Olvidar es morir. Sergio Arlandis López
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Название: Olvidar es morir

Автор: Sergio Arlandis López

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Oberta

isbn: 9788437082707

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СКАЧАТЬ términos afines «pico», «pluma», cuyas imágenes atraviesan toda la poesía de Aleixandre, sino únicamente hacer notar cómo la aliteración de la letra /P/ une el tríptico de la nominación del ave. Precisamente este sonido crea un empalme automático con otros vocablos, como «párpados», «pupilas», todos referentes al cuerpo, igualmente marcados por la misma aliteración.

      A Aleixandre le hice notar esta asociación e, igualmente, le confesé con emoción que mucho me había gustado la invención de este espacio habitado por un pez, con sabor a menta y nata, que se queda parado en un árbol, con su pico llevando una escama de olivo y un corazón diminuto, que invoca su presencia cantando en la noche. Al canto del pájaro responde una barca que navega dentro de nosotros, hacia nuestra intimidad rodeada por imágenes de mutilaciones físicas («troncos sin cabezas», «manos de telas»), pero deseando desde lejos los labios del aire.

      Aleixandre se quedó pensativo –aceptar mi petición significaba incluir «El rostro borrado» dentro de los poemas del libro– y me dijo que discutiríamos de eso en nuestro próximo encuentro en su casa de Madrid. El 5 de diciembre de 1985 recibo una carta de Aleixandre en la que me confirma la cita para el día 11. Dos días antes llamo por teléfono al poeta para confirmar, según su expreso deseo, la hora y la fecha. El 11 salgo en avión para Madrid y voy directamente a la calle Aleixandre, 3. Pero poco antes de mi llegada una hemorragia intestinal había tocado el corazón del viejo enfermo de hierro, que ahora se quedaba inconsciente en la cercana clínica Santa Elena, donde muere tres días después. En la alta noche los amigos, llorando, llevaron el cuerpo del poeta exánime a su casa, la casa de la poesía. Yo era uno ellos: secretamente guardaba el cuestionario de preguntas que quería hacer al poeta, entre las cuales si consideraba oportuno la inclusión del bellísimo poema «El rostro borrado». La imposible respuesta, en fin, el silencio del poeta, me ha forzado a excluir dicho poema del orden compositivo del libro, para colocarlo sólo en el Apéndice final.

      A modo de conclusión de esta historia sobre mi trabajo versus la edición de Pasión de la Tierra, en el que me ha acompañado la guía segura del maestro, recojo aquí una lejana reseña sobre el libro, entonces casi coeva a la publicación española de Adonais de 1946, escrita por el crítico y escritor Antonio G. de Lama. La reseña aparece en la revista Espadaña (n.° 25, 1947: 559-560), titulada «Poesía y verdad», y capta perfectamente la novedad de la escritura irracional de esta segunda entrega poética de Aleixandre, así como señala su experiencia iniciática y la exploración subterránea realizada por el poeta, aunque, a la altura de la época en que escribe, Antonio G. de Lama parece más interesado en el nuevo camino abierto por las grandes obras de Aleixandre como Espadas como labios y Sombra del paraíso, considerando que estamos en un período aún humeante de humo e incendios, causados por la reciente Segunda Guerra Mundial. He aquí el texto recuperado de la reseña:

      No conocíamos de Pasión de la tierra más que algún poema suelto que, sin embargo, nos ponía en la pista de su significación. Vicente Aleixandre lo había dejado casi inédito, pues la edición mejicana de 1935 había llegado a España en muy escasos ejemplares. Los motivos de este abandono y de la reciente publicación, los explica muy bien el autor en el ágil prólogo. Allí podemos leer, discretamente expuestos, el significado y el lugar que este libro tiene en la obra total del poeta.

      Se trata de un libro inicial. No por inmaduro. Y menos por prematuro. Sino porque en él inicia Aleixandre el camino real y hondo que, por ahora, termina en Sombra del Paraíso. Antes había escrito Ámbito, libro delicado y perfilado. De difícil perfección marmórea, Pasión de la tierra quiebra el mármol perfecto en busca de otras vetas, menos nítidas, pero también más hondas y más ricas de poesía.

      Comenzaba entonces a leerse con avidez –Aleixandre alude a ello– a Freud. El psiquiatra, un poco metafísico y aún más novelesco, desvelaba con ágil mano mundos nuevos, iluminados por una luz incierta de subterráneo. El mundo de lo inconsciente abría sus ventanas a la psicología y a la poesía. Pronto los poetas descendieron al fondo, sin escafandra y sin linterna. Y, cargados de un limo palpitante, regresaron dando gritos para hacer que todos se fijaran en los tesoros recién descubiertos. No eran tesoros limpios; estaban con calientes peces de luz. Pero restan tesoros que, una vez limpios y relucientes, podrían deslumbra con reflejos nuevos los escaparates de la poesía.

      A esta poesía, fauna abisal y misteriosa, se le dieron entonces nombres inciertos: surrealista, superrealista, hiperrealista. Alguien la llamó neorromántica. No hacía falta. La poesía era la de siempre, la única; lo demás, era literatura. La técnica literaria o antiliteraria con que se quiso ofrecer el nuevo hallazgo, se quedó atrás ya convertida en osamenta y polvo. De ella quedan sólo leves briznas, aquí y allá errabundas. Lo importante fue el impulso que lanzó a todos –los mejores– a buscar en lo humano, en el hombre eterno, la eterna chispa de la poesía. Y a romper los fanales en que una poesía pura y pálida, sin sangre, estaba a punto de querer encerrarse para vegetar.

      Aleixandre, en Pasión de la tierra, fue uno de los primeros exploradores de ese mundo subterráneo, recién abierto. Pero no quiso quedarse en mero explorador. Cultivó el suelo erial con afán infatigable, con lucidez y con arrojo. Y logró cosechas espléndidas. Están en los trojes copiosos de Espadas como labios, La destrucción o el amor y, sobre todo, Sombra del Paraíso. Y en lo que venga después.

      Desde 1929, año en que se escribió Pasión de la tierra, han pasado muchas cosas en el mundo y en la poesía. Algunas debieron pasar y otras sería mejor que no hubieran pasado. Pero unos y otros pasaron. Y ahora este libro se nos planta aquí, en este mundo aún tan poco definido, pidiendo alojamiento y conversación.

      Visto desde la actual poesía de Aleixandre, Pasión de la tierra es el eslabón primero. Sin él, Aleixandre quedaría en el aire, si justificación, sin razón suficiente. Ahora ya comprendemos mejor el camino que el poeta ha recorrido desde entonces. El mismo poeta dice que allí está, como un plasma, toda su poesía implícita. No creo que pueda tomarse muy a la letra esta indicación. En Pasión de la tierra está, sí, el punto de arranque: pero en la poesía posterior hay más, mucho más de lo que en este libro primordial apuntaba. «El camino hacia la luz» estaba aún sin descubrir, hoy el poeta ha cambiado por él hasta la cima luminosa.

      En sí mismo, el libro tiene aún valor de poesía esencial. La técnica surrealista enturbia sus mejores logros; pero cuando conseguimos traspasar la costra, vemos en lo hondo pajuelas encendidas y sentimos latidos que, independientemente de técnicas y fórmulas, vibran con intenso y auténtico hervor.

      Lo humano elemental, la raigambre telúrica del hombre, con todas sus impurezas, con la congoja de su presión, de su dominio, tiene fiel y enérgica representación en este libro que pudiera muy bien haber brotado de un alma juvenil y ahora, si prescindimos de algunos arrequives formales, de ciertas imágenes y asociaciones dislocadas, ¿qué poeta joven se negaría a poner su firma al pie de estos poemas sanguíneos, atormentados y relampagueantes que una sensibilidad juvenil de hace veinte años encendiera?

      En este hervor de humanidad elemental y oscura está el valor más alto de este libro que viene a completar la perspectiva de Aleixandre y otras perspectivas no menos actuales. Y es que la poesía es duradera, permanente, cuando no es un simple juego de formas sino que roza más o menos ásperamente el cogollo de humanidad que todos los hombres, de cualquier época, llevamos dentro.