Название: David Copperfield
Автор: Charles Dickens
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9782384230037
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-¡Silencio! -gritó de pronto míster Mell, levantándose y dando un golpe en el pupitre con el libro- ¿Qué significa esto? No es posible tolerarlo. ¡Es para volverse loco! ¿Por qué se portan así conmigo, señores?
El libro con que había dado en el pupitre era el mío, y como yo estaba de pie a su lado, siguiendo su mirada vi a los chicos pararse sorprendidos de pronto, quizá algo asustados y también un poco arrepentidos.
El pupitre de Steerforth era el mejor de la clase y estaba al final de la habitación, en el lado opuesto al del maestro. En aquel momento estaba Steerforth recostado en la pared, con las manos en los bolsillos, y cada vez que míster Mell le miraba adelantaba los labios como para silbar.
-¡Silencio, míster Steerforth! -dijo míster Mell.
-Cállese usted primero! -replicó Steerforth, poniéndose muy rojo- ¿Con quién cree usted que está hablando?
-¡Siéntese usted! -replicó míster Mell.
-¡Siéntese usted si quiere! —dijo Steerforth-, y métase donde le llamen.
Hubo cuchicheos y hasta algunos aplausos; pero míster Mell estaba tan pálido, que el silencio se restableció inmediatamente, y un chico que se había puesto detrás de él a imitar a su madre cambió de parecer a hizo como que había ido a preguntarle algo.
-Si piensa usted, Steerforth -continuó míster Mell que no sé la influencia que tiene aquí sobre algunos espíritus (sin darse cuenta, supongo, puso la mano sobre mi cabeza) o que no le he observado hace pocos minutos provocando a los pequeños para que me insultasen de todas las maneras imaginables, se equivoca.
-No me tomo la molestia de pensar en usted -dijo Steerforth fríamente-; por lo tanto, no puedo equivocarme.
-Y cuando abusa usted de su situación de favorito aquí para insultar a un caballero…
-¿A quién? ¿Dónde está? -dijo Steerforth.
En esto alguien gritó:
-¡Qué vergüenza, Steerforth; eso está muy mal!
Era Traddles, a quien míster Mell ordenó inmediatamente silencio.
-Cuando insulta usted así a alguien que es desgraciado y que nunca le ha hecho el menor daño; a quien tendría usted muchas razones para respetar ya que tiene usted edad suficiente, tanto como inteligencia, para comprender -dijo mister Mell con los labios cada vez más temblorosos-; cuando hace usted eso, mister Steerforth, comete usted una cobardía y una bajeza. Puede usted sentarse o continuar de pie, como guste. Copperfield, continúe.
-Pequeño Copperfield —dijo Steerforth, avanzando hacia el centro de la habitación-, espérate un momento. Tengo que decirle, míster Mell, de una vez para siempre, que cuando se torna usted la libertad de llamarme cobarde o miserable o algo semejante, es usted un mendigo desvergonzado. Usted sabe que siempre es un mendigo; pero cuando hace eso es un mendigo desvergonzado.
No sé si Steerforth iba a pegar a míster Mell, o si mister Mell iba a pegar a Steerforth, ni cuáles eran sus respectivas intenciones; pero de pronto vi que una rigidez mortal caía sobre la clase entera, como si se hubieran vuelto todos de piedra, y encontré a míster Creakle en medio de nosotros, con Tungay a su lado. Miss y mistress Creakle se asomaban a la puerta con caras asustadas.
Míster Mell, con los codos encima del pupitre y el rostro entre las manos, continuaba en silencio.
-Mister Mell -dijo míster Creakle, sacudiéndole un brazo, y su cuchicheo era ahora tan claro que Tungay no juzgó necesario repetir sus palabras-. ¿Espero que no se habrá usted olvidado?
-No, señor, no -contestó míster Mell levantando su rostro, sacudiendo la cabeza y restregándose las manos con mucha agitación-; no, señor, no; me he acordado… , no, mister Creakle; no me he olvidado… Yo… he recordado… . yo… desearía que usted me recordase a mí un poco más, mister Creakle… Sería más generoso, más justo, y me evitaría ciertas alusiones.
Mister Creakle, mirando duramente a mister Mell, apoyó su mano en el hombro de Tungay, subió al estrado y se sentó en su mesa. Después de mirar mucho tiempo a mister Mell desde su trono, mientras él seguía sacudiendo la cabeza y restregándose las manos, en el mismo estado de agitación, mister Creakle se volvió hacia Steerforth y dijo:
-Steerforth, puesto que mister Mell no se digna explicarse, ¿quiere usted decirme qué sucede?
Steerforth eludió durante unos minutos la pregunta, mirando con desprecio y cólera a su contrario. Recuerdo que en aquel intervalo no pude por menos de pensar en lo noble y lo hermoso del aspecto de Steerforth comparado con mister Mell.
-¡Bien! Veamos qué ha querido decir al hablar de favoritos -dijo por fin Steerforth.
-¿Favoritos? -repitió mister Creakle con las venas de la frente a punto de estallar- ¿Quién se ha atrevido a hablar de favoritos?
-Él -dijo Steerforth.
-¿Y qué entiende usted por eso, caballero? Haga el favor -pregunto mister Creakle volviéndose furioso hacia el profesor.
-Me refería, mister Creakle -respondió en voz muy baja-, quería decir que ninguno de los alumnos tenía derecho a abusar de su situación de favorito degradándome.
-¿Degradándole? -repitió mister Creakle-. ¡Dios mío! Pero bueno, mister no sé cuántos (y aquí mister Creakle cruzó los brazos, con bastón y todo, sobre el pecho, y frunció tanto las cejas, que sus ojillos eran casi invisibles), ¿quiere usted decirme si al hablar de favoritos me demuestra el respeto que me debe? Que me debe -repitió mister Creakle adelantando la cabeza y retirándola enseguida-, a mí, que soy el director de este establecimiento, del que usted no es más que un empleado.
-En efecto, hice mal en decirlo; estoy dispuesto a reconocerlo —contestó míster Mell-; y no lo habría hecho si no me hubieran empujado a ello.
Aquí Steerforth intervino.
-Me ha llamado cobarde y miserable, y entonces yo le he dicho que él era un mendigo. Si no hubiera estado encolerizado no le habría llamado mendigo; pero lo he hecho, y estoy dispuesto a soportar las consecuencias de ello.
Quizá sin darme cuenta de si aquello podría tener o no consecuencias para Steerforth, me sentí orgulloso de aquellas nobles palabras, y en todos los niños produjo la misma impresión, pues hubo un murmullo; pero nadie pronunció una palabra.
-Me sorprende, Steerforth, aunque su ingenuidad le hace honor, ¡le hace honor, es evidente! Repito que me sorprende, Steerforth, que usted haya podido calificar así a un profesor empleado y pagado en Salem House.
Steerforth soltó una carcajada.
-Eso СКАЧАТЬ