Los ángeles sepultados. Patricia Gibney
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Название: Los ángeles sepultados

Автор: Patricia Gibney

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Lottie Parker

isbn: 9788418216213

isbn:

СКАЧАТЬ y Kirby se arrepintió de no haber dejado que se encargara ella. Encontró la tecla correcta y apretó pausa.

      —Esto es a unos cien metros de donde se halló el cuerpo —dijo él.

      —Lo sé, estoy tratando de familiarizarme con el terreno. ¿Cómo pudo alguien llevar un cuerpo, un cuerpo congelado, tan lejos? No hay carretera. Es básicamente una vía de tren que atraviesa el campo.

      —Si lo miras desde aquí, el canal está a la izquierda, y hay un camino de sirga para los paseantes. Tal vez transportó el cuerpo por el camino, o en barca.

      —Una barca es una posibilidad factible —reflexionó Lynch—. De esa manera, no dejaría rastro. ¿Y si lo tiró desde un tren en marcha?

      —¿Qué pasa, demasiadas hormonas del embarazo?

      —Ese comentario me ofende.

      —Oh, lo siento. —Mierda, ¿había dicho algo políticamente incorrecto?

      Maria Lynch rio y se recogió el pelo con una horquilla.

      —Te estoy tomando el pelo. Pero tienes razón, es imposible que alguien pudiera ocultar un cuerpo congelado en un tren antes de tirarlo por la ventana.

      —Qué pequeño es. Joder, Lynch, estoy seguro de que es una criatura.

      —Siento curiosidad, ¿cuánto tiempo estaría ahí tirado? —comentó ella mientras un agente uniformado repartía carpetas por los escritorios de los detectives—. Esta mañana han pasado dos trenes antes de que los chicos lo descubrieran. He ordenado que interroguen a los maquinistas, para averiguar si vieron algo en las vías. También tendremos que hablar con los pasajeros.

      Kirby hojeó el expediente que acababan de dejar sobre su escritorio. Parecía que lo hubiera redactado uno de los nuevos asistentes a toda prisa. Las cosas estaban cambiando tan rápido como podía autorizarlas su nueva comisaria.

      —Los dos muchachos han declarado que hoy era el primer día que hacían volar el dron sobre las vías del tren en vez del canal. ¿Crees que el cuerpo podría estar allí desde hacía tiempo?

      —Lo dudo. —Lynch negó con la cabeza—. Estoy segura de que un maquinista se habría fijado si hubiera un torso dentro de un enorme bloque de hielo.

      —Pero esa es la cuestión, ¿no te parece? Si llevara tiempo allí, el hielo habría estado más derretido. La patóloga forense debería poder darnos una buena aproximación de la fecha en que lo dejaron junto a las vías, según el tiempo que tarda en derretirse un cuerpo congelado con este clima. Sigamos con el vídeo, a ver si vemos algo.

      Apretó una tecla y observó la grabación detenidamente, mientras el dron sobrevolaba la vía.

      —Es una pena que no vuele más cerca del suelo —dijo el detective—. Podríamos descubrir algunas pistas.

      Lynch no pronunció ni una palabra. Eso lo inquietó. Trató de concentrarse en la pantalla, pero le rugía el estómago, y el dolor de cabeza comenzó a palpitarle tras los ojos.

      —No sé cómo lo hacen los chavales para estar todo el día mirando pantallas. No llevo ni cinco minutos aquí y ya…

      —Para —dijo Lynch.

      —Yo solo…

      —La película. El vídeo o lo que sea. Detenlo. Retrocede. ¿Lo ves?

      Kirby se acercó más a la imagen borrosa.

      —¿Qué?

      —¿No te parece que todas las piedras entre las traviesas tienen un aspecto muy homogéneo?

      Kirby se encogió de hombros. No tenía ni idea de qué hablaba Lynch.

      —¡Tienes que verlo! Acerca más la imagen.

      —¿Cómo lo hago?

      —¿Me tomas el pelo? —La detective lo miró fijamente.

      Kirby clicó con el ratón un par de veces. La imagen se volvió más borrosa y pixelada, pero al fin vio lo que su compañera había descubierto.

      —Eso no es una piedra —dijo—. ¿Qué es?

      —No estoy segura, pero podría ser… —Lynch volvió a sentarse en la silla, con el ceño fruncido.

      —¿Lynch?

      —Tenemos que volver a las vías ahora mismo.

      —¿Qué es? —repitió el agente.

      Ella volvió a acercarse, con los ojos entrecerrados.

      —Joder, Kirby, es una puta mano.

      10

      El negocio de los seguros no era lo que Kevin O’Keeffe habría escogido, pero en la vida, las cosas no siempre salen como uno quiere. La aseguradora A2Z estaba ubicada en una calle comercial, y sus vecinos de la parte de atrás tenían un desguace. Había ruido tanto dentro, en la oficina diáfana, como fuera, gracias al estruendo de la maquinaria.

      —¡Llegas tarde!

      —Lo siento. —Kevin arrojó la bolsa del portátil bajo el escritorio y cogió los auriculares—. He vuelto a tener un problemilla con Marianne. —Se llevó la mano a la boca como si estuviera bebiendo. Era su excusa predilecta. Todos en la oficina creían que su mujer era una alcohólica empedernida, y esto le granjeaba la simpatía de sus colegas, aunque se preguntaba si su jefe, Shane Courtney, sospechaba la verdad. Courtney era más joven que él. Tenía treinta y pocos años, y llevaba la arrogancia tatuada en su boca remilgada y su mirada de acero. Kevin sintió la irritación en la piel cuando su jefe se dirigió hacia él a través del laberinto de escritorios.

      —Tiene que ver a alguien. Está afectando a tu rendimiento, Kevin. ¿No crees que quizá necesite ir a rehabilitación?

      Kevin asintió, mordiéndose las mejillas por dentro para evitar contestar.

      —Probablemente tengas razón, pero ¿has visto lo que cuestan esos sitios? Ni siquiera con tu sueldo podría permitírmelo.

      —No tienes ni idea de lo que cobro y, de todos modos, no soy yo quien necesita desintoxicarse. Has llegado tarde cinco veces este mes. Es inaceptable. Pon tu vida familiar en orden o no tendrás ningún salario.

      —Vale, vale…, perdona.

      Mientras regresaba a su despacho, Courtney dijo por encima del hombro:

      —Y todavía te queda mucho para alcanzar los objetivos del mes. Ponte las pilas.

      Mientras respiraba aliviado, Kevin notó el silencio a su alrededor. Sintió que le ardían las mejillas. Maldito Courtney. ¿Por qué tenía que echarle la bronca delante del resto del personal? Sacudió la cabeza e introdujo la contraseña en el ordenador.

      —¿Estás bien, Kevin?

      Miró por encima de la mampara del cubículo СКАЧАТЬ