Del pisito a la burbuja inmobiliaria. José Candela Ochotorena
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СКАЧАТЬ barrió la modernización legal de la condición de la mujer conseguida en la República. Lo primero que hará es abolir los derechos recientemente conquistados, como la igualdad ante la ley y la equiparación de derechos en el matrimonio. El único matrimonio será el canónico y la mujer casada tiene el deber de obedecer al marido y seguirle en la fijación de residencia; la patria potestad recae sobre el marido e incapacita a la mujer para establecer relaciones comerciales sin el permiso del marido, ni trabajar sin su consentimiento. El Fuero del Trabajo se comprometía «a liberar a la mujer casada del taller y de la fábrica» y consideraba el trabajo de la mujer una amenaza para la feminidad, la maternidad y la dedicación al hogar. En correspondencia con esa visión de lo femenino, la calidad humana de las mujeres se valoraba por la maternidad en el matrimonio y, como tal, era parte de los símbolos de la época. Como muestra, esta intervención en la Semana del Suburbio de Barcelona de 1957:

      Nacieron en el año que se toma como base (1955) 295 hijos ilegítimos de madre catalana y 791 de madre no catalana, porcentaje muy pequeño en relación con los 23.423 hijos de legítimo matrimonio. Justo es confesar que la mujer española conserva todavía un sentimiento altísimo de la dignidad y el pudor (Joaniquet).

      El periodo de difusión de ideas de emancipación femenina, la Segunda República, había sido muy corto para cambiar los valores tradicionales católicos sobre los roles en la familia (Molinero, 1998: 117), y además estuvo la represión. La ofensiva conservadora encontró por lo tanto poca resistencia y vino de la mano de la Sección Femenina y Acción Católica, ambas de acuerdo en que la formación de la mujer tenía que crear un patrón de conducta basado en el patriotismo, la religión como moral y la puericultura como deber, y en dirigir sus aspiraciones a la realización de esos tres principios con la posesión y cobijo en un hogar (Gallego, 1983: 89). Con sus políticas hacia la mujer, el franquismo logró a veces consenso y otras, pasividad de las mujeres, vistas ellas como instrumento para conseguir sumisión y conformidad en la familia. Juan Goytisolo lo refleja en La Resaca, una de sus primeras novelas. En ella Ginés, labrador extremeño y republicano, recién salido de la cárcel por sindicalista, e inmigrante en Barcelona, es imprecado por su mujer por el hambre que pasan sus hijos y por vivir en una chabola: «Te lo había repetido [...] la política no puede dar más que disgustos» (2005: 739).

      El «mito» del hogar se unía al de la mujer, madre y esposa, en la casa falangista, que combinó la represión con la manipulación de «valores muy interiorizados como abnegación, sacrificio, maternidad y hogar como ámbito familiar» (Gallego, 1983: 14). En la Semana del Suburbio hubo una propuesta de crear cooperativas para la comercialización de los productos fabricados por las mujeres de un barrio, el presidente de la Unión Territorial de Cooperativas contestó lo siguiente:

      Creo que estas cooperativas de producción para la mujer no son un estímulo, hemos de llegar a un momento en que la mujer casada no tenga que trabajar. Que sea el hombre el que, con sus ocho horas de trabajo pueda mantener dignamente su hogar, su mujer y sus hijos (Semana del Suburbio...: 95).

      Por lo tanto, el franquismo ofrecía a las mujeres el matrimonio como la única opción de vida y empleo; posibilidad siempre frustrada por la falta de medios de las familias trabajadoras, obligadas por una legislación y cultura social en contra de completar los ingresos familiares con empleos precarios fuera del hogar. En esas condiciones, las mujeres católicas de clase media fueron las principales promotoras de la permanencia femenina en el hogar. Como propagandistas de Acción Católica llevaron a cabo campañas de vacunación infantil, economatos y bolsas de trabajo en los barrios pobres (Arce, 2005: 261), que acompañaban con su discurso nacionalcatólico. Las miserables condiciones del trabajo de la mujer, la cultura patriarcal que aportaba del medio rural y la influencia de la Iglesia facilitaron la penetración del mensaje de que la mujer tenía un puesto definido por sus obligaciones como «ama de casa», espacio que había que resaltar y defender. Marichu de la Mora, periodista de Arriba, escribía en 1944 un artículo en la Revista Nacional de Arquitectura titulado «Por las Sufridas Amas de Casa»:

      Todo lo que es tono menor en una casa (cocinas, lavaderos, armarios, etc., etc.) aparenta estar hecho con la sola preocupación de demostrar al público que su cuidado o estudio hubiera sido denigrante para el arquitecto [...] [las amas de casa] estamos –y cuanto más en estos tiempos de escasez de vivienda– a merced de los arquitectos, y si ellos no se apiadan de nosotras y no nos conceden el poseer, al menos, un poquito de razón, estamos perdidas (RNA, 1944: 30).

      La representación del cuerpo de la mujer devino en lo que aún sigue siendo para el pensamiento nacionalcatólico: una propiedad pública en usufructo del varón para la maternidad, a beneficio de la grandeza de la nación (Nash, 2012; Molinero, 2003). Como escribía Arrese (1940: 83):

      Los grandes desastres de los pueblos van siempre precedidos por un descenso de población [...]. Si los gobiernos, en vez de tolerar la propaganda anticoncepcionista, se hubieran preocupado por proteger a las familias numerosas, hubieran cumplido con su obligación de conducir a la patria por los caminos de la prosperidad ¿Quiénes, si no los nacidos de hoy, son los hombres que mañana han de defender a España?

      Sin embargo, a pesar de la presión, las mujeres en España no aumentaron la natalidad (Molinero, 1998), que solo arrancó cuando las condiciones de vida se suavizaron en las décadas de los años cincuenta y sesenta, y se estabilizaron las condiciones que facilitaban los matrimonios jóvenes (Brandis, 1983). El aumento de la nupcialidad y la oferta de vivienda social fueron de la mano, sin que sea posible saber quién tiró del otro.

      3.3 Familia, cultura y propaganda

      La familia fue un argumento muy importante del adoctrinamiento franquista al país, y los periódicos y revistas fueron un vehículo de esa propaganda. El régimen controló la prensa escrita e incluso tuvo una prensa cinematográfica (el NO-DO), pero respetó los medios de la Iglesia. Esta defendió sus publicaciones y, sabiéndose muy pronto por encima del bien y del mal, se dedicó a prescribir qué problemas debían considerarse prioritarios y cuáles no, mientras utilizaba sus medios para organizar su congregación (Diéguez, 2001).

      La literatura y el cine estuvieron sometidos a la censura, como toda la creación cultural, pero los escritores y directores inventaron múltiples procedimientos para eludirla. A pesar de la persecución y la ausencia de legalidad para la libertad, el régimen no llegó a impedir que los autores burlaran el filtro del censor y se tomaran la libertad de crear (Díaz, 2001: 16). Buena parte de la cultura de esos años, en sus mejores manifestaciones, incluso la literatura de los adeptos, fue una cultura de amplia orientación crítica, aunque sujeta a una comprensible autolimitación (ibíd.: 17). También la literatura pensada como guiones radiofónicos, y luego editada por fascículos, estaba fuertemente sometida a la censura. Unas y otros no eludieron los graves problemas sociales de posguerra, como el hambre y la miseria económica, física y moral del suburbio, que describen Martín Santos y Candel en sus novelas, o Luisa Alberca y Sautier en seriales como Arrabal y Ama Rosa. Por no hablar de la angustia frente a la escasez de viviendas que reflejaron en el cine Bardem, Berlanga, Fernán Gómez, Ferreri, Nieves Conde y otros...

      Sin embargo, la literatura solo llegaba a un público minoritario, y el cine crítico, incluso el cine falangista crítico, debe gran parte de su reconocimiento al carácter de acontecimiento excepcional que tuvo en aquellos años. Con todo, las manifestaciones de rebeldía siempre tuvieron respuesta, a veces incomprensible para los destinatarios. Por ejemplo, en 1948 apareció La Guerra secreta de los sexos, ensayo de la condesa de Campo Alange, María Laffitte, donde planteaba la pregunta: ¿Pudo ser la mujer en algún momento ella misma? La condesa, bien acogida en los círculos oficiales, conectaba en su libro con la preocupación de otras escritoras de los años cuarenta, como Carmen Laforet (Nada), Carmen Martín Gaite (Entre visillos) y Ana M.a Matute (Los Abel), que desde la literatura habían expuesto la condición femenina en el paisaje moral de posguerra. El libro movilizó en su contra el recurso cultural más poderoso del momento, СКАЧАТЬ