El aprendiz de doma española. Francisco José Duarte Casilda
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Название: El aprendiz de doma española

Автор: Francisco José Duarte Casilda

Издательство: Bookwire

Жанр: Сделай Сам

Серия: Estilo de vida

isbn: 9788418811128

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СКАЧАТЬ a un lugar donde, según mi maestro, encontraríamos un potro para la vaquera. Era donde un tratante, un gitano de pura cepa. Al verse con mi maestro los dos se saludaron con un fuerte apretón de manos.

      –¡Qué tiempo sin verte, amigo Luis!

      –¿Qué tal, compadre Manuel? Parece que los años no pasan por ti, siempre estás igual –Y señalándome a mí, le dijo:

      –Mira, te presento a Juan, un chico aficionado a los caballos y que ha entrado a trabajar en la yeguada. Juan, este es don Manuel Santos

      –¿Qué tal, Juan? –me dijo a la vez que me tendía la mano para saludarme–. Me alegro de que al fin alguien haya sacado de su refugio al bueno de Luis. –Y volviendo al maestro, añadió–: ¿Y qué os trae de bueno por mi humilde casa?, si se puede saber; ya sabes que mi casa es la tuya.

      –Muchas gracias, amigo Manuel. Mira, veníamos para ver si tenías un buen potro para la vaquera. Quiero que Juan aprenda y me he acordado de que tú siempre has tenido fama de tener los mejores potros de toda la zona por tu buen ojo clínico a la hora de comprar.

      –Muchas gracias, Luis, se agradece. Mira, precisamente tengo tres potros y lo mismo te puede valer alguno de ellos. Vayamos a verlos.

      Pasamos a la parte trasera de su vivienda donde pudimos contemplar tres potros de tres años cada uno. Estaban bien de carnes y cerreros; solo se dejaban tocar un poco la frente cogiéndolos por una cuerda que arrastraba de los cabezones.

      –Llevan aquí una semana. Sueltos del campo los encerramos en una mangada y en el cepo les puse el cabezón con este trozo de cuerda para poder cogerlos, después los embarqué en dirección a mi casa y aquí están. Todos los días los cojo por el trozo de cuerda y les acaricio la cara; ya se dejan tocar un poco. Estaban cerreros del todo, pero no se les ven malas acciones. ¿Y bien, qué me dices de ellos? –dijo el señor Manuel con todo el entusiasmo de querer hacer un trato.

      –Me gustan, son buenos potros. Me suenan sus hechuras, ¿puedo saber de dónde proceden?

      –Claro hombre, se los he comprado a don Agustín Delgado. Creo que tú conoces la genética de estos potros; si no recuerdo mal, las madres le fueron compradas a don Gregorio Pérez, pero son cruzados. El padre es un anglo-árabe, pero no puedo decirte nada más, solo que son muy buenos potros y que no encontrarás otros así en toda la comarca.

      Después de repasarlos detenidamente, y hacerles moverse de un lado para otro en sus tres aires naturales, ya que por su estado de cerreros no se les podía hacer nada más, el señor Luis dijo:

      –Bien, ya están vistos. ¿Podría ver la documentación de los potros? –Y, mirándome, sin que el señor Manuel Santos se diese cuenta, me guiñó un ojo. Entendí en ese momento que alguno de los potros le había gustado y que no quería dar muestras de interés.

      Cuando el señor Manuel se retiró a por los papeles, mi maestro me dijo que había uno que le atraía más que los otros dos, y quería comprobar la documentación para saber si coincidía con lo que él sospechaba. En ese momento me explicó, para darme una lección:

      –Cuando vayas a comprar un potro nunca muestres demasiado interés o necesidad; es lo que suelen aprovechar los tratantes para sobrevalorar el producto. Has estado demasiado emocionado; debes controlarte y nunca preguntes al que va contigo si le gusta lo que ves, porque le obligas a hablar delante del propietario. Si son cosas negativas, a nadie le gusta que alguien hable mal de sus animales delante suyo. Y por el contrario, si es lo que buscas, no está mal decir virtudes, pero con moderación; el precio que tiene pensado pedir el dueño puede variar por una frase o una pregunta mal interpretada.

      »Y, de estos tres potros ¿cuál te gusta más?

      –Los tres me gustan, pero puesto a elegir, quizás ese –le dije señalando al más grande.

      –Dentro de lo bueno es a mi parecer el más inferior. Fíjate, es largo de cañas, lo que se suele decir, lejos de tierra, y si buscamos un potro para la vaquera, tiene que estar pegado al suelo y los neumáticos ser firmes y sólidos; no me convence al lado de los otros. Pero mira ese, el castaño –me dijo señalando a uno de ellos–; la cruz la tiene muy destacada pero el nacimiento del cuello es bajo, el equilibrio nunca será bueno y siempre tenderá a volcarse y pesar en la mano; además, el dorso es un poco largo.

      –Entonces nos queda el tercero, ese alazán.

      –Sí, y es lo que quiero ver en la documentación. Es el que mejor constitución tiene; además, me recuerda a uno que tuve en mis comienzos.

      Acercándose el señor Manuel Santos con la documentaciones de los potros, se la entregó a mi maestro, que seguidamente les echó una ojeada. Intercambiaban opiniones sobre quién era quién en cada documento y al final, entregándole los papeles al tratante Santos, le pidió precio por la compra de uno.

      –¿Por cuál estás interesado, amigo Luis?

      –Me interesa el más grande, ¿cuánto vale? –le dijo como manifestando deseos de comprarlo.

      Yo me quedé sorprendido por la elección, ya que lo había descartado cuando estábamos los dos solos. El gitano le pidió una cantidad que de entrada parecía excesiva. El señor Luis le dijo que no estaba dispuesto a gastarse tanto dinero y seguidamente le pidió precio por otro potro, en este caso uno de capa negra y calzado de las cuatro patas.

      –Por ese pido lo mismo; mira que su capa y sus calzas iguales son muy demandadas y obtendré buenos beneficios. No puedo quitarle nada al precio que te he pedido por cada uno de los dos.

      –Entonces no me queda más remedio que quedarme con ese mediano y de capa alazana; se ve por su pelo largo y descolorido que ha estado mal alimentado y ha tenido parásitos. Eso sí, si me lo dejas a buen precio.

      –Mira, amigo Luis, nos conocemos de toda la vida y sabes que no te engaño. Sé que eres un gran jinete y quiero que tengas un buen potro. Yo los he cogido a buen precio y por tanto este te lo dejo a la mitad del precio que te he pedido por uno de estos hermanos de camada.

      –Está bien, me quedaré con este, pero con una condición: me lo tienes que dejar unos días en la finca para que lo pueda probar y ver si reúne las cualidades que espero de él. Si por lo contrario no nos gusta, te lo devolvemos. Tú ganarás el trabajo que le haya realizado al potro y el mantenimiento; mira que no es el que más me ha agradado.

      –Trato hecho –dijo el buen tratante, y estrechándose las manos los dos, dieron el trato por cerrado.

      De regreso a la finca le comenté a mi maestro si no hubiese sido mejor dejar una señal por la compra del potro.

      –Amigo Juan, la palabra de un hombre va a misa, y el apretón de manos del señor Manuel tiene tanta validez o más que un papel firmado, aunque no te fíes nunca de otra persona. Hoy en día, las palabras se las lleva el viento; por eso siempre es mejor un documento firmado, y ante testigos para curarse en salud. Es una pena tener que llegar a estos extremos, pero hay muchos que se dedican a la picaresca y el engaño.

      –Entonces, ¿cómo se asegura que mañana vengamos a por el potro y no se lo tenga vendido a otro cliente?

      –Cuando dos personas se conocen y se respetan, esa palabra está por encima de todo el oro del mundo. Crearse una buena reputación y que la gente confíe en ti cuesta mucho; nadie se arriesga por un trato a echar a perder todo lo que ha costado una vida conseguir. Igualmente se conoce a los que van mal por la vida; СКАЧАТЬ