Название: Del pisito a la burbuja inmobiliaria
Автор: José Candela Ochotorena
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Història i Memòria del Franquisme
isbn: 9788491345077
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La información la hace totalmente la Sección Femenina. [...] Las camaradas de la Sección Femenina de Madrid, vienen visitando estos sectores (chabolistas) y han preparado una información de cada familia: la composición familiar, lo que ganan, los lugares de trabajo; han visto también «lo» que tienen. Ahora sobre esas fichas, se están haciendo las clasificaciones e inmediatamente empiezan los traslados...
Los beneficiarios de viviendas sociales quedaban registrados y obligados por largos años de hipoteca, y los sindicatos (CNS) y el INV mantenían amplias facultades sobre los grupos de viviendas. Como señalaba el Reglamento de Renta Limitada:
Art. 107. Los propietarios e inquilinos de viviendas de renta limitada, vendrá obligados a mantenerlas en buen estado de conservación y a cuidar de su policía e higiene, quedando sometidas a la vigilancia del INV.22
Art. 110. Los inmuebles acogidos al régimen legal de vivienda de renta limitada ostentarán en lugar visible de su fachada o vestíbulo una placa metálica, grabada en vise y letra española, que llevará el emblema del Instituto Nacional de la Vivienda (yugo y flechas) y la inscripción siguiente:
MINISTERIO DE TRABAJO (posteriormente MINISTERIO DE LA VIVIENDA) – Instituto Nacional de la Vivienda. Esta casa está acogida a los beneficios de la Ley 15 de julio de 1954.
La política social de Falange también aspiraba a atraer los reductos históricos del sindicalismo. En 1946, Franco hizo un viaje triunfal a Asturias, en olor de multitudes (Arriba, 8-5-1946), donde se dirigió a los mineros del carbón en La Felguera:
Hay una libertad principal..., que es la libertad contra la miseria [...] Los trabajadores españoles tienen que ser el guardián más firme de la revolución, porque no es indiferente para ellos el que la Patria sea más grande o más pequeña. Cuando vienen las crisis y las calamidades, solo resisten los que tienen reservas; pero no los que viven al día, que tienen que ganarse el pan con el cotidiano esfuerzo.
No parecían percibir los franquistas la discordancia de su mensaje con la militarización de las minas, que estuvo vigente hasta 1953. Ese año, viendo que era incompatible con el nuevo estatus occidental del régimen, se escenificó el fin de la militarización con una petición del Consejo Sindical de Oviedo al Gobierno (Arriba, 14-11-1953).
En Vivienda, como en toda la política del régimen, se disponía bajo el amparo del caudillo, el hombre que todo lo pensaba y que para todo encontraba solución. Este culto fascista al líder se repetirá durante toda la larga vida del dictador y su régimen. Girón fue uno de los redactores principales de las letanías del culto franquista: «Franco afrontó decididamente, desde el primer momento, el problema nacional del mejoramiento de la vivienda y protección del hogar familiar» (Málaga, 1949; Girón, 1952, t. III: 131).
En 1953, cuando el Gobierno se prepara para desarrollar toda una serie de iniciativas que cambiarían el paisaje urbano español, condicionando el empleo de varias generaciones, el ministro de Gobernación, ante los arquitectos reunidos en su VI Asamblea proclamaba: «(En 1938) El Caudillo, que tiene esta preocupación constante por todo lo urbanístico, ya robaba horas en el frente para ocuparse de sus problemas...» (Blas Pérez: Reconstrucción, 115, 1953).
Y cuando en 1958 se aprobaba el Plan de Urgencia Social, que debía construir 60.000 viviendas en Madrid para los chabolistas, Arrese nos recuerda que no hubieran sido realidad sin el aliento social de Franco.
Entre todas las necesidades ninguna está más grabada en el ánimo de Franco como ésta de la justicia social, entre todas las formas que la justicia social nos presenta, ninguna más íntimamente ligada con el futuro del hombre como ésta del hogar.
¡Arriba España! ¡Viva Franco! (Arrese, 1966: 1381).
Los protagonistas del discurso social de la vivienda fueron José Antonio Girón, ministro de Trabajo, y José Luis de Arrese, secretario general del Movimiento. El discurso social lo puso Girón, un «camisa vieja» que representó la cara populista del primer franquismo y fue también el encargado de aplicarlo. Su estilo, imitación del cliché sindicalista del cine, estereotipo del «tipo duro» portuario, o de falangista recién llegado de la pelea, le creó una reputación que le fue muy útil durante su largo desempeño como ministro. Su ideario era José-Antoniano, resumido en la guerra contra el «liberalismo» y el «marxismo», siempre a la espera de la «revolución pendiente».
Girón, que fue industrialista desde sus primeros discursos en la prensa falangista, tenía una cierta admiración por los anarquistas y los obreros revolucionarios. Sus arengas sobre los hombres rudos y rebeldes evocan las imágenes del cine mudo soviético.
Trabajadores, camaradas: [...] Asturias, constituye para nosotros una esperanza nacionalsindicalista. [...] Bastantes de vosotros nos conocéis únicamente a través de nuestros enemigos, pero nosotros os conocemos un valor positivo que es vuestra larga experiencia en la lucha social [...]. Estamos decididos a abrir los brazos a todos los españoles honrados que quieran combatir con nosotros, [...] por la Patria y por la justicia [...] Estamos hablando a hombres y preferimos la claridad de las palabras duras [...]. Aquí en Asturias, región que tiene tradición y capacidad revolucionaria como la que más, [...], todos esos brazos que se levantan encogidos y tímidos, sin convicción y sin fe, saludarán un día con más coraje que nadie a la [...] bandera roja y negra de la justicia o no se levantará en España ningún brazo falangista porque habremos perdido la Patria, la Revolución y la vida (La Felguera, enero de 1949; Girón, 1952, t. III).
Además de a los mineros, Girón cortejó a los pescadores y los trabajadores portuarios, incluidos los de la construcción naval. En unas reuniones de antiguos obreros jubilados de los astilleros (Unión Naval de Levante) de Valencia, con un equipo de investigadores dirigido por Ismael Saz (2004: 232), la práctica totalidad de los entrevistados, antiguos militantes sindicales, coincidía en su percepción de la ayuda de Girón a los obreros, porque hizo fijos a los trabajadores portuarios, apoyó los economatos y, sobre todo, «fue decisivo para que los trabajadores accedieran a las viviendas construidas por la empresa para ellos en las mejores condiciones». Los juicios eran prácticamente unánimes: «aquí nadie le hablará mal de Girón, ¿eh?», o más matizado, «es decir, no podemos hablar mal de Girón, nosotros, en Astilleros no podemos hablar mal».
En los años cuarenta y cincuenta la gran empresa era un contexto socialmente protegido. Los dirigentes obreros habían sido eliminados por la cárcel y las ejecuciones, y el hueco humano dejado fue sustituido por un contingente de excombatientes y confidentes de la CNS. Los trabajadores de Unión Naval de Levante entrevistados recuerdan el ambiente de sospecha y amenaza: «estábamos asustados». Además, al cabo de dos lustros, muchos de ellos no habían vivido otra circunstancia laboral distinta a la dictadura, o habían hecho lo posible por olvidar el pasado. Se explica, por tanto, que escucharan el discurso de Girón, independientemente del caso que le hicieran. Especialmente su retórica demagógica contra los «señoritos» en mítines obligados:
Esa caterva de privilegiados a quienes la injusticia mantiene francos de servicio, en eternas vacaciones, disfrutando un irritante permiso indefinido en el ejército español del trabajo [...] Ninguno de ellos podrá tolerar la unión de empresarios y obreros en apretado haz de solidaridad española, porque (ese día...) la riqueza creada por el esfuerzo colectivo será patrimonio de los hogares laboriosos y no podrá ser sustraída con habilidad de carteristas por vagos aprovechados (Girón, 1952, t. II: 146).
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