Название: Jesús, maestro interior 4
Автор: José Antonio Pagola Elorza
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Fuera de Colección
isbn: 9788428836883
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LEEMOS
Jesús no solo habla de un Dios compasivo, cercano y acogedor, siempre dispuesto a perdonar. Él mismo es encarnación de su misericordia. Movido por el Espíritu del Padre, es el primero en acercarse a los pecadores. El texto que vamos a leer lo podemos ordenar así: 1) en una breve introducción, Lucas nos describe el contexto que motiva a Jesús a narrar la parábola del pastor bueno y compasivo; 2) para captar la atención de los oyentes, Jesús comienza su parábola con una pregunta retórica en la que habla de la reacción sorprendente de un pastor al descubrir que una de sus ovejas se ha perdido; 3) alegría del pastor al encontrar a su oveja; 4) Lucas concluye la parábola hablando de la alegría de Dios cuando se convierte un pecador.
1. Breve introducción de Lucas (vv. 1-3)
En esta introducción se nos habla de dos grupos de personas absolutamente diferentes. El primer grupo se acerca a Jesús para escucharle. El segundo se dedica a criticarlo.
a) «Los publicanos y los pecadores se acercaban
para escucharle»
En tiempos de Jesús se llamaba «pecadores» a los que no cumplían la Ley y vivían lejos de Dios, sin dar señales de arrepentimiento. Los dirigentes religiosos los consideraban excluidos de la convivencia. Junto a este conjunto de pecadores se habla más en concreto de los «publicanos» o recaudadores de impuestos. Su trabajo era considerado como una actividad propia de ladrones y gente poco honrada, que vivían robando y sin devolver lo robado a las víctimas. No merecen el perdón. Son despreciados por todos. Además, como veremos más adelante, Jesús acogía también a las «prostitutas», un grupo de mujeres vendidas a veces como esclavas por su propia familia y humilladas por todos. Estas gentes son consideradas como el desecho de la sociedad, los «perdidos» de Israel.
Lucas dice que «los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharle». Probablemente, muchos de ellos le escuchaban conmovidos. No era esto lo que oían en las sinagogas ni en las celebraciones del Templo. Sin embargo, ellos necesitaban a ese Padre bueno y misericordioso. Si el Padre no los comprende y perdona, como proclama Jesús, ¿a quién van a acudir? Se sentirían solos y excluidos de toda salvación.
b) «Los fariseos y escribas lo criticaban: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”»
A los fariseos y escribas no les agrada el comportamiento de Jesús. Su actitud amistosa hacia los pecadores les parece un escándalo intolerable. Lo que más les irrita es que «acoja a los pecadores» y «coma con ellos». La actuación de Jesús es insólita. Ningún profeta había hecho algo parecido. ¿Cómo puede un hombre de Dios acoger a los pecadores como amigos? Un hombre piadoso no debe mezclarse con ellos. Hay que aislar a los transgresores de la Ley. No son dignos de sentarse a la mesa con los que son fieles a Dios. ¿Por qué Jesús parece despreocuparse de los que cumplen la Ley y se dedica tanto a los pecadores, el grupo de los perdidos?
El trato acogedor y amistoso de Jesús a los pecadores fue sin duda su gesto más provocativo. Ningún profeta se había acercado a ellos con esa actitud de respeto, amistad y simpatía. No se dirigía a ellos en nombre de un Dios irritado, sino de un Padre que los mira con compasión, los busca con pasión y los ama con entrañas de Madre, incluso antes de que se arrepientan.
La parábola que va a contar Jesús es su respuesta a la crítica de los fariseos y escribas. Con ella trata de explicarles que su actitud con los pecadores es la de Dios. Quiere grabar bien en el corazón de todos algo que lleva muy dentro: también los «perdidos» pertenecen a Dios. Él los busca apasionadamente y, cuando los recupera, su alegría es incontenible. Todos tendríamos que alegrarnos con él. También los fariseos y escribas.
2. Sorprendente reacción de un pastor ante su oveja perdida (v. 4)
Para captar la atención de los creyentes, Jesús comienza esta vez su parábola con una pregunta: imaginaos que sois un pastor, tenéis cien ovejas y se os pierde una; «¿no dejaríais las noventa y nueve en el campo para ir a buscar a la descarriada hasta encontrarla?». Los oyentes dudarían bastante antes de responderle. ¿No es una locura arriesgar así la suerte de todo el rebaño? ¿Es que la oveja perdida vale más que las noventa y nueve?
Jesús, sin embargo, les habla de un pastor que actúa precisamente así. Al hacer el recuento acostumbrado del atardecer descubre que le falta una oveja. Este pastor no se entretiene en razonamientos y cálculos de sentido práctico. Aunque esté perdida, la oveja le pertenece. Es suya. Por eso no duda en salir a buscarla, aunque tenga que abandonar de momento las noventa y nueve.
Podemos detenernos en dos palabras. La desaparición de la oveja se describe solo con el verbo «perder». El término puede hacer pensar en algún accidente o caída. Tal vez todo es más sencillo. Es sabido que la oveja carece del sentido de la orientación. No ve más allá de cinco o seis metros de distancia. Si se aleja mucho del rebaño y se pierde, ya no consigue volver al redil. Entonces la oveja sufre al verse sola y abandonada.
El pastor sabe que su oveja no podrá volver solo con su esfuerzo. Por eso abandona sus ocupaciones y se concentra en una tarea más urgente: buscará a la oveja «hasta encontrarla». Esta expresión subraya el interés, la pasión y la constancia del pastor. La oveja no puede hacer nada por sí sola. Todo lo hará el pastor: buscarla, encontrarla y, por fin, llevarla consigo.
3. Alegría del pastor al encontrar a su oveja perdida (vv. 5-6)
El pastor encuentra por fin a su oveja. Después de moverse desorientada de un lugar a otro, está tirada en el suelo, agotada y aterrorizada. No se puede levantar por sí misma. No facilita la tarea del pastor. Tampoco este le pide ayuda alguna. Cuando ve cómo está, le sale de dentro un gesto lleno de ternura y de compasión amorosa. «Muy contento», levanta del suelo a la oveja, la pone sobre sus hombros alrededor del cuello y se vuelve a casa. Al llegar, reúne a sus amigos y vecinos y les invita a compartir su alegría: «Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido». Su alegría es tan grande que necesita compartirla.
4. La alegría de Dios cuando se convierte un pecador (v. 7)
Según Lucas, Jesús concluye su parábola con estas palabras: «Os digo que así también habrá más alegría en el cielo [es decir, en Dios] por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse». Dios es así. No solo busca apasionadamente al pecador que está perdido, sino que lo celebra en el misterio insondable de su corazón cuando se convierte.
Según Lucas, Jesús dejó claro, a lo largo de su vida, que su misión estaba dirigida principalmente a los pecadores: «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan» (Lucas 5,32); «El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lucas 19,10). Esto es lo que Jesús quiere dejar claro también a los fariseos y escribas que le critican. ¿Cómo no entienden que viva acogiendo a pecadores, recaudadores y prostitutas? ¿Cómo no entienden su alegría al poder encontrarse con ellos en torno a su mesa? Todos deberían sumarse, también ellos, a su alegría, pues nace de la alegría del mismo Dios.
5. Mensaje de la parábola
La parábola es breve, pero de un contenido profundo. ¿Puede este pastor de actuación tan sorprendente ser metáfora de Dios? Hay algo que todos los que escuchan la parábola han de reconocer: los seres humanos son criaturas de Dios, le pertenecen a él. Y todos sabemos lo que uno hace por no perder algo suyo que aprecia de verdad. Pero ¿puede Dios sentir a los «pecadores» como algo tan suyo y tan querido?
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