Название: Memoria del frío
Автор: Miguel Ángel Martínez del Arco
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Sensibles a las Letras
isbn: 9788418918186
isbn:
Modesta aguanta callada, pero aprovecha un descuido del tipo que la lleva al baño por la mañana, abre la pequeña ventana, se sube al alféizar. Y se tira al patio. Se desploma. Se vence en el espacio hueco y parece suspendida mientras cae. Así se siente. El ruido de los cristales rotos, el sonido de algo que retumba, un clac de un golpe seco. Ellas lo oyen desde su celda. No saben qué es. No se atreven a imaginar. Cuando el guardia abre la puerta por la noche le preguntan. «La de Vallecas se ha ido». «¿Se ha ido?, ¿cómo que se ha ido? ¿Adónde?«. «Se ha ido. A callar». Cuando cierra la puerta se miran pero no se dicen nada. No saben qué decir. Miran el suelo y la rubia jovencita que no ha dicho su nombre acaricia el dibujo de la baldosa y llora. Nadie se mueve. Todas miran el recorrido de sus manos en el suelo. «Se ha ido».
Esa mañana hay más movimiento del habitual. Se oyen ruidos en el vestíbulo, voces, gente que llega, golpes de puertas. Mira a Cloti y a Ciri en la penumbra, casi las adivina. Tiradas en el suelo. Tienen hambre y sobre todo tienen sed. Siempre tienen sed, porque no les dan agua. Esa mañana tienen mucha sed, porque desde el mediodía anterior no les han dado nada. Como cada mañana cuando se despiertan y un poco de luz se filtra entre las lamas cerradas de las ventanas, se ponen a patear. Rítmicamente, como si fuera un ensayo de un paso de baile. En un crescendo que no cesa hasta que entran y les gritan, las golpean, las arrastran. Pero finalmente traen agua. Hay algo incomprensible en la falta de agua, el agua que sale por los grifos de ese sitio improvisado. Agua en una ciénaga, un no-lugar.
«Levántate y sal. Y tú. Y tú. Y tú. Y tú…». Las empujan hacia otra habitación. La luz del sol que entra por las ventanas las deslumbra, una luz a raudales se come el escenario blanco, blanquísimo, de la estancia. Tres hombres con papeles las miran como si no estuvieran ahí, como presencias fantasmales. «Tu nombre». «A ver, Manuela. Pues hoy te vas para tu casa, tu domicilio es calle Caracas, 3, 2.º centro. Pero ahí no puedes volver, esa casa va a ser recuperada para el Estado, vete con tu familia. Este papel es tu salvoconducto. Tienes que presentarte en la comisaría de Hospicio, en la calle San Mateo, 25. Con este papel, para que te lo sellen, un día sí y otro también, hasta nueva orden. Sabrás de nosotros. Ahora, largo». Va con el papel hacia la salida y se detiene a esperar a sus compañeras. «Lárgate ya, ¿o prefieres que te dejemos?». En el vestíbulo, camina hacia la puerta. Con lo puesto, nada tiene que recoger, nada se ha llevado, nada trajo.
Un muchacho vestido de falangista se dirige con ella al descansillo. Ahí, la detiene y, entonces sí, otras cuatro o cinco mujeres se paran junto a ella. No ve a Cloti, ni a Ciri, ni a la chica rubita. «Andando». Bajan las escaleras del inmueble, la luz tamizada de las vidrieras modernistas que se asoman, la sensación del lujo, del buen gusto. ¿Puede ser que ese espacio de ausencia, ese espacio que no existe, se esconda allí y que nadie lo vea? Mientras baja piensa en los vecinos, en la gente que vive en esa finca, que escuchan los gritos de dolor, el trasiego de personas. Nunca sabrá que ese piso es enorme y lleno de recovecos con gente encerrada, a la que no ha visto, que en apariencia nunca estuvo allí. Un agujero negro en la realidad.
En la calle se despiden como autómatas. Se tocan y se desean suerte. Ella vive al lado, apenas a unas manzanas. El sol la calienta, la envuelve. Al llegar a la esquina de la calle Caracas, su calle, se mira en el reflejo de un portal y se ve con un aspecto deleznable, de abandono, como si llegara de un hospicio, de una batalla, de una guerra. Y de ahí es de donde llega. Con rapidez sube la calle, pasa por delante del portal de su casa, mira la oscuridad del zaguán y sigue de largo. ¿Será alguno de los vecinos de su escalera quien la ha denunciado? ¿Quién? ¿Alguien que también pretende quedarse con el piso? Junto al portal, la vieja carbonería de su tío está a medio abrir, con el cierre a la mitad. ¿Quién está ahí? Desde la muerte de su tío hace apenas un año, la carbonería está cerrada. No puede evitar agacharse y asomarse por debajo. Siente como un vómito en la garganta cuando ve a varios hombres dentro, hablando entre ellos, uno de ellos un primo suyo lejano, y también el portero de una finca del paseo del Cisne. Se incorpora rápida y sigue hasta Santa Engracia, cruza y se mete como una proscrita en el portal de su prima Angelines. Como una proscrita, porque es una proscrita.
Esta vez no puede perder el tiempo. Mientras sube la escalera empieza a maquinar. Quiere ver a Joaquín, a Mercedes, a Pilar Bueno, a la gente que pueda encontrar y que le digan cómo se están organizando. Se va a asear, sacarse los piojos, y va a ir a buscarlos. A Feli y a Manola, a ver cómo están. A pensar qué van a hacer entre todas. A pensar cómo sobrevivir.
—¿Cómo que te vas? ¿Que te vas adónde? —dice Angelines asustada.
—Me tengo que ir de Madrid. He dado vueltas todo el día buscando gente. Manuel está encerrado en el campo de concentración que han montado en el estadio Metropolitano, Joaquín en la cárcel de Torrijos, a Pilar se la han llevado a la cárcel de Quiñones o a la de Ventas, no lo sé. Pero he visto a otra gente. Tengo que salir, me parece lo más prudente ahora. Antes de que os ponga en un problema a los demás.
—Pero ¿has visto cómo estás? Con la cara señalada y el cuerpo lleno de moratones, Manoli. Así no puedes ir a ninguna parte. Te vas a enfermar. Tienes que recuperarte primero. Además, ¿y adónde vas a ir?
—Esta es la cosa, hay que pensar qué sitio sería el más adecuado, adónde puedo llegar y aparecer sin más. Estoy haciendo acopio de memoria. Mi amiga Fina, ¿te acuerdas?, que iba conmigo a clase, vive en Coruña desde el 36. Sería una posibilidad. O el tío Paco, que debe estar en Santander. Salir hacia algún sitio donde no se me imagine. Pero no puedo estar yendo cada día a presentarme a la comisaría de San Mateo. Todo el mundo me ha dicho que eso es ratonera segura. Además, quien me ha denunciado volverá a denunciarme, los que se quieren quedar con la casa y la carbonería, no sé.
—Lo de la casa y la carbonería son los Espinoza, los del paseo del Cisne. Se están quedando con medio barrio. Para eso su tío es el gobernador. Pero no puedo imaginar quién te ha denunciado, no me lo explico.
—La gente de Almagro eran los del servicio de información de Franco, los del SIPM. Alguien me ha denunciado, y volverá a hacerlo. Y entonces no me llevarán solo a mí, Angelines, caeremos todos. Y eso no puede ser.
Nunca sabrá Manoli quién la denunció, si esa denuncia existió, esa denuncia que no aparece en ningún sitio, que ningún archivo contiene. O era una pieza más de una gran batida. Como de caza.
—Manoli, te va a parecer una locura, pero ¿por qué no te vas a Bilbao? —dice Angelines de repente.
—¿A Bilbao? ¿Y qué voy a hacer yo en Bilbao?
—En Bilbao vive tu madre, tenemos su dirección, podrías quedarte en su casa, vive con su marido y con tu hermana.
—Pero Angelines, no conozco a mi madre, nunca la he visto en mis diecinueve años… Bueno, nunca no, desde los cuatro años. No me acuerdo de ella. Ni ella de mí. Es como que no exista.
—Quizá sea el momento de hacerla revivir. Quizá este sea el momento.
Absorta, pensando en Bilbao, sabiendo que no hay tiempo, pero con un sabor acre en la boca. Su madre, un agujero. Otro más. Una puerta cerrada desde siempre. ¿Hay que abrirla ahora? No le da tiempo ni a avisarla. Presentarse en su casa, a puerta fría. Y descubre asombrada que le falta valor, que prefiere quedarse, que no quiere afrontar esa herida.
—Mejor me quedo antes que ir a Bilbao. No quiero ir a Bilbao.
—Pues me parece que es la mejor opción. Piénsalo mejor, consulta a tu gente, pero si quieres hacerlo rápido… —Angelines la mira, se acerca y la toma de la mano. Luego da la vuelta.
Suena СКАЧАТЬ