David Copperfield. Charles Dickens
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Название: David Copperfield

Автор: Charles Dickens

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 9782384230037

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СКАЧАТЬ a consecuencia de la langosta, que le hicieron beber cosas negras y tragar unas píldoras azules, lo que, según Demple, cuyo padre era médico, habría sido suficiente para matar a un caballo. Además, recibió una paliza y seis capítulos del Testamento griego por negarse en rotundo a confesar la causa.

      El resto del semestre confunde en mi memoria la monotonía diaria y triste de nuestras vidas: la huida del verano; el frío de la mañana al saltar de la cama y el frío más frío todavía de la noche cuando volvíamos a ella. Por la tarde la clase estaba mal alumbrada y peor calentada, y por la mañana, igual que una nevera; la alternativa entre la carne de vaca cocida y asada y del cordero cocido y del cordero asado; el pan con mantequilla; el jaleo de libros y de pizarras rotas, de cuadernos manchados de lágrimas, de bastonazos, de golpes dados con la regla, del corte de cabellos, de domingos lluviosos y de los puddings agrios; el todo rodeado de una atmósfera sucia, impregnada de tinta.

      Recuerdo cómo la lejanía de las vacaciones, después de parecer que había estado detenida durante tanto tiempo, empezaba a acercarse a nosotros poco a poco. Y cómo de contar por meses el tiempo que faltaba llegamos a contarlo por semanas y después ya por días. El miedo que pasé pensando que quizá no fueran a buscarme, y después, cuando supe por Steerforth que me habían llamado, el temor de romperme alguna pierna o que ocurriera algo. Y ¡cómo iba cambiando de sitio el bendito día señalado! Después de ser dentro de quince días, era a la otra semana; después, ya en esta misma; luego, pasado mañana; luego, mañana, y, por fin, hoy, esta noche, subo a la diligencia de Yarmouth y ya estoy camino de mi casa.

      Dormí, con varias interrupciones, en el coche de Yarmouth, y tuve muchos sueños incoherentes sobre aquellos recuerdos. Me despertaba a intervalos, y el musgo que veía al asomarme no era ya el del patio de recreo de Salem House, y los golpes que oían mis oídos no eran los de míster Creakle castigando al buen Traddles, sino los latigazos que el cochero arreaba a los caballos.

      Capítulo 8 Mis vacaciones, y en especial una tarde dichosa

      Al amanecer llegamos a la fonda en que el coche paraba (no era la misma en que había almorzado a la ida y donde vivía mi amigo el camarero), y allí me condujeron a una alcoba muy limpia, en cuya puerta se leía: «Dolphin». Tenía mucho frío, a pesar del té caliente que acababan de darme ante la chimenea, y muy contento me acosté en la cama de dolphin, me arrebujé en las sábanas y me quedé dormido.

      Míster Barkis, el cochero de Bloonderstone, debía venir a recogerme a las nueve de la mañana siguiente. Me levanté a las ocho algo cansado por haber dormido poco, y antes de la hora ya le estaba esperando. Barkis me recibió exactamente como si acabara de verme cinco minutos antes y sólo nos hubiéramos separado para entrar yo al hotel a cambiar un billete.

      Tan pronto como estuvimos instalados en el carro mi maleta y yo, el caballo echó a andar, a su paso de siempre.

      -Tiene usted buen aspecto, míster Barkis -dije, pensando que le halagaría.

      Barkis se restregó la mejilla con la manga y después la miró, esperando sin duda encontrar algún rastro de su salud en ella; pero esa fue la única contestación que obtuvo mi cumplido.

      -Ya ejecuté su encargo, míster Barkis -dije-, escribiendo a Peggotty.

      -¡Ah! -dijo Barkis.

      Estaba de mal humor y respondía secamente.

      -¿Es que no lo hice bien, míster Barkis? -pregunté después de un momento de duda.

      -¡No! -dijo Barkis.

      -¿No era aquel su encargo?

      -Quizá usted hizo bien el encargo -contestó Barkis-;, pero no ha pasado de ahí.

      No comprendiendo a qué se refería, repetí sus palabras, sólo que interrogando:

      -¿No ha pasado de ahí, míster Barkis?

      -¡Claro! —explicó, mirándome de lado-. ¡No me ha contestado!

      -¡Ah! ¿Tenía que haberle contestado? -dije abriendo los ojos.

      Aquello daba una luz nueva al asunto.

      -Cuando un hombre le dice a una mujer «que está dispuesto» -dijo Barkis, volviéndose muy despacio a mirarme- es como si se dijera que ese hombre espera una contestación.

      -¿Y bien, míster Barkis?

      -Pues bien -dijo, volviéndose a mirar las orejas del caballo-. ¡Este hombre está esperando una contestación desde entonces!

      -¿Y no le ha hablado usted, míster Barkis?

      -No -gruñó Barkis mientras reflexionaba- No tenía por qué ir a hablarle. No le he dicho nunca seis palabras ¿y voy a ir a contarle eso ahora?

      -¿Quiere usted que me encargue yo de ello? -dije titubeando.

      -Puede usted decirle, si quiere -prosiguió Barkis dirigiéndome otra mirada lenta-, que Barkis está esperando una contestación. ¿Dice usted que se llama?

      -¿Su nombre?

      -Sí -dijo Barkis moviendo la cabeza.

      -Peggotty.

      -¿Nombre de pila o apellido? -preguntó Barkis.

      -¡Oh!, no es su nombre de pila; su nombre es Clara.

      -¿Es posible? -preguntó Barkis.

      Y pareció encontrar abundante materia de reflexión en ello, pues permaneció inmóvil meditando durante mucho tiempo.

      -Bien -repuso por último-; le dice usted: «Peggotty: Barkis está esperando una contestación». Ella quizá le diga: « ¿Contestación a qué?». Y usted le dice entonces: « A lo que ya te he dicho». «¿A qué?», insistirá ella. «A lo de que Barkis está dispuesto», le dice usted.

      Esta extraordinaria y artificiosa sugerencia la acompañó Barkis con un codazo, que me dolió bastante. Después siguió mirando a su caballo como siempre, sin hacer la menor alusión al asunto hasta media hora después, que, sacando un trozo de tiza de su bolsillo, escribió en el interior del carro: «Clara Peggotty», supongo que para no olvidarlo.

      ¡Oh, qué extraño sentimiento experimentaba al volver a mi casa, convencido de que ya no era mi casa, y encontrando en todo lo que miraba el recuerdo de mi antigua felicidad, que me parecía como un sueño que nunca podría volver a realizarse! Aquellos días en que mi madre, yo y Peggotty éramos por completo y en todo el uno para el otro, cuando nadie había venido todavía a ponerse por medio, ¡qué tristes aparecieron ante mí aquellos recuerdos! Tanto, que no sabía si me alegraba de volver, y hubiera preferido seguir viviendo lejos para olvidarlo todo al lado de Steerforth. Pero ya estaba allí, y enseguida llegamos a casa, donde las ramas de los viejos olmos retorcían sus innumerables brazos a los golpes del viento de invierno, columpiando los restos de los antiguos nidos de cuervos.

      Barkis depositó la maleta en el suelo ante la verja del jardín y se fue. Yo torné el sendero de la casa, mirando a las ventanas con el temor de ver aparecer en alguna de ellas a míster Murdstone o a su hermana. Nadie se asomó, y al llegar a la puerta, como yo sabía el modo de abrirla desde fuera mientras era de día, entré sin que me oyeran, ligero y tímido.

      Dios СКАЧАТЬ