Название: 100 Clásicos de la Literatura
Автор: Люси Мод Монтгомери
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9782378079987
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Nath enrojeció vivamente. Luego, con conmovedora expresión contestó:
―Sería el más ingrato de los hombres si no deseara lo mejor para las mujeres. Porque a ellas debo cuanto soy y todo cuanto podré ser en la vida.
Las muchachas aplaudieron y Nan le arrojó un ramo como premio, porque también se había emocionado.
Luego, adoptando un tono solemne, casi judicial, Nan interpeló a Tom.
―Tomás Bangs, diga la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad… si es que puede.
Tom se esforzó en seguir la broma. Levantó la mano con solemnidad como dispuesto a jurar.
―Creo en las mujeres, en su entereza, en su valor y en su inteligencia. También creo en su resistencia. Y estoy dispuesto a morir por ellas. Especialmente por una…
Todos rieron ante la clara insinuación de Tom. Pero Nan no se inmutó.
―Morir, morir. Los hombres siempre hablan de morir por nosotras las mujeres. Morir es muy cómodo. Cuesta más vivir, luchar cada día. Prometed a las mujeres que las haréis felices y cumplidlo. Morir por ellas sería dejarlas viudas… y desprestigiar a los médicos.
Como siempre que se enfrentaba con Nan, Tom quedó corrido, sin saber qué responder. Ella lo advirtió y puso fin a la cuestión.
―De todas formas, aprobado, Tom. Es satisfactorio ver que Plumfield va a dar al mundo seis hombres. Espero que ninguno de los seis nos defraudará. Y ahora, a bailar de nuevo. Pero cuidado con las bebidas frías; cuando mejor van causan descomposición.
Aquellas últimas palabras de Nan fueron una ducha helada para el romántico Tom. Pero ella era así: desconcertante.
CAPÍTULO VI
ÚLTIMOS CONSEJOS
El día de la partida era domingo. En grupo se encaminaron a la iglesia disfrutando en su paseo de un tiempo magnífico. Daisy se quedó en casa alegando jaqueca. Jo comprendió que era la congoja de la próxima partida de su amado lo que tenía, y se quedó junto a ella.
Antes, Meg habló claramente:
―Daisy sabe bien cuáles son mis deseos y puedo confiar en ella. De Nath debes encargarte tú, Jo. Hazle comprender bien claro que no me gustan ni deseo estos amoríos y que si no lo comprende así me veré obligado a prohibir toda correspondencia.
―No te preocupes, Meg. Hablaré con Nath. En realidad ya quería hacerlo, lo mismo que con Emil y Dan. Puedes marchar tranquila a misa con tu John, que más parece un novio que un hijo tuyo. Porque hoy estás guapísima y más joven que nunca.
―Me halagas para ayudar a Nath. Pero en eso no transijo. Lo sabes muy bien. De modo que haz lo posible por complacerme.
―Descuida, hablaré con el chico.
No tuvo que esperar mucho Jo para hacerlo. Poco después de haber marchado Meg del brazo de su apuesto John apareció Nath. En su paso había algo furtivo. Deseaba aprovechar los últimos momentos para estar con Daisy.
Jo le vio y le llamó. Nath no tuvo más remedio que acudir a su lado.
―Siéntate un momento, Nath. Aquí en la sombra es―taremos bien y podremos charlar un rato.
―Con mucho gusto ―contestó él, por compromiso.
―Apenas he tenido tiempo de enterarme de tus planes y me gustaría conocerlos.
―Aspiro a grandes cosas, que sé que me costarán. Como sé muy bien que si puedo empezar a luchar por ellas es gracias a lo que usted y el señor Laurie hacen por mí.
―No debes dar gracias con palabras, sino con actos. En tu carrera encontrarás muchas tentaciones, de las que sólo tu buen juicio podrá librarte. Es una ocasión que tienes para demostrar lo que valen tus principios. Como todo el mundo, cometerás equivocaciones, pero debes aprender a corregirte a tiempo. Procura estar siempre en paz con tu conciencia, hacer fuerte tu ánimo contra la adversidad y ser tan sencillo y afectuoso como ahora. Esto es lo importante.
―Lo procuraré, mamá Bhaer. Tal vez no llegue a ser un genio de la música. No lo sé. De lo que sí estoy convencido es de que no cambiará nada en mi corazón. Usted sabe que lo dejo aquí.
Sin poderlo remediar, Nath dirigió una esperanzada mirada hacia la ventana, tras la cual pensaba podía estar Daisy.
―Precisamente quería hablarte de eso. Voy a decirte algo que tal vez sea un poco duro. Tú me lo perdonarás, porque sabes que yo simpatizo lealmente contigo.
―¿Va a hablarme de Daisy? sí, hábleme del ella!
―Escucha bien. Voy a tratar de darte un consejo y un consuelo al mismo tiempo. Todos sabemos que Daisy te quiere. Todos sabemos también que su madre se opone a vuestras relaciones. Ella obedecerá a su madre. Los jóvenes pensáis que vuestros sentimientos son eternos. La realidad es que nadie muere de amor.
Al decir esto Jo sonrió pensando que en otras circunstancias consoló a un enamorado, que había olvidado ya sus penas.
Nath no contestó. Solamente negó con la cabeza.
―Pueden ocurrir dos cosas, más que probables. Que te enamores en Alemania o que te entusiasmes tanto con la música que olvides este amor que ahora tanto valoras. Además, también es muy posible que Daisy te olvide con el tiempo. Por eso os aconsejo que no os prometáis nada. Que ambos quedéis libres, como dos buenos amigos. Luego, el tiempo dirá.
Nath levantó la mirada. En su expresión había tristeza e incredulidad.
―¿De verdad cree que las cosas van a suceder así? ¿Que se olvida cuando se ama de veras?
Jo no se atrevió a afirmarlo, porque realmente no lo pensaba. El muchacho se animó ante aquel silencio.
―Entonces, si estuviera en mi lugar, ¿qué haría usted?
Jo estaba desconcertada. No sabía qué decir, porque simpatizaba con aquel sentimiento.
―Te diré lo que haría en tu lugar. Diría: «La madre de Daisy me rechaza. Yo conseguiré que se sienta orgullosa de darme su hija. Seré un gran músico para y por ella». Eso haría. Y si a pesar de intentarlo con todas las ansias no lo conseguía, algo habría logrado: ser mejor, valer más.
―Eso es lo que pensaba hacer. Lo que haré. Pero me gusta oírselo a usted. Es como una puerta abierta a la esperanza. Me doy perfecta cuenta de lo que sienten por mí. No olvidan que fui recogido por caridad, que mi padre fue músico ambulante; que pedía limosna. Pues bien, si antes fuimos ricos y por los reveses de la fortuna nos vimos en tal situación, ningún Blake cometió nunca nada deshonroso. Y no voy a cometerlo yo, pase lo que pase. De eso pueden estar todos muy seguros.
Nath hablaba con un calor y una energía extrañas en él. Jo pensó si estarían todos algo equivocados con él. Tal vez ese amor fuese el acicate que el muchacho necesitaba para salir de su indolencia.
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