Название: David Copperfield
Автор: Charles Dickens
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9782384230037
isbn:
-Vamos, más alegría, señorito Davy —dijo Ham en su tono cariñoso-. Pero ¡cómo ha crecido!
-¿He crecido? -dije enjugándome los ojos.
No sé por qué lloraba. Debía de ser la alegría de verlos.
-¿Que si ha crecido el señorito Davy? ¡Ya lo creo que ha crecido! -dijo Ham.
-¡Ya lo creo que ha crecido! -dijo míster Peggotty.
Empezaron a reírse de nuevo uno y otro, y los tres terminamos riendo hasta que estuve a punto de volver a llorar.
-¿Y sabe usted cómo está mamá, míster Peggotty? -dije- ¿Y cómo mi querida Peggotty?
-Están divinamente -dijo míster Peggotty.
-¿Y la pequeña Emily y mistress Gudmige?
-Divinamente están -dijo míster Peggotty.
Hubo un silencio. Para romperlo, míster Peggotty sacó dos prodigiosas langostas y un enorme cangrejo; además, una bolsa repleta de gambas, y lo fue amontonando en los brazos de Ham.
-¿Sabe usted, señorito? Nos hemos tomado la libertad de traerle estas pequeñeces acordándonos de lo que le gustaban cuando estuvo usted en Yarmouth. La vieja comadre es quien las ha cocido. Sí, las ha cocido ella, mistress Gudmige -dijo míster Peggotty muy despacio; parecía que se agarraba a aquel asunto, no encontrando otro a mano- Se lo aseguro; las ha cocido ella.
Les dije cómo lo agradecía, y míster Peggotty, después de mirar a Ham, que no sabía qué hacer con los crustáceos, y sin tener la menor intención de ayudarle, añadió:
-Hemos venido, con el viento y la marea a nuestro favor, en uno de los barcos desde Yarmouth a Gravesen. Mi hermana me había escrito el nombre de este sitio, diciéndome que si la casualidad me traía hacia Gravesen no dejara de ver al señorito Davy para darle recuerdos y decirle que toda la familia está divinamente. Ve usted. Cuando volvamos, Emily escribirá a mi hermana contándole que le hemos visto a usted y que le hemos encontrado también divinamente. Resultará un gracioso tiovivo.
Tuve que reflexionar un rato antes de comprender lo que míster Peggotty quería decir con su metáfora expresiva respecto a la vuelta que darían así las noticias. Le di las gracias de todo corazón, y dije, consciente de que me ruborizaba, que suponía que la pequeña Emily también habría crecido desde la época en que corríamos juntos por la playa.
-Está haciéndose una mujer; eso es lo que está haciéndose -dijo míster Peggotty-. Pregúnteselo a él.
Me señalaba a Ham, que me hizo un alegre signo de afirmación por encima de la bolsa de gambas.
-¡Y qué cara tan bonita tiene! -dijo míster Peggotty con la suya resplandeciente de felicidad.
-¡Y es tan estudiosa! -dijo Ham.
-Pues ¿y la escritura? Negra como la tinta, y tan grande que podrá leerse desde cualquier distancia.
Era un espectáculo encantador el entusiasmo de míster Peggotty por su pequeña favorita.
Le veo todavía ante mí con su rostro radiante de cariño y de orgullo, para el que no encuentro descripción. Sus honrados ojos se encienden y se animan, lanzando chispas. Su ancho pecho respira con placer. Sus manos se juntan y estrechan en la emoción, y el enorme brazo con que acciona ante mi vista de pigmeo me parece el martillo de una fragua.
Ham estaba tan emocionado como él. Y creo que habrían seguido hablando mucho de Emily si no se hubieran cortado con la inesperada aparición de Steerforth, quien al verme en un rincón hablando con extraños detuvo la canción que tarareaba y dijo.
-No sabía que estuvieras aquí, pequeño Copperfield (no estaba en la sala de visitas), y cruzó ante nosotros.
No estoy muy seguro de si era que estaba orgulloso de tener un amigo como Steerforth, o si sólo deseaba explicarle cómo era que estaba con un amigo como míster Peggotty, el caso es que le llamé y le dije con modestia (¡Dios mío qué presente tengo todo esto después de tanto tiempo!):
-No te vayas, Steerforth, hazme el favor. Son dos pescadores de Yarmouth, muy buenas gentes, parientes de mi niñera, que han venido de Gravesen a verme.
-¡Ah, ah! -dijo Steerforth acercándose- Encantado de verles. ¿Cómo están ustedes?
Tenía una soltura en los modales, una gracia espontánea y clara, que atraía. Todavía recuerdo su manera de andar, su alegría, su dulce voz, su rostro y su figura, y sé que tenía un poder de atracción que muy pocos poseen, que le hacía doblegar a todo lo que era más débil, y que había muy pocos que se le resistieran. También a ellos les conquistó al momento, y estuvieron dispuestos a abrir su corazón desde el primer instante.
-Haga usted el favor de decir en mi casa, míster Peggotty, cuando escriba, que míster Steerforth es muy bueno conmigo y que no sé lo que habría sido de mí aquí sin él.
-¡Qué tontería! -dijo Steerforth-. ¡Haga el favor de no decir nada de eso!
-Y si míster Steerforth viniera alguna vez a Norfolk o Sooffolk mientras esté yo allí, puede usted estar seguro, míster Peggotty, de que lo llevaré a Yarmouth a enseñarle su casa. Nunca habrás visto nada semejante, Steerforth. Está hecha en un barco.
-¿Está hecha en un barco? -dijo Steerforth-. Entonces es la casa más a propósito para un marino de pura raza.
-Eso es, señorito, eso es -exclamó Ham riendo-. Este caballero tiene mucha razón, señorito Davy. De un marino de pura raza; eso es, eso es. ¡Ah! ¡Ah!
Míster Peggotty no estaba menos halagado que su sobrino; pero su modestia no le permitía aceptar un cumplido personal de un modo tan ruidoso,
-Bien, señorito -dijo inclinándose y metiéndose las puntas de la corbata en el chaleco-; se lo agradezco mucho. Yo nada más trato de cumplir mi deber en mi oficio, señorito.
-¿Qué más puede pedirse, míster Peggotty? -le contestó Steerforth. (Ya sabía su nombre.)
-Estoy seguro de que usted hará lo mismo —dijo míster Peggotty moviendo la cabeza- Y hará usted bien, muy bien. Estoy muy agradecido de su acogida; soy rudo, señorito, pero soy franco; al menos me creo que lo soy, ¿comprende usted? Mi casa no tiene nada que merezca la pena, señorito; pero está a su disposición si alguna vez se le ocurre ir a verla con el señorito Davy. ¡Bueno! Estoy aquí como un caracol -dijo míster Peggotty, refiriéndose a que tardaba en irse, pues lo había intentado después de cada frase sin conseguirlo-. ¡Vamos, les deseo que sigan con tan buena salud y que sean felices!
Ham se unió a sus votos y nos separamos con mucho cariño. Aquella noche estuve casi a punto de hablarle a Steerforth de la pequeña Emily; pero era tan tímido, que no me atrevía ni a nombrarla; además tuve miedo de que fuera a reírse. Recuerdo que me preocupaba mucho y de un modo molesto lo que me habían dicho de que se estaba haciendo una mujer; pero al fin decidí que era una tontería.
Transportamos aquellas «porquerías», como las había llamado modestamente míster Peggotty, al dormitorio, sin que nadie lo viera, y tuvimos СКАЧАТЬ