Los ángeles sepultados. Patricia Gibney
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Название: Los ángeles sepultados

Автор: Patricia Gibney

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Lottie Parker

isbn: 9788418216213

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СКАЧАТЬ cago en la leche, ¿estás sordo o qué, joder? ¿Por qué no paras de repetirlo?

      —No estoy seguro… Creía que el informe decía… —El garda rebuscó en el bolsillo de la chaqueta y sacó la libreta. Pasó las páginas—. Debería haber tres niños.

      El policía se incorporó y se frotó la frente con dedos temblorosos. Mientras buscaba el tabaco en el bolsillo, dijo:

      —Entonces, ¿dónde diablos está el tercero?

      Veinte años después

       Extraer los productos congelados requería fuerza bruta y, por supuesto, guantes.

       Encontré un par en una caja, bajo un conglomerado de herramientas de jardín, bolsas de basura, repelente para babosas y herbicida. Medité sobre posibles usos del herbicida, pero, al final, volví a dejarlo donde estaba. En una caja de herramientas localicé un rollo de cinta de embalar. Salí del cobertizo y regresé al lugar donde llevaría a cabo mi tarea.

       Corté con las tenazas el candado del primero de los tres arcones congelador. Sentí cómo la expectación hacía vibrar el aire. Levanté la tapa y me puse manos a la obra, empezando por sacar la carne congelada. Dos piernas de cordero y media res. Era el señuelo, por si alguien venía a husmear. Una vez retirado el falso fondo, apareció el elemento conflictivo, congelado y pegado a las paredes.

       Levantarlo requirió de cierto esfuerzo. El plástico que lo envolvía se rasgó en algunas partes. Cuando por fin estuvo completamente desenterrado, parte del plástico quedó en el congelador. Ya no podía hacer nada al respecto. Sin prestar demasiada atención al trozo de carne (a falta de una descripción mejor), lo dejé caer al suelo. La verdad es que no quería mirarlo. Ya sabía lo que era. Lo había visto antes de que estuviera congelado.

       Las bolsas de basura resultaron ser de utilidad. Las corté y las coloqué sobre el suelo, y luego enrollé el trozo de carne con ellas. La carne congelada, que estaba arrugada y había adquirido un tono amarillento, se veía a través del envoltorio rasgado.

       Cuando estuvo completamente cubierto por las bolsas y envuelto con cinta de embalar, volví a colocar el falso fondo en el congelador, seguido del señuelo. El trabajo estaba casi terminado. Ahora solo faltaba transportar la carga al abrigo de la oscuridad y deshacerse de ella. Ya había cambiado de sitio antes. Esta sería la última vez.

       Tenía dos congeladores más que vaciar. Trabajé metódicamente.

       Había mucho que hacer antes de que saliera el sol.

      1

      Domingo

      Bajaron el ataúd lentamente para introducirlo en la tierra blanda.

      Un grito, más bien un suspiro melancólico, se elevó en el aire. Lottie Parker miró hacia su derecha. Grace Boyd, con los ojos vidriosos, tenía la vista fija al frente y el rostro cubierto de lágrimas. Se mordía las uñas. Las gotas que le caían por la nariz reposaban sobre su labio superior, y Lottie sintió deseos de coger un pañuelo y limpiárselas. Pero permaneció inmóvil, rígida.

      Pese a que era la última semana de mayo, el océano Atlántico envió un tornado de aire frío hacia la costa oeste que atravesó la liviana chaqueta veraniega de Lottie. El cementerio, en lo alto de la colina, estaba a merced de los elementos. Sus altas cruces célticas lucían motas de musgo verde, y una incluso tenía conchas incrustadas en su punto más alto. Los escasos árboles se inclinaban suplicantes ante el viento. Los arbustos de brezo púrpura frotaban sus hojas contra los morros de las cabras, que acariciaban con el hocico la hierba algodonera. Habría sido una escena idílica de no ser por la tristeza.

      El cura roció agua bendita sobre el agujero de dos metros donde ahora reposaba el ataúd. Indicó a los parientes más cercanos que hicieran lo mismo. Lottie se quedó sola unos instantes mientras los demás avanzaban. Cogieron un puñado de tierra con la pala y la dejaron caer sobre la caja de madera con su cruz de latón. Grace se rezagó, y entonces cogió un lirio de la corona de flores y lo arrojó en las profundidades de la tierra abierta. Sus pétalos blancos iluminaron la oscuridad del fondo.

      Desde el mar llegó otra brisa cortante. Lottie se estremeció. Los recuerdos del entierro de su marido Adam reaparecían desnudos y descarnados. El potente olor de los lirios le obstruía las vías respiratorias, y se llevó la mano a la boca y se cubrió la nariz. Pero no derramó ni una lágrima. Demasiadas lágrimas habían brotado de las profundidades de su ser durante años, y ya no le quedaban más para compartir.

      —En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo… —El cura finalizó las plegarias, y Lottie dio un paso atrás para permitir que el flujo constante de vecinos ofreciera sus condolencias a la familia.

      De pie, junto a la zarzamora espinosa que marcaba el borde del acantilado, dejó que la brisa del océano le azotara el rostro y recibió agradecida la caricia de la naturaleza. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba allí cuando escuchó unos pasos de alguien que se acercaba caminando por la hierba suave. No se volvió. Tenía los ojos fijos en la inmensidad del agua y el horizonte difuso en la distancia. Por un instante, deseó poder viajar en silencio sobre la espuma blanca de la cresta de una ola que la llevara a algún lugar lejos de allí.

      Cuando sintió una mano acariciar la suya y apretarle los dedos, se giró. Boyd apoyó la cabeza sobre el hombro de Lottie, mientras rodeaba con fuerza los hombros de su hermana con el brazo que le quedaba libre.

      —Le hemos dado una despedida muy bonita a mamá —dijo él—. Ya se ha acabado, Lottie.

      Ella le rozó la frente con los labios, y depositó un tierno beso.

      —No, Boyd, esto solo acaba de empezar.

      * * *

      Grace Boyd estaba acurrucada en el rincón del saloncillo del pub. Estaba desolada, anormalmente callada, y seguía mordiéndose las uñas.

      —No sé qué hacer con Grace —susurró Boyd a Lottie cuando esta apareció con dos vasos de agua con gas. El sargento cogió uno antes de que la multitud creciente del pub empujara el codo de Lottie.

      —Vamos fuera —dijo ella.

      Ya en la calle, bajo la luz del sol, inspiró el fresco aire marino.

      —Leenane es hermoso. Aquí es donde grabaron El prado, ¿no?

      —Sí. Mamá tiene…, tenía la fotografía de Richard Harris colgada en la pared del salón.

      —No sé qué decir, Boyd. —Pese a haber sufrido tanto dolor en su propia vida, Lottie descubrió que no tenía ni idea de cómo reaccionar ante el de otra persona.

      —Dime qué hacer con Grace.

      La inspectora acercó una silla desde una mesa de madera salpicada de excrementos de pájaro y le indicó a Boyd que se sentara. Ella se apoyó contra la mesa mientras él limpiaba la silla con la mano.

      —Es difícil —dijo Lottie—. Grace siempre СКАЧАТЬ