Название: Madrid cautivo
Автор: Alejandro Pérez-Olivares García
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Història i Memòria del Franquisme
isbn: 9788491346494
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El desarrollo más relevante fue, sin embargo, el del Servicio de Recuperación. La caída de Santander el mismo mes de agosto fue la demostración de que, en una ciudad grande, la recopilación de información debía hacerse en los primeros instantes tras la ocupación. Allí los servicios de inteligencia italianos se habían adelantado en el registro de instituciones tan importantes como el Socorro Rojo Internacional o el Estado Mayor de los efectivos soviéticos (Gómez Bravo y Marco, 2011). Era necesario reforzar el servicio, sobre todo teniendo el deseo de entrar en Madrid siempre en el horizonte:
En la actualidad el Servicio de Recuperación de Documentos cuenta con unos cinco equipos compuestos de 4 personas cada uno, incluyendo a los chóferes que son de confianza del Servicio.
Para actuar en el Frente de Aragón, o bien en el de Madrid, estos equipos junto con los 6 coches de que dispone el Servicio, son completamente suficientes para seguir con éxito la marcha de las operaciones.
Ahora bien, en el caso de una caída vertical de unos de estos frentes tenemos el ejemplo de Gijón, al ocuparse ciudades de la importancia de Madrid, Valencia y Barcelona […] es una cosa harto segura que el Servicio fracasaría por falta de elementos. Y precisamente fracasaría en aquellos centros donde los enemigos han actuado con mayor intensidad y más cantidad de elementos extranjeros rusos y de las brigadas internacionales12 (la cursiva es mía).
La necesidad de anticipar cómo se llevaría a cabo la ocupación de una ciudad llevó a Ulibarri a perfilar el diseño del Servicio de Recuperación. Para ello, se ultimaron dos documentos internos de decisiva importancia: el propio reglamento del servicio y las «Normas para la entrada en una ciudad ocupada». El primero era un estudio de cuatro páginas donde el delegado Ulibarri expresaba que la jerarquía de mando y la flexibilidad de ejecución debían ser las dos líneas de acción para asegurar un trabajo exitoso. Cada equipo de recuperación estaba formado por un jefe, dos auxiliares y un conductor, un equipo que a través de su jefe debía contactar diariamente con el jefe del Servicio de Recuperación, al que tenía que enviar un informe semanal sobre el curso de las actividades. Las oficinas de clasificación quedaban encargadas de centralizar la labor de los equipos y realizarían una primera labor de clasificación, que habrían de remitir a la Oficina Central. Los equipos de clasificación eran los encargados de recoger la documentación de los jefes de equipo, que debían entregársela en mano.13 Solo la disciplina era aval del éxito del Servicio de Recuperación, que debía entrar junto con las tropas de ocupación. Esto era crucial porque «el trabajo que no se realiza dentro de los cuatro primeros días, deja de tener eficacia», como se afirmaba en el primer párrafo de las «Normas para la entrada en una ciudad ocupada». Las experiencias en Santander y Gijón habían demostrado que era imposible registrar todos los locales en un plazo de tiempo tan exiguo, así que la primera y principal labor de los equipos debía ser la de precintar los domicilios que previamente habían sido seleccionados. Se hacía necesario, además, un servicio de guardia en la puerta de los edificios, con el Servicio de Recuperación de Documentos como el único autorizado para manejarla.14
También se concretaron los recintos que iban a ser registrados. Por supuesto, los edificios oficiales y de organizaciones políticas, los espacios ocupados por el Ejército Popular o sus asesores eran los principales objetivos, pero también se prestaba una cuidada atención a centros culturales, cines, casas de fotografía, editoriales o librerías, así como a redacciones de periódicos o a las casas particulares de líderes políticos.15 Cualquier información sobre los frentes militares, el estado de la retaguardia, la movilización de la población o su compromiso político era de sumo interés para la búsqueda de responsabilidades, como ya había expresado Franco meses atrás. La identificación de los futuros retos y del volumen de trabajo confirmaba la importancia de gestionar la información capturada al enemigo, lo que condujo a Ulibarri a pensar en la necesaria coordinación con otros organismos. En otro documento reservado, titulado únicamente «Recuperación de Documentos», el delegado explicaba que el servicio estaba encargado de proporcionar todos aquellos datos que pudieran ser de interés a todos los organismos del nuevo Estado; en particular para aprovecharlos en relación con la función privativa, es decir, la policía. Por eso el mayor interés estaba puesto en la coordinación con la Auditoría del Ejército de Ocupación, el principal organismo que iba a impartir justicia en los territorios conquistados, «como quiera que la citada Auditoría prepara su sección de información con vistas a actuaciones futuras, es útil el servicio de recuperación ensanchando sus medios de adquisición de datos interesantes».16
El momento de ocupar las grandes ciudades que todavía permanecían en poder de la República había llegado. En el caso particular de Madrid, los dos últimos meses de 1937 son un buen ejemplo de la complejidad de la ocupación que proyectaban en relación con los proyectos anteriores. Fue un momento de máxima complicidad entre la labor reglamentista de Ulibarri y la presión de Ungría por reorganizar los servicios de inteligencia. Había que centralizar, en su opinión, la labor de los diferentes organismos y otorgar al SIM una dimensión política y militar, lo que aumentaría su nivel de trabajo. Para coordinarse mejor con el Cuartel General de Franco, la oficina debía trasladarse a Burgos. Después de los intentos de Ungría durante el verano por convencerle, el Generalísimo aceptó en octubre su propuesta y le dio instrucciones para promulgar toda una serie de medidas secretas que culminaron en la creación, el 30 de noviembre de 1937, del Servicio de Información y Policía Militar (SIPM).17 Entre los 17 artículos de la orden de creación, destacan por encima del resto los que llamaban la atención sobre la necesidad de homogeneizar todas las secciones de contrainteligencia, de mantener separadas las funciones de los servicios secretos respecto de las que llevaban a cabo las grandes unidades militares, y de proveer de mejores medios económicos y humanos el servicio «para la consecución de los objetivos de sus funciones especiales». Este último punto coincidía plenamente con los temores de Ulibarri como delegado de Recuperación de Documentos, como ya se ha visto. Además, para asegurar el dominio sobre el territorio enemigo, dentro del SIPM existía un Servicio de Vigilancia, Seguridad y Orden Público, que debía controlar la zona de la retaguardia enemiga con unos 30 kilómetros de profundidad. Ocupación y orden público aparecían más estrechamente unidos que nunca, lo que se reafirmaba a través de la responsabilidad exclusiva del SIPM de la retaguardia del enemigo (Heiberg y Ros Agudo, 2006: 93-96).
La preocupación por el orden público se concretó en la delegación de Madrid del Servicio de Recuperación de Documentos, que a la altura de noviembre estaba ya preparada para actuar. Es decir, en el imaginario de los militares, la ocupación de Madrid era un horizonte que alcanzar, si no en 1937, sí para el año siguiente. Con siete equipos de clasificación, parece que las presiones de Ulibarri por aumentar los efectivos dieron sus frutos. La delegación estaba compuesta por cinco secciones, con sus responsables nombrados, más los jefes de Clasificación y de Servicios, encargados del conjunto (tabla 1.3). Y hay que añadir una cuestión importante: el servicio se denominaba «Delegación de Servicios Especiales y Recuperación de Documentos».18
TABLA 1.3
NOMBRE | CARGO | EMPLEO MILITAR |
Javier Dusmet | Jefe de Servicios | Coronel auditor |
Sr. Íñiguez | Jefe de Clasificación | |
Sr. González
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