Tiempo pasado. Lee Child
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Tiempo pasado - Lee Child страница 8

Название: Tiempo pasado

Автор: Lee Child

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Jack Reacher

isbn: 9788412327076

isbn:

СКАЧАТЬ tipo de problema?

      —Por la noche quise tomar un poco el aire pero no la pude abrir. Estaba atascada.

      —Yo no tuve problemas —dijo Shorty—. Abrió enseguida.

      Vieron a Peter salir del granero cincuenta metros más allá, con una bolsa de tela marrón en la mano. Parecía pesada. Herramientas, pensó Patty. Para arreglar el coche.

      —Shorty Fleck, escúchame bien —dijo ella—. Estos caballeros están tratando de ayudarnos, y quiero que te comportes como si lo agradecieras. Como mínimo no quiero que les des ninguna razón como para que nos dejen de ayudar antes de que terminen. ¿Está claro?

      —Por Dios —dijo—. Te estás comportando como si esto fuera mi culpa o algo.

      —Sí, algo —dijo ella, y después se calló y esperó a Peter, con la bolsa de herramientas. Que sonando a metal se acercaba con una sonrisa alegre, como si se muriera de ganas de sacudirse las manos y ponerse a trabajar.

      —Muchas gracias por la ayuda —dijo ella.

      —No hay ningún problema —dijo él.

      —Espero que no sea demasiado complicado.

      —Ahora mismo está completamente muerto. Lo que por lo general es eléctrico. Quizás se derritió un cable.

      —¿Lo puedes arreglar?

      —Podemos empalmarle uno que lo reemplace. Solo lo que se necesite como para pasar por encima de la parte que está mal. Antes o después vais a tener que hacer que lo arreglen bien. Es el tipo de arreglo que eventualmente se puede salir.

      —¿Cuánto se tarda en hacer ese empalme?

      —Primero tenemos que encontrar el lugar en el que se derritió.

      —Anoche el motor arrancó —dijo Shorty—. Lo hicimos funcionar dos minutos y lo volvimos a apagar. Se enfrió cada vez más, durante toda la noche. ¿Cómo es que algo se puede haber derretido?

      Peter no dijo nada.

      —Solo pregunta —dijo Patty—. Por si encontrar lo que se derritió es como buscar una aguja en un pajar. No querríamos quitarte más tiempo del que ya te quitamos. Es muy amable por tu parte el ayudarnos.

      —Está bien —dijo Peter—. Es una pregunta razonable. Cuando detienes el motor también detienes el ventilador del radiador y la bomba de agua. Por lo que no hay refrigeración forzada y no hay circulación. El agua más caliente sube sola hasta arriba, hasta la tapa de los cilindros. Las temperaturas de superficie de hecho se pueden poner peores en la primera hora. Quizás había un cable que tocaba el metal.

      Se inclinó debajo del capot y analizó un momento. Recorrió algunos circuitos con sus dedos, chequeando los cables, tirando de algunas cosas, golpeteando algunas cosas. Miró la batería. Usó una llave inglesa para comprobar que los terminales estuvieran bien ajustados.

      Se irguió y dijo:

      —Pruébalo una vez más.

      Shorty apoyó su trasero en el asiento y dejó los pies en el suelo. Giró el torso hasta quedar mirando hacia el frente y puso la mano en la llave. Levantó la vista. Peter asintió. Shorty giró la llave.

      No pasó nada. Nada de nada. Ni siquiera hizo clic ni zumbó ni tosió. Girar la llave era lo mismo que no girarla. Completamente muerto. Muerto como la cosa más muerta que jamás haya muerto.

      Elizabeth Castle dejó de mirar la pantalla y enfocó en la nada, como recorriendo una cantidad de posibles escenarios, y los consecuentes pasos a seguir en cada una de las diferentes circunstancias, empezando, supuso Reacher, con que él era un idiota y se había equivocado de ciudad, en cuyo caso el paso a seguir sería deshacerse de él, amablemente, sin duda, pero también sin duda de manera expeditiva.

      —Probablemente eran inquilinos —dijo ella—. Como lo eran la mayoría de las personas. Los dueños pagaban los impuestos. Los vamos a tener que buscar en otro lugar. ¿Eran del campo?

      —No lo creo —dijo Reacher—. No recuerdo ninguna historia sobre tener que salir al alba helada para darles de comer a las gallinas antes de caminar treinta kilómetros a través de la nieve para ir a la escuela, cuesta arriba ida y vuelta. Ese es el tipo de cosa que le cuentan a uno los del campo, ¿no?

      —Entonces no estoy segura de por dónde debería empezar.

      —El principio por lo general es un buen lugar. Las actas de nacimiento.

      —Eso es en las oficinas del condado, no aquí en las de la municipalidad. Es en otro edificio, bastante lejos de aquí. Quizás en vez de eso debería empezar por los censos. Su padre debería aparecer en dos, cuando tenía alrededor de dos años y alrededor de doce.

      —¿Dónde están?

      —También están en las oficinas del condado, pero en una oficina distinta, un poco más cerca.

      —¿Cuántas oficinas tienen?

      —Una buena cantidad.

      Le dio la dirección del lugar específico que necesitaba, con indicaciones detalladas esquina por esquina de cómo llegar hasta allí, y él dijo “hasta luego” y se fue. Pasó caminando por la hostería donde había pasado la noche. Pasó un lugar al que asumió que volvería para la comida. Estaba yendo hacia el sur y hacia el este por los bloques del centro, a veces por aceras de ladrillo gastadas de hacía fácil ochenta años. Incluso cien. Las tiendas eran frescas y limpias, muchas dedicadas a artículos de cocina y a artículos para cocinar y a artículos para la mesa y toda otra clase de artículos asociados con la preparación y el consumo de comida. Algunas eran zapaterías. Algunas tenían bolsos.

      El edificio que estaba buscando resultó ser una estructura moderna baja y ancha construida en lo que debían de haber sido dos lotes estándar. Habría quedado mejor en un campus tecnológico, rodeada de laboratorios de informática. Que era lo que era, pensó. Se dio cuenta de que en su mente había estado esperando estanterías de papeles podridos, escritos a mano con tinta ya desteñida, atados con hilos. Todo lo cual todavía existía, estaba seguro, pero no ahí. Ese material estaba en depósitos, a tres meses de distancia, después de haber sido copiado y catalogado e indexado en un ordenador. No iba a ser rescatado con una nube de polvo y un carrito con ruedas, sino con el clic de un ratón y el zumbido de una impresora.

      El mundo moderno.

      Entró, hacia un mostrador de recepción que podría haber estado en un museo moderno o un dentista de lujo. Detrás del mostrador había un tipo con aspecto de estar puesto ahí como castigo. Reacher dijo “hola”. El tipo levantó la mirada pero no respondió. Reacher le dijo que quería ver los registros de dos viejos censos distintos.

      —¿De dónde? —preguntó el tipo, como si no le importara para nada.

      —De aquí —dijo Reacher.

      El tipo miró como si no entendiera.

      —Laconia —dijo Reacher—. New Hampshire, Estados Unidos, América del Norte, el mundo, el sistema solar, la galaxia, el universo.

      —¿Por qué dos?

СКАЧАТЬ