Con el comienzo del nuevo año se perfiló el proyecto de la Columna de Orden y Policía de Ocupación. Los partes militares, las comunicaciones cotidianas, las órdenes desde el Estado Mayor aparecían rubricadas con la fórmula oficial: «III Año Triunfal». Para tratar de asegurar ese triunfo, las últimas instrucciones de la Columna ampliaban y detallaban los cometidos de sus distintos negociados.32 Los que más atención recibían, siguiendo la estela ya trazada en 1937, eran la relación entre las autoridades y las jefaturas de sector, los asuntos de inspección, vigilancia y seguridad y los servicios especiales. Es decir, la coordinación entre organismos, la cuestión del orden público y la gestión de aguas, electricidad, gas y comunicaciones, verdaderas obsesiones para acometer la ocupación de grandes núcleos de población. La primera cuestión que preocupaba al Alto Mando franquista era la comunicación entre los equipos que iban a penetrar en los barrios y los principales dirigentes de la Columna. La segunda, la actuación en la ciudad en los primeros instantes de ocupación, como la vigilancia de carreteras y estaciones de ferrocarril, la protección de edificios oficiales y la incautación de edificios públicos y sedes de partidos para custodiar sus archivos. Todo ello sin dejar de atender a los libros de registro de hoteles, fondas, casas de huéspedes o las actas de incautación de talleres de periódicos. Se condensaban así las reflexiones de 1937 y 1938 sobre la persecución de los antecedentes para controlar a las personas y la dirección militar para controlar el espacio. Una cuestión primordial cuando se recomendaba portar un plano de la población señalando los accesos y puntos neurálgicos, así como los principales centros de interés. Aparte, en colaboración con los agentes de investigación afectos a la Jefatura de Orden Público, la Columna debía «tomar nota de los dueños de las casas en que aparecieran rótulos o pasquines marxistas», para que el jefe de sector correspondiente procediera a imponer la debida multa. Para tramitar las investigaciones existía un negociado específico, encargado del registro de entrada de denuncias y confidencias y de registros domiciliarios, órdenes de detención e interrogatorios. Quedaban, por último, los servicios relacionados con la gestión cotidiana de la ciudad. Era el apartado más «técnico» de la Columna para «que tan pronto como se ocupe militarmente» fuera atendida «en forma debida y con toda la amplitud posible». No había que subestimar ningún detalle. El final de la batalla del Ebro y la «caída» de Barcelona a finales de enero de 1939 había enseñado a los militares que el derrumbamiento de todo un frente podía ser cuestión de apenas un par de meses. Había que prepararse por si ocurría lo mismo en Madrid.
Desde un punto de vista «técnico», la ocupación militar estaba ultimada, como le confesó Manuel Martín Sastre, capitán del Cuerpo Jurídico Militar, a Marcelino de Ulibarri.33 Las atribuciones estaban perfectamente definidas, con un protagonismo esencial del SIPM en el interior de la ciudad en los primeros momentos, incrustado en la Columna de Orden y Policía. Sin embargo, para los mandos cualquier detalle era crucial. Entre finales de febrero y principios de marzo el jefe de los Servicios Especiales del Ministerio de la Gobernación escribió al Estado Mayor del Cuartel General de Franco. Había reparado en que los batallones asignados a la Columna, aplazada la entrada en Madrid en 1938, estaban siendo empleados en otros servicios. Con la ocupación próxima, su punta de lanza no estaba dotada de efectivos, repartidos entre Bilbao, Santander y Toledo. La contestación de Burgos resumía a la perfección el proceso acaecido en el último año de guerra:
Manifiesto a V. E. que, como los diez citados Batallones formaban parte de la antigua Columna de Orden y Policía de Madrid y hubo que disponer de ellos para otros servicios indispensables, en los cuales continúan, no se considera ya necesario, por haber variado las circunstancias, que dichos Batallones se destinen al fin indicado, puesto que la Autoridad Militar, al ocuparse Madrid, asumirá en los primeros momentos todas las atribuciones, como ha sucedido en Barcelona34 (la cursiva es mía).
Otro de los detalles que quedaba por resolver era la posibilidad de contar con el mayor número posible de efectivos que conocieran Madrid. La vieja preocupación de Ulibarri, y en la que se volcó en los últimos compases de la planificación. Para ello, se apoyó en viejos conocidos suyos, como Francisco Javier Dusmet, coronel auditor de división que había llegado a Salamanca desde la Subsecretaría del Ejército, y que ocupaba un lugar central en la Delegación de Madrid.35 Como demuestra el registro de una conferencia telefónica del propio Ulibarri, Dusmet fue confirmado pocos días después.36 Asegurada, una vez más, la jerarquía y la unidad de mando en la planificación, la organización estaba ultimada, como le comunicó a Ulibarri su secretario personal y agente de policía Comín Colomer, estaba ultimada, «fruto de grandes cálculos acerca de la conveniencia de cada uno de los aspectos en relación con el servicio y estamos los expedicionarios preparados para salir en el momento preciso».37
Nadie podía saber, sin embargo, cuándo iba a llegar ese momento. El jefe de la Columna de Orden y Policía de Ocupación del Centro repartió unas instrucciones entre los hombres a su cargo. No están fechadas, pero pueden situarse a mediados del mes de marzo.38 Los efectivos de la Columna debían reunirse para efectuar una salida escalonada, con todas las prevenciones oportunas por parte del mando. Entre ellas, la de la comida y abastecimiento, puesto que la premura de la partida aconsejaba llevar dos raciones frías para que pudieran ser consumidas en los mismos vehículos del servicio, «ante la imposibilidad de prever la forma, momento y duración de la marcha de la Columna sobre Madrid». Durante el tránsito, en la carretera designada para alcanzar la capital, los vehículos debían colocarse en columna, con distancias cerradas de 50 metros en terreno llano, 75 en las bajadas y 100 durante la noche y en pendientes muy rápidas, siempre a la derecha del camino para facilitar un tránsito más rápido por la izquierda. En cabeza, un motorista cuidaría de observar las prescripciones sobre la velocidad de marcha y también sería el encargado de avisar sobre cualquier novedad. Para no retardar la llegada a la ciudad, estaba completamente prohibido detenerse, separarse del grupo o descender de los vehículos durante las paradas no previstas en el orden de marcha.
El último plan diseñado por el Estado Mayor era el de una entrada ordenada en la ciudad. Diseñada en la oscuridad de las bambalinas del poder franquista. La Columna debía tener el tiempo suficiente para poder desplegar sus equipos a lo largo de los sectores designados, establecer sus centros de operaciones y comenzar su labor recuperando material, clausurando periódicos e imprentas e incautando edificios oficiales y de partidos políticos. También, por supuesto, efectuando las primeras detenciones. El mando había decidido entrar desde la carretera de Toledo. Kilómetro 136, 7 de la mañana. Esas eran las coordenadas desde las que se iba a alcanzar, por fin, su deseo. Comenzaba la ocupación de Madrid.
1 AGMAV, Caja 2548, Carpeta 17.
2 AGMAV, Caja 2584, Carpeta 11. La subordinación del resto de las operaciones, en Martínez Reverte (2009: 57-58), sobre todo a partir de la correspondencia entre Mola y Franco.