Desde la capital de la República. AAVV
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Название: Desde la capital de la República

Автор: AAVV

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9788491344094

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СКАЧАТЬ desastre y decepción, marcaron el paso a una nueva etapa de la guerra, en la que los sublevados empezaron a poner pie sobre Cataluña, invadiendo hasta Lérida las comarcas orientales en marzo y abril de 1938 y dejando a todo el territorio sin el suministro de energía de las centrales hidroeléctricas pirenaicas. El apagón, paliado de manera insuficiente por las centrales térmicas de Barcelona y su comarca, fue la dramática imagen de una Cataluña cuyas energías frente a la sublevación iniciada dos años atrás fueron agotándose de manera irreversible.

      DE MARZO DE 1938 A FEBRERO DE 1939. INVASIÓN Y DISYUNTIVAS FRENTE A LA CONTINUACIÓN DE LA GUERRA, AHORA EN TERRITORIO PROPIO

      La derrota en Teruel abrió la opción del contrataque sublevado y generó una oleada de derrotismo en el campo republicano. En ERC cundió la idea de que no solo no se podía ganar la guerra, sino que era imposible la resistencia, y Tarradellas, elegido como su nuevo secretario general en febrero de 1938, se dispuso a impulsar una conspiración republicana contra el gobierno de Negrín en el que, cuestiones de competencias y agravios de gobierno aparte, la cuestión del desenlace de la guerra mediante la apelación a una intervención internacional había de ser el nudo central. Companys, por su parte, alentó o protegió otra opción, diferente a la de Tarradellas: la de perseguir por propia cuenta catalana –de los republicanos catalanes, se entiende, ya que ni el PSUC ni la CNT lo compartieron– una intervención franco-británica que o consiguiera el alto al fuego o sustrajera a Cataluña del conflicto bajo un estatuto de protección internacional.

      En cualquier caso, una parte importante de la sociedad política catalana se dispuso a abandonar la política de resistencia, contra otra que la defendía –el PSUC–, y una tercera, la de los anarquistas, que se movía en un terreno intermedio, apoyando la resistencia y rechazando cualquier nuevo «abrazo de Vergara», al tiempo que penetraba en sus bases la idea de que después de lo sucedido en mayo de1937 aquella guerra era cada vez menos la suya. La división se extendió también al conjunto de la población catalana, con una desafección creciente en el mundo campesino y la reducción del espíritu de lucha a una parte del mundo urbano, de las principales ciudades. Por otra parte, el avance de esas divisiones, aún más profundas que las de los primeros tiempos de la guerra, se vio favorecido por las novedades que venían del exterior, de una respuesta internacional a la guerra ya adversa a la República desde el establecimiento de la falaz política de No Intervención y que todavía se volvió más en contra: la quiebra del Frente Popular en Francia y el ascenso de Daladier a la jefatura del gobierno galo, en abril de 1938, y la ruptura de hostilidades en Extremo Oriente entre Japón y la URRS por el control de Manchuria, que llevó al gobierno soviético a frenar temporalmente sus suministros a la República. El endurecimiento de la posición del gobierno francés contra los intereses de la República española no retrocedió y, aunque la URSS reactivó sus suministros tras haber frenado la ofensiva japonesa en agosto, su arribada a España ya no se pudo producir a tiempo para seguir sosteniendo la resistencia.

      El contraataque franquista iniciado el 7 de marzo rompió el frente y tras la caída de la emblemática Belchite estalló una primera crisis en la retaguardia barcelonesa, con maniobras de los republicanos y el cónsul francés contra Negrín, la política que simbolizaba y en pro de una hipotética mediación. La movilización de la militancia del PSUC en Barcelona y otras localidades catalanas, el 16 de marzo, mientras el Gobierno Negrín se reunía con Azaña, para debatir la opción «mediacionista, que el Presidente de la República defendió, apoyó en la calle la firmeza de Negrín en su posición de resistencia. Éste consiguió salvar la situación, pero la ruptura entre el PSUC y ERC se hizo casi total, solo salvada por la posición de Companys, que tendía a asumir una posición arbitral y en todo caso de preservación de la supervivencia del ejecutivo catalán, en tanto que no tuviera una alternativa verosímil y viable.

      La insistencia de la CNT en querer reintegrarse en el Gobierno de la Generalitat y el rechazo del PSUC a ello dobló la complejidad de la ruptura con la interferencia de una dinámica de confrontación triangular entre republicanos, comunistas y anarquistas, que solo tenía un perfil claro por lo que se refería a la cuestión de la composición del Gobierno de la Generalitat, pero resultaba variable en las líneas políticas concretas. CNT y PSUC coincidían en defender las colectivizaciones frente a ERC; pero ésta y la CNT en oponerse a la municipalización de la vivienda y los servicios públicos propuestos por el PSUC. Además, el cambio de la composición política de la Generalitat era concebido por Tarradellas en conexión con la adopción de medidas económicas que enfatizaran de manera pública el freno a las políticas de transformación social y el avance de la «rectificación liberal», entre ellas la devolución de la propiedad urbana incautada, siempre que no fuera a propietarios convictos de rebelión; medidas que sabía que no podía aceptar el PSUC y facilitarían por tanto la ruptura del gobierno formado en junio de 1937.

      La primera ofensiva de los sublevados sobre Cataluña se detuvo por la decisión de Franco, después de haber tomado Lleida el 3 de abril, de no proseguir su marcha hacia Barcelona y desviar su ataque hacia el País Valenciano, dividendo el oriente republicano en dos al llegar a Vinaroz. El alivio de la presión militar directa no acabó con las disidencias y las conspiraciones internas; aunque la crisis que se produjo en Europa por la cuestión de los Sudetes y la inicial adopción por parte del gobierno Daladier de una supuesta posición de firmeza frente a la nueva iniciativa de expansión hitleriana –a costa del estado que Francia había patrocinado en 1919, Checoslovaquia– animó a Negrín a reforzar la política de resistencia y mostrar la capacidad de combate que todavía podía mantener el Ejército Popular desencadenando la Batalla del Ebro, el 25 de julio. El objetivo más que militar era político: estar presente en el desenlace de la crisis europea, ya fuera este mediante una negociación general o, en caso contrario, de desencadenamiento de una guerra general entre las potencias fascistas y las democracias a las que se sumaría la URSS y entre las que se contaría la República. Una batalla que había de recaer en sus esfuerzos y sus consecuencias materiales y humanas sobre la población catalana.

      La apuesta, arriesgada, dio paso en agosto a una nueva conspiración interna en el campo republicano promovida muy directamente por Tarradellas y ERC, que esperaba arrastrar tras de sí a los partidos republicanos españoles, e incluso a una parte de los socialistas –desde marzo habían mejorado mucho las relaciones entre ERC y Prieto–, para sustituir a Negrín, minimizar la presencia comunista en un nuevo Gobierno de la República, y reorientar la política fuera de la línea de la resistencia. A Tarradellas le falló en el último momento el apoyo de los republicanos españoles y sobre todo de Azaña, que prefirió mantener a Negrín antes que beneficiar políticamente a ERC; de manera que el resultado de su conspiración no fue otro que la salida de ERC del Gobierno de la República, en el que fue sustituido por un representante del PSUC –mientras el del PNV, que sí secundó la maniobra, era sustituido por otro de Acción Nacionalista Vasca. La respuesta de Tarradellas, para compensar el revés y minimizar daños, fue reorganizar el Gobierno de la Generalitat en perjuicio del PSUC, con la reincorporación de la CNT o la formación de un ejecutivo estrictamente republicano si aquella no era posible; pero tampoco prosperó ante las dudas de Companys, que finalmente optó por dejar las cosas como estaban. La política empezó a encallarse en situaciones sin salida.

      La inestable unidad política de la retaguardia catalana quedó rota, dando paso a una imagen pública de confrontación, doblada por la desconfianza definitiva de Negrín hacia el Gobierno de la Generalitat, al que identificaba por completo con las posiciones de Tarradellas y las maniobras exteriores de los allegados a Companys en busca de apoyos unilaterales del gobierno británico o del francés. La desazón social creció exponencialmente entre una población que empezaba a malcomer en las ciudades y se iba desentendiendo de la defensa de la República en el campo; expuesta a los bombardeos desde el aire, con su efecto de muerte y sensación de impotencia; en un país que se iba paralizando, reduciendo su producción por la carencia de energía, en la que la luz empezaba a ser también racionada y el transporte público de Barcelona se veía forzosamente detenido. La imagen del pacto de Munich entre Daladier, Chamberlain, Hitler y Mussolini, a espaldas de los checos y de la URSS, manifestó que la salida del conflicto europeo no era СКАЧАТЬ