en la calle de Donceles; Teatro Fábregas, en la calle de Donceles; Teatro Ideal en la calle de Dolores; Teatro Lírico, en la calle República de Cuba; Teatro Politeama, entre la Plaza de las Vizcaínas y San Miguel; Teatro de la Comedia (antes Hidalgo) en la calle de Regina; Teatro Regis, en la avenida Juárez”.
EL FIN DE LA UTOPÍA
La situación política hacia finales de 1923 puso fin a la cruzada educativa de José Vasconcelos. Con la sucesión presidencial en ciernes, a fines de 1923, Adolfo de la Huerta renunció a la Secretaría de Hacienda para lanzarse a competir por la silla presidencial. Obregón le cerró el paso. Tenía ya designado al sucesor: Plutarco Elías Calles. Don Adolfo se opuso a la imposición y se levantó en armas. Para hacer frente a la rebelión, y buscando tener el reconocimiento de Estados Unidos, el gobierno obregonista firmó los Tratados de Bucareli que favorecían a las compañías petroleras establecidas en México.
Con el apoyo gringo, el presidente, que no permitía desafíos militares, encabezó personalmente la campaña contra los rebeldes y para mayo de 1924 regresó victorioso a la Ciudad de México. Entre 1920 y 1924, la vieja guardia de la revolución desapareció a manos del obregonismo. Fueron víctimas de la traición, del asesinato o del paredón de fusilamiento durante la revolución delahuertista.
A principios de 1924, Vasconcelos presentó su renuncia al no esclarecerse el asesinato de Field Jurado, senador que criticó la firma de los Tratados de Bucareli, pero el presidente Obregón la rechazó. Vasconcelos permaneció unos meses más al frente de la secretaría y alcanzó a ver concluida la gran obra material del régimen: el Estadio Nacional.
Pero el fin de su gestión sólo era cuestión de tiempo: en julio renunció definitivamente y presentó su candidatura al gobierno de Oaxaca, la cual perdió ante el candidato oficial. Dada la situación política del país, Vasconcelos decidió retirarse a la vida privada. Por entonces comenzó a circular su revista La antorcha, en su primera época; posteriormente salió СКАЧАТЬ