Jesús, maestro interior 4. José Antonio Pagola Elorza
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Jesús, maestro interior 4 - José Antonio Pagola Elorza страница 4

СКАЧАТЬ de impureza por su menstruación y por los partos. Los sanos gozan de la predilección de Dios, mientras que los leprosos, los ciegos, los tullidos…, considerados como «castigados» por algún pecado, eran excluidos del acceso al Templo. Esta religión generaba barreras y discriminación.

      Jesús lo captó así y, con una lucidez y audacia sorprendentes, introdujo un principio nuevo: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Es la compasión y no la santidad el principio que ha de inspirar la conducta humana. Dios es grande y santo no porque rechace a paganos, pecadores e impuros, sino porque ama a todos, sin excluir a nadie de su misericordia. Dios no es propiedad de los buenos. Su amor compasivo está abierto a todos: «Él hace salir su sol sobre buenos y malos» (Mateo 5,45). En su corazón hay un proyecto integrador. Dios no excluye, no separa ni excomulga, sino que acoge y abraza. No bendice la discriminación. Busca un mundo acogedor y solidario donde los santos no condenen a los pecadores, los ricos no exploten a los pobres, los poderosos no abusen de los débiles, los varones no dominen a las mujeres. Dios quiere una sociedad donde no pasemos de largo ante los que sufren y donde suprimamos la espiral de la violencia introduciendo el perdón.

      2. Dos advertencias para prohibir dos actitudes contrarias a la compasión (v. 37)

      A partir de su gran llamada a ser compasivos como el Padre, Jesús extrae algunas consecuencias, advirtiéndonos antes que nada de dos actitudes contrarias a una actuación inspirada por la compasión.

      a) «No juzguéis y no seréis juzgados»

      Si queremos tratar a las personas con misericordia, no debemos convertirnos en jueces de nuestros hermanos, para ver si se merecen nuestra compasión o no: hemos de respetarlos siempre. Nuestro criterio para ser compasivos no puede ser juzgar si las personas son dignas o no de acercarnos a ellas con amor compasivo. Hemos de inspirarnos en la misericordia del Padre y, en concreto, en cómo encarna y traduce Jesús en su propia vida esa misericordia, acogiendo a los más necesitados, aliviando el sufrimiento, ofreciendo el perdón a los pecadores, defendiendo a las mujeres, abrazando a los pequeños…

      Hemos de distinguir entre la valoración que hacemos de las acciones y el juicio a las personas. Jesús no está exigiendo que lo aprobemos todo, sin discernimiento alguno. Esto sería dañoso para construir un mundo más humano y unas relaciones cada vez más fraternas. Por eso hace enseguida otra llamada.

      b) «No condenéis y no seréis condenados»

      Jesús no prohíbe que hagamos un juicio moral de las acciones. Lo que nos pide es que no pronunciemos un juicio definitivo sobre las personas. Con frecuencia, no solo juzgamos a las personas, sino que damos un paso más y las declaramos culpables. Si vivimos acusando, culpabilizando y condenando, no estamos actuando con el espíritu compasivo del Padre. Podemos decir que, cuando pronunciamos una sentencia definitiva sobre las personas, nos ponemos en el lugar de Dios, pero sin su compasión infinita hacia sus hijos.

      3. Dos llamadas importantes para actuar con verdadero amor compasivo (v. 38)

      Jesús no se detiene en las dos advertencias de carácter negativo que acabamos de considerar. Da un paso más para invitarnos a despertar en nosotros dos actitudes positivas, para vivir con verdad el amor compasivo.

      a) «Perdonad y seréis perdonados»

      Si escuchamos la llamada de Jesús a ser compasivos como el Padre, hemos de vivir dispuestos a ofrecer siempre el perdón a quien nos ha ofendido o hecho algún mal. De ello hablaremos detenidamente más adelante (capítulo 11). Aquí solo nos preguntamos qué es «perdonar».

      La primera decisión del que perdona es no vengarse. No siempre es fácil. La revancha es la respuesta casi instintiva que nos nace de dentro, cuando alguien nos ha herido o humillado. Buscamos aliviar nuestro sufrimiento haciendo sufrir al que nos ha hecho daño.

      Es decisivo, sobre todo, no alimentar el resentimiento. No permitir que el odio se instale en nuestro corazón. Tenemos derecho a que se nos haga justicia: el que perdona no renuncia a sus derechos. Pero lo importante es irnos curando del daño que se nos ha hecho, sin deshumanizarnos.

      Perdonar puede exigir tiempo. El perdón no consiste en un acto de la voluntad que lo arregla rápidamente todo. Por lo general, el perdón es el final de un proceso de reflexión, comprensión de los hechos, sensibilidad, lucidez, ayuda de otros y, en el caso del creyente, la fe en un Dios de cuyo perdón vivimos todos (texto n. 29).

      b) «Dad y se os dará: una medida generosa, colmada, rellena y rebosante»

      Para reforzar su llamada a ser compasivos como el Padre, Jesús nos invita a vivir con generosidad. Esto sugiere el verbo «dar». Jesús nos invita a vivir no encerrados en nuestro ego, sino con generosidad, pensando en el bien de los otros, buscando siempre lo que puede ser mejor para todos. En esta última invitación, Jesús pone el acento en la generosidad con la que Dios nos recompensará lo poco que nosotros hayamos hecho, viviendo con la generosidad propia de la compasión. Esta recompensa de Dios no es un salario merecido por nosotros, sino regalo de su generosidad sin límites. La novedad está en que Dios no solo colma la «medida» que nos podría corresponder, sino que la rebasa con una «medida generosa, colmada, rellena y rebosante». El Padre nos devuelve con creces los pequeños gestos de generosidad que hayamos podido hacer, movidos por la compasión.

      Esta sobreabundancia de la recompensa de Dios, nuestro Padre-Madre, viene sugerida por Lucas a partir de una imagen bien conocida por los campesinos de Galilea. El campesino que venía a recibir como recompensa de su trabajo una cantidad determinada de grano –una medida– levantaba los pliegues de su túnica o manto hasta media cintura, para hacer en su regazo un hueco, una especie de bolsa o alforja. La novedad está en que el señor no solo llena el hueco, sino que, con generosidad sorprendente, va echando el grano sin medida alguna, rebasando y desbordando los pliegues. Así recompensará el Padre «con medida generosa, colmada, rellena y rebosante» los pequeños gestos de generosidad que han podido hacer sus hijos.

      MEDITAMOS

      Hemos leído la llamada de Jesús a ser compasivos como es compasivo ese Dios Padre que nos ama con entrañas de Madre. Hemos escuchado también dos advertencias para no actuar alejándonos de la compasión y dos llamadas para tratar con amor compasivo a todos. Ahora meditaremos qué nos dice a cada uno de nosotros.

      1. «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (v. 36)

      Escucho durante un largo tiempo estas palabras que Jesús me dirige a mí… Las grabo en mi interior… «Sé compasivo… como tu Padre es compasivo…».

      – ¿Siento a Dios como un Padre que nos ama a todos sus hijos con una compasión sin límites?…

      – ¿Cuántas veces me ha perdonado?… ¿Cómo me ha cuidado en momentos difíciles y duros…?

      – ¿Qué experimento dentro de mí cuando escucho a Jesús, que me invita a ser compasivo como el Padre es compasivo conmigo?…

      2. «No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados» (v. 37)

      Escucho atentamente a Jesús, que me dice a mí: no juzgues… no condenes…

      – ¿Juzgo a las personas para ver si merecen un trato amable y compasivo… o si, por el contrario, puedo desentenderme de ellas y pasar de largo…?

      – Cuando voy conociendo a las personas, ¿me fijo en lo que tienen de positivo… o más bien en lo negativo…?

      – СКАЧАТЬ