Sentir, entender, amar, creer. Rafael Gómez Pérez
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Sentir, entender, amar, creer - Rafael Gómez Pérez страница 3

Название: Sentir, entender, amar, creer

Автор: Rafael Gómez Pérez

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

Серия:

isbn: 9788412267952

isbn:

СКАЧАТЬ 12, 25: «ansiedad en el corazón deprime al hombre»;

       la esperanza que se prolonga, que se convierte en tormento (Proverbios 13, 12), que acaba en desaliento (Eclesiastés 2, 20);

       la confianza: «confía en Yahvé de todo corazón» (Proverbios 3, 5);

       la amargura: «el corazón conoce la propia amargura» (Proverbios 14, 10);

       el estremecimiento y el espanto: Salmo 55, 5; Isaías 7, 2; 33, 18;

       la conversión. Si ha habido alejamiento de Dios, la conversión es tarea del corazón (2 Reyes 23, 25), y es precedida por un pesar o arrepentimiento o remordimiento (1 Reyes 8, 38). Eso ha quedado en los tres golpes de pecho (en el corazón) del yo pecador. Hay que alzar los corazones (sursum corda) a Dios (Lamentaciones 3, 41).

      Y en estas otras pasiones estaría el corazón mal situado:

       la soberbia, el orgullo, la altivez: Proverbios, 16, 5: «Yahvé abomina el corazón altivo»; 21, 4: «corazón arrogante»; Ezequiel 28, 2: al príncipe de Tiro: «Tu corazón se ha engreído y has dicho: soy un Dios»; Abdías, 3: «la soberbia de tu corazón te ha engañado»; un juicio sobre Alejandro Magno: «tu corazón ensorberbecido, se llenó de orgullo»: 1 Macabeos 1, 5; «Yo y nadie más»: Sofonías 2, 15;

       la maquinación del mal (Proverbios 12, 20);

       la avaricia (Jeremías 22, 17);

       la inconstancia: «generación de corazón voluble» (Salmo 78, 8 y 37);

       la obstinación (2 Crónicas 36, 13);

       los antojos. «Sus ojos se les saltan de puro gordos, y dejan traslucir los antojos del corazón» (Salmo 73, 7).

       el desvío: en 1 Reyes 11, 3, 4, y 9 se cuenta que las mujeres de Salomón, que con hipérbole numérica sumaban más de mil, desviaron su corazón, porque el corazón puede irse tras los ojos (Job 31, 7);

       el extravío: «pueblo son de corazón torcido, que mis caminos no conocen» (Salmo 95, 10);

       la envidia: «no envidies en tu corazón a los pecadores» (Proverbios 23, 17);

       el engaño: la persona puede engañar a su propio corazón: «mi corazón en secreto se dejó seducir» (Job 31, 27); «su corazón engañado le extravía» (Isaías 44, 20); porque «el corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo, quién lo conoce» (Jeremías 17, 9-10);

       el endurecimiento del corazón, ya sea inducido en parte por Dios (como al faraón de Egipto al oponerse a la salida de los judíos: Éxodo 4, 21, de lo que hace eco 1 Samuel 6, 6) ya sea obra solo del ser humano: así en Deuteronomio 15, 7: «no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre». Lo recuerdan constantemente los profetas (es como una pérdida del corazón, en Isaías 46, 12; pertinacia, en Jeremías 7, 24; corazón empedernido en Ezequiel 2, 5; Salmo 95, 8: «no endurezcáis vuestros corazones»).

       la violencia: «porque su corazón trama violencias» (Proverbios 24, 2);

       las habladurías: «que tu corazón bien sabe cuántas veces has denigrado a otros» (Eclesiastés 7, 21-22);

       la locura (Eclesiastés, 9, 3);

       el apocamiento, o intranquilidad (Isaías 35, 14);

       los caprichos: «no seguiréis los caprichos de vuestros corazones y de vuestros ojos, que os han arrastrado a prostituiros» (Números 15, 39). Pero «Alégrate, joven, en tu juventud […] vete por donde te lleve el corazón y los ojos, pero a sabiendas de que por todo eso te emplazará Dios a juicio» (Eclesiastés 11, 9);

       la doblez, «lenguaje de corazones dobles» (Salmo 12, 3);

       la intriga, «su corazón es como un horno en sus intrigas» (Oseas 7, 6);

       la necedad, o insensatez de la que se habla en Proverbios 12, 23; 15, 7; 18, 2 («el necio no haya gusto en la prudencia, sino en manifestar su corazón»). El término viene del latino nescio, que es no sé. Pero la necedad debe ser un no saber con culpa, un no saber pensando que se sabe incluso más que otros. Ese sería el sentido de la frase del Salmo 14, 1: «Dice el necio en su corazón: No hay Dios».

      La acción de Dios en el corazón humano

      Si se sopesa bien esta complejidad del corazón, se entenderá que solo Dios puede conocerlo a fondo: escrutándolo (Salmo 7, 10), sondeándolo (Salmo 17, 3). «Ha plasmado todos los corazones y conoce a fondo todas sus obras» (Salmo 33, 15). «¿No habría de saberlo Dios, que conoce los secretos del corazón?» (Salmo 44, 22).

      Dios pone inspiraciones en el corazón humano (Nehemías 2, 12); puede engrosarlo (Isaías 6, 10), ensancharlo (Isaías 60, 5; (Salmo 119, 32): «pues tú ensancharás mi corazón»; acrisolarlo (Salmo 26, 2); vendarlo si está roto (Isaías 61, 1); lavar su maldad, que es amargura (Jeremías 4, 14 y 18).

      Como imagen gráfica de una conversión radical: «circuncidad el prepucio de vuestro corazón» (Deuteronomio 10, 16). O bien: «Rasgad vuestro corazón, no los vestidos» (Joel 2, 13). Quitar el corazón de piedra y tener uno de carne (Ezequiel 11, 19). Derribad los ídolos del corazón (Ezequiel 14, 3. 4; 20, 16). Pero sobre todo se desea de Dios que dé un corazón nuevo: «Crea en mí, oh Dios, un corazón puro y renueva dentro de mí un espíritu recto» (Salmo 51, 12).

      El Salmo 28, 7 lo resume: «Yahvé es mi fortaleza y mi escudo; en Él confió mi corazón y fui socorrido; y mi corazón salta de gozo y le alabaré con mis cánticos». «En Él se regocija nuestro corazón» (Salmo 33, 21).

      La acción de Dios es la de un padre con sus hijos: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy» (Salmo 2, 8), que se refiere propiamente al Hijo de Dios, pero también a los seres humanos: «cuan benigno es un padre para sus hijos, tan compasivo es Dios para los que le temen» (Salmo 103, 13).

      Corazón y ley de Dios

      El corazón ha de aplicarse a buscar, conocer y guardar la ley de Dios (Jeremías 29, 13), de modo que esa ley esté en lo interior. «Bienaventurados los que guardan los testimonios de Yahvé y con todo su corazón le buscan» (Salmo 119, 2). Este corazón, sin más, no da buenos frutos: hay que aplicarlo a lo mejor (Esdras 7, 10): «había aplicado su corazón a escrutar la ley de Yahvé». Hay que decidir de corazón dar gloria a Dios (Malaquías 2, 2). Abrir el corazón a su ley (2 Macabeos 1, 4).

      Corazón que se compadece: la misericordia

      La misericordia de Dios campea por todo el Antiguo Testamento y está como en lucha con la justicia de su ira al castigar el pecado. Pero triunfa siempre la misericordia: «Misericordia quiero, no sacrificios» (Oseas 6, 6), también para que los seres humanos aprendan a ser misericordiosos. El mismo profeta pone en boca de Dios: «Mi corazón está en mí trastornado, y a la vez se estremecen mis entrañas. No daré curso al ardor de mi cólera» (11, 8).

      En Jonás se lee: «Bien sabía yo que tú eres un Dios clemente y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del mal (4, 1-2).

      El ser humano ha de aprender de la misericordia de Dios. El famoso precepto del Levítico (19, 17-18), el segundo mandamiento, está en este contexto: «No odies en tu corazón a tu hermano […] Amarás a tu prójimo como a ti СКАЧАТЬ