Название: Historia del pensamiento político del siglo XIX
Автор: Gregory Claeys
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
Серия: Universitaria
isbn: 9788446050605
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[20] Esto no se aplica a los enclaves protestantes de Europa Central y del Este donde el acceso directo a la palabra escrita de Dios era un artículo de fe esencial. Me refiero más bien a religiones en las que el misterio y el ritual dispensados por un orden sacerdotal era fundamental, es decir, a la Iglesia católica y a la Iglesia ortodoxa.
[21] Una introducción a las complejidades de este tema en Fishman, 1973. Los extractos están bien reproducidos en S. J. Woolf, 1996, pp. 155-170. La peculiar premisa de que cada ser humano posee una lengua esencial, expuesta en Billig, 1995, cap. 2, «Nations and Languages».
[22] Stefan Berger me ha comentado que, al parecer, tras 1850, predomina el paradigma nacional en los relatos históricos, por delante de la religión, la clase o la raza. Sin embargo, lo que es hegemónico en los escritos históricos no lo es necesariamente a nivel de la movilización política popular.
[23] El estudio comparado de Snyder (2003) considera los «fallos» (p. ej. Bielorrusia) y los «éxitos». Se podría ampliar este enfoque y preguntar, por ejemplo, por qué hasta hoy no ha sido posible reconocer nacionalidades en las repúblicas de Asia Central que han obtenido la independencia nominal de la URSS.
[24] Monika Baar me ha señalado que estos historiadores no se vieron influidos por el historicismo alemán, sino más bien por los últimos escritores ilustrados alemanes. Puede que esto demuestre lo difícil que le resulta, a una ideología política universal como el nacionalismo, intentar definir sus raíces de una forma genuinamente historicista cuando cada nación se considera única.
[25] El historiador alemán, Ranke, insistía en la superioridad de estas dos «razas» sobre el resto de las europeas. Bagehot presentó un argumento similar en 1876, pero añade a los judíos (no a los pueblos semitas) como tercer tipo de raza. Moses Hess retomaría su argumento, y, después, algunos de los escritores sionistas de los que hablaremos más adelante. La importancia dada por los historiadores de naciones pequeñas a otro tipo de orígenes (celtas, escitas) fue una reacción contra esta idea de la existencia de un pequeño número de razas llamadas al liderazgo.
[26] Existe un amplio debate sobre tipologías polares del nacionalismo (oriental/occidental, cívico/étnico, político/cultural) surgidas de discursos diferentes, que a su vez expresan diversos sentimientos y diferencias políticas. Aparte de la crítica a estas tipologías elaborada por Zimmer (2003), cfr. Brubacker, 2004 y Hewitson, 2006. Sobre el uso del nacionalismo para coordinar, movilizar y legitimar, cfr. Breuilly, 1993.
[27] Hay varias traducciones al inglés de Rome and Jerusalem, cito según Hess, 1958. Como bien señala Avineri (1985), todas las traducciones son incompletas y de escasa fiabilidad. Se recomienda, para quienes dominen el alemán, Hess, 1962.
[28] «Toda la historia pasada se ha ocupado de las luchas entre razas y clases. La lucha racial es primaria; la lucha de clases, secundaria. Cuando cesa el antagonismo racial, también acaba la lucha de clases. La igualdad entre las clases sociales será el resultado de la igualdad de todas las razas y acabará siendo una mera cuestión de sociología» (Hess, 1958, sin lugar de edición, último párrafo del Prefacio).
[29] «“Judaísmo” es, sobre todo, una nacionalidad cuya historia de milenios se encuadra en la historia de la humanidad. Es una nación que, en tiempos, fue el instrumento de la regeneración espiritual de la sociedad. Hoy, cuando rejuvenecen las naciones históricas, el judaísmo celebra su propia resurrección con su renacimiento cultural» (Hess, 1958, p. 19).
[30] Muchos de los escritores nacionalistas vivían en el exilio, pero la nación que imaginaban no era una nación de exiliados. (Hay quien ha situado al sionismo en la categoría más amplia de nacionalismos en la diáspora, pero esta sólo funciona cuando existe un liderazgo activo, por ejemplo, no tendría mucho sentido referirse a una nación china de ultramar. Irónicamente, el establecimiento de Israel dio lugar a otra nación de exiliados: los palestinos.) Sin embargo, se puede analizar la relación existente entre los líderes intelectuales del sionismo (muchos en Europa Occidental) y el apoyo masivo que acabó obteniendo (sobre todo en Europa del Este) en los mismos términos que se aplican a otros casos de nacionalismo. Cfr. Vital, 1999 y 1975, sobre todo el capítulo 5, «Autoemancipación».
[31] No estoy totalmente de acuerdo con la tipología de Hroch si se entiende en el sentido de que la formulación de una elaborada ideología nacionalista es una condición necesaria para la evolución de un movimiento nacionalista, tanto si es elitista como si es popular. A veces los movimientos surgen con escaso trasfondo intelectual y luego se hacen con portavoces que son intelectuales. Pero la propuesta de Hroch resulta muy útil para conceptualizar la forma de la elaboración de las ideas nacionalistas y su transformación en ideologías políticas.
[32] La Revolución francesa de 1789 convirtió la idea ilustrada de que cabía reformar deliberadamente a la sociedad humana, en un principio de la acción política. La contrarrevolución intentó desacreditar esta idea tanto desde el punto de vista intelectual como desde el político. Sin embargo, aunque de forma limitada, las elecciones en Francia y Gran Bretaña de las décadas de 1830 y 1840 incentivaron la formulación de programas por parte de los partidos en lid. En 1848 se generalizó la competición política por medio de programas en gran parte de Europa.
[33] Fue en esta ocasión cuando Palacký hizo la famosa observación de que, de no haber existido el Imperio Habsburgo, habría que haberlo inventado. Es un buen ejemplo de cómo los intelectuales se vieron constreñidos a fraguar un programa por la crisis política. En este caso, Palacký tenía que reconocer que la mera aserción de la existencia nacional, de su valor y de su autonomía, podría conducir a la fragmentación del imperio, que abandonaría a naciones pequeñas como los checos, para que fueran presa de sus vecinos, en este caso rusos y alemanes. Así empezaron a formularse una serie de programas federales diseñados para combinar la autonomía con la seguridad en un Estado territorial mayor.
[34] Cfr. Vick, 2002, cap. 4. Y la Constitución Imperial de 1849 (trad. en Hucko, 1987) especialmente el artículo 188: «Los pueblos no germanohablantes de Alemania verán garantizado su desarrollo nacional a través de, por ejemplo, igualdad de derechos para sus lenguas…» (p. 114). Hay que señalar que un «alemán» se definía como «ciudadano de Alemania», de manera que quienes no hablaban alemán eran alemanes desde el punto de vista político.
[35] Rosdolsky, 1986; en su crítica a Engels señala que la oposición popular eslava al liderazgo nacionalista polaco o la aversión de los rumanos al nacionalismo húngaro tenía más que ver con la tierra СКАЧАТЬ