Название: Tal vez somos eléctricos
Автор: Val Emmich
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
isbn: 9788418509308
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—¿Puedo usar el teléfono otra vez?
«¿Por qué no utilizas el tuyo?» sería la respuesta más lógica, pero no la formulo.
—Claro —digo.
Acto seguido, regresa a la sala principal. Cuento hasta diez y lo sigo antes de detenerme al final del pasillo y aferrarme al último trozo de pared. Me inclino con lentitud hacia un lado hasta que uno de mis indiscretos ojos capta una pizca de la escena. Mac mantiene el auricular alejado de su cara mientras piensa sin moverse. Lo levanta, marca y escucha. Cuelga y espera. En ese momento, se gira hacia la ventana, aunque no se ve nada ahí fuera. Se da la vuelta y sé que debería esconderme, pero la mitad de mi cara queda a la vista, lo cual resulta mucho más raro que ver mi cara completa.
—Hola —dice Mac.
Doy un paso al frente y le muestro mi rostro entero.
—Hola.
Se sienta en un taburete detrás del mostrador. Reposa los brazos sobre el cristal, deja caer la cabeza y se la sostiene con las manos. Solo hay una buena razón por la que Mac no querría hacer una llamada desde su propio teléfono: no quiere que la persona a la que está llamando lo identifique. Eso explica la primera llamada al 911. Pero ¿y esta nueva llamada? ¿A quién habrá llamado esta vez?
Levanta la cabeza y mira al techo. Estira el torso y echa el cuello hacia atrás. Suelta un gruñido grave y deja caer la cabeza hacia un lado, sobre la almohadilla de su mano. Lo observo sorprendida. Distraído, pregunta:
—¿Tus padres siguen juntos?
Es una pregunta que no viene a cuento pero que, a la vez, resulta oportuna. Niego con la cabeza. No, no lo están.
—¡Qué suerte!
¿Suerte? No, no estoy de acuerdo. No es ninguna suerte. Si Mac supiera por lo que he tenido que pasar justo hoy porque mi núcleo familiar se ha hecho pedazos…
Se sienta erguido frente a la ventana. Fuera, la nieve es espesa. Los copos se toman de la mano mientras caen. No se ve nada a través de la barrera que forman. Su atención se desvía hacia la pared antes de centrarse en la puerta principal.
—Llega bastante tarde —comenta Mac.
—¿Quién?
—El taxi.
Ah, sí, mi taxi imaginario.
—Será por el temporal —respondo. Me parece bastante creíble.
Se pone en pie y sale del mostrador. A medida que se acerca, su tamaño aumenta. La mano vendada le cuelga. Hundo la espalda en la pared. Cuando pasa a mi lado, oigo el roce de su abrigo, que se desvanece a medida que se aleja de mí. Parece que se dirige hacia la puerta. Por fin, Elvis se marcha del edificio. Sin embargo, no lo hace, pasa por delante de la puerta.
Qué tortura. Cuando me he marchado de casa, me sentía la persona más sola del mundo, pero, ahora que tengo compañía, de hecho con alguien guay, también me resulta aterrador y confuso. Además, no es un buen momento.
—Necesito cerrar —digo para que concluya este rollo coloquial—. ¿Te puedo ayudar en algo más o…? —Mira el móvil de nuevo. ¿Está esperando a alguien? ¿Qué narices ocurre? No lo soporto más—. ¿Por qué sigues aquí?
Levanta la cabeza.
—¿Yo? ¿Y tú?
¿Va en serio? ¿Hola?
—Trabajo aquí, es evidente.
—No has pedido un taxi. Ningún mensaje. Nada.
—Porque… me he olvidado el móvil en casa.
Me dedica una sonrisa de superioridad.
—¿En serio? Hay un teléfono justo ahí. —Siento un nudo en la garganta. Da un paso hacia mí e invade mi espacio vital—. No quiero parecer un capullo, pero no creo que nadie vaya a venir a buscarte.
Toco la pared por si necesito ayuda para mantenerme en pie.
—¿Por qué dices eso?
Señala a la puerta principal. Antes, cuando se ha acercado a la ventana, debe de haber visto el cartel donde se indica el horario del museo.
—Has cerrado a las cuatro —contesta—. Ya pasan de las siete.
En la enorme patraña que he entretejido, llevo tres horas esperando con paciencia desde que ha acabado mi jornada laboral, sin preocuparme de contactar con nadie ni acercarme a la ventana para ver si venía el taxi. Voy vestida como toda una adicta a la televisión. Además, hasta hace un momento estaba hecha un ovillo en el suelo del cuarto de atrás. Y Mac se ha dado cuenta de todo esto. Pensaba que yo era la experta a la hora de prestar atención.
—¿Y?
Sigo sin entender por qué le importa o de qué estamos hablando.
—Y… —dice Mac mientras comienza a trazar con lentitud un círculo por la habitación—, ¿me vas a contar por qué estás aquí?
Me encojo de hombros. Llevo meses, años en realidad, manteniendo la compostura, o intentándolo, pero, después del día que he tenido, me rindo con facilidad. En voz baja, admito:
—No quiero irme a casa.
—Yo tampoco —suspira.
Lo observo. Sigue trazando círculos constantes, aunque ahora parece que deambula nervioso. Lo que debería haber captado desde el principio es que este chico, por alguna razón, no puede quedarse sentado y quieto.
—Bueno… —comenta antes de levantar los brazos en el aire como si se hubiera rendido—, ninguno de nosotros quiere irse a casa. —Sus ojos dorados se topan con los míos al otro lado de la sala—. Pues no lo hagamos.
19:31
Mac se abre el abrigo como un superhéroe y lo cuelga en la pared sobre un gancho inexistente. El abrigo cae al suelo, pero no le importa.
—¿Tenéis algo para comer? —pregunta—. ¿Una máquina expendedora o algo así?
Niego con la cabeza y él tararea una melodía de decepción. Lo he observado en clase, en el bus y en internet. Siempre desprende intensidad, un carácter juguetón inagotable, pero ahora su energía parece desenfrenada. Se balancea sobre los talones, preparado para correr en círculos en nuestra pequeña jaula para hámsteres. Reconozco la camiseta que lleva. Es negra y en ella se lee «Sneaker World», en letras bordadas a la altura del corazón. Me pilla mientras la miro y lee las palabras del pecho como si se hubiera olvidado de que estaban ahí.
—He venido directamente del trabajo —comenta—. Antes has pasado por la tienda, ¿verdad?
—Ah, sí, puede.
Sí que lo he visto. He pasado por Sneaker World esta tarde cuando estaba con mi madre СКАЧАТЬ