Sentir, entender, amar, creer. Rafael Gómez Pérez
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Название: Sentir, entender, amar, creer

Автор: Rafael Gómez Pérez

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

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isbn: 9788412267952

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СКАЧАТЬ como sinécdoque, la parte por el todo, por ser humano. Pero sobre esa sinécdoque caben metáforas, como, entre otras muchas, «las tablas del corazón» (Proverbios 3, 3; 7, 3). O comparaciones: «mi corazón es como cera que se derrite» (Salmo 22, 15). Presentes ya en el Antiguo Testamento, las figuras de pensamiento y de lenguaje sobre el corazón se hacen en la mayoría de las culturas de uso común, dando origen a refranes. Entre los más conocidos en castellano, pero con coincidencias en otros idiomas: «ojo que no ve, corazón que no siente»; «hacer de tripas corazón»; «el corazón siente y la boca miente»; «barriga llena, corazón contento»; «corazón codicioso nunca tiene reposo»; «adonde el corazón inclina, el pie camina»; «manos frías, corazón ardiente»; «el que come y no da, ¿qué corazón tendrá?»;…

      3. El corazón en el Nuevo Testamento

      «Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón»

      (Mateo 6, 21)

      Como ha sido notado muchas veces, cuando se lee el Nuevo Testamento a continuación del Antiguo se advierte, por un lado, la continuidad; por otro, la diferencia. La diferencia radical es el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.

      En el Antiguo Testamento Yahvé se relaciona con el pueblo que ha elegido, pero a la vez está muy por encima, en la gloria de su majestad. En el Nuevo, el Hijo de Dios que es uno con el Padre y el Espíritu Santo, se hace hombre. Es Dios, pero a simple vista no es más que un hombre entre los hombres y mujeres de su tiempo, en su relativamente breve vida humana en la tierra.

      En el Antiguo Testamento se podía atribuir a Yahvé un corazón, pero solo como una figura de lenguaje. En el Nuevo, Jesucristo tiene un corazón real, de carne. Y él mismo utiliza el término corazón para referirse a toda su única persona, la divina, quizá para que no se olvide de que tiene también una naturaleza humana.

      Los autores de los libros que componen el Nuevo Testamento, todos judíos, conocen los libros sagrados de su tradición, del Génesis en adelante. El uso del término corazón para referirse a una multiplicidad de hechos, virtudes, vicios, emociones, pasiones… no podía pasarles inadvertido. De hecho, ellos también lo emplean ampliamente.

      La lógica del corazón

      Eran casi innumerables los preceptos de la ley mosaica, pero los mejores lectores de esa ley, en los años de Cristo, sabían que el central era el del Deuteronomio 6, 5: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Cuando (Mateo 22, 34-39) un fariseo, legista, pregunta a Jesús que cuál es el gran (megale) mandamiento, Jesús recita ese texto del Deuteronomio y confirma: «Este es el gran mandamiento y el primero (prote)». Y añade, sin que se lo pregunten: «El segundo (deutera), y semejante a este, es: “Amarás al prójimo como a ti mismo”» (Levítico 19, 18).

      En Marcos (12, 28-34) quien pregunta es otro, con buena intención, y la respuesta es algo más amplia: «Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es un solo Señor, y amarás al Señor con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y [se añade] con todas tus fuerzas. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Mayor que estos otro mandamiento no hay”».

      En Lucas (10, 25-29) pregunta un legista con ánimo de tentarle, y Cristo hace que el mismo que pregunta responda: «Amarás al Señor, Dios tuyo, con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo». Al preguntar de nuevo el legista «¿quién es mi prójimo?», se narra la parábola del buen samaritano, quizá, con la del hijo pródigo, la más entrañable de los Evangelios. En las dos tiene que ver el corazón.

      En la del buen samaritano se dice que este, al ver al hombre malherido, «se le enterneció el corazón» (Lucas 10, 33), la misma expresión (Lucas 15, 20) que en la del hijo pródigo. La versión latina dice «misericordia motus est», siendo, como es patente, la misericordia cosa del corazón.

      La lógica de los Evangelios es la lógica del corazón, de la misericordia. De la misericordia de Dios han de aprender los humanos: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mateo 5, 6).

      El corazón, bien dispuesto, une. Se dice de los primeros cristianos que eran «un solo corazón y una sola alma» (Hechos 4, 32).

      Es causa de paz, de descanso: «Aprended de mí, pues soy manso y humilde de corazón y hallaréis reposo para vuestras almas» (Mateo 11, 29). Será en adelante uno de los pasajes más comentados por los escritores cristianos, la consagración de la humildad, cuya hondura solo se ve en Cristo, que siendo Dios, «no vine a ser servido, sino a servir» (Mateo 20, 28).

      Esa lógica no ahorra el sufrimiento, la angustia, la congoja. «A impulso de una gran congoja y angustia de corazón os escribí con abundantes lágrimas, no para que os entristezcáis, sino para que conozcáis el amor que os tengo» (2 Corintios 2, 4). Sentir en el corazón es hacerlo profundamente, no como esos que «se glorían en la faz [es decir, en la apariencia] y no en el corazón» (2 Corintios 5, 12).

      Amar a los demás es «os tengo en el corazón» (Filipenses 1, 7). La distancia no hace disminuir el amor: «huérfanos de vosotros por breves momentos, con el cuerpo, no con el corazón» (1 Tesalonicenses 2, 17). «Amaos de corazón intensamente los unos a los otros» (1 Pedro 1, 22).

      Corazón, mente, palabras, hechos

      Como en el Antiguo Testamento, en el Nuevo el corazón es la sede de los pensamientos. «Arrepiéntete, pues, de esa maldad y ruega al Señor por si tal vez te sea perdonado el pensamiento de tu corazón» (Hechos 8, 22, Pedro a Simón el mago).

      También de los propósitos: «animaba [Bernabé] a todos a perseverar en el propósito del corazón fieles al Señor» (Hechos 11, 23). Y esos propósitos están en el ámbito de la libertad: «El que se mantiene firme en su corazón, no viéndose forzado, sino que es dueño de hacer su voluntad, y esto ha resuelto en su corazón…» (1 Corintios 7, 37, a propósito de la elección entre virginidad o matrimonio). San Pablo insiste en esto: «Cada uno según que tiene determinado en su corazón: no de mala gana ni por fuerza, que Dios ama al que da con alegría» (2 Corintios 9, 7).

      El discurso de Pedro sobre la conducta de Ananías y Safira, el matrimonio que vendió un campo para socorrer a las necesidades de la comunidad (pero se reservó fraudulentamente una parte), es una demostración del valor de la libertad: atribuye a Satanás posesionarse del corazón de Ananías. «¿Es que de no venderse dejaba de ser tuyo y, una vez vendido, no quedaba el precio en tu poder? ¿Cómo es que pusiste en tu corazón ese enredo?» (Hechos 5, 3-4).

      Corazón quiere decir todo el ser humano, de él sale lo bueno o lo malo. «El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón, saca lo bueno; y el malo, del malo saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Lucas 6, 45). «Las cosas que salen de la boca del corazón salen y estas son las que contaminan al hombre. Pues del corazón salen los malos pensamientos: homicidios, adulterios, fornicaciones, falsos testimonios, blasfemias» (Mateo 15, 18-19). Según Juan (13, 2) el diablo «puso en el corazón de Judas» la traición a Jesús.

      Las palabras y hechos destacados se guardan en el corazón, como hicieron los que vivían cuando Juan el Bautista fue concebido (Lucas 1, 65). Pero singularmente María, la primera asistente a las maravillas de Dios: «María guardaba todas estas palabras, ponderándolas en su corazón» (Lucas 2, 19); «y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón» (Lucas, 2, 51). Aparece también en la declaración de la parábola del sembrador (Lucas 8, 15). La semilla que cae en buena tierra (no a la vera del camino, ni entre piedras, ni entre espinas): «estos son los que, con corazón bueno y óptimo, la retienen y llevan fruto con su constancia».

      Corazón СКАЧАТЬ