Honor de artista. Feuillet Octave
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Название: Honor de artista

Автор: Feuillet Octave

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4057664165916

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СКАЧАТЬ bien se está aquí para charlar, ¿no es verdad, hija?

      —Sí—respondió la otra, que era muy encendida de color, aunque de buen ver y tenía ligero acento inglés—. Se está muy bien... sobre todo, puede una ponerse a tiempo en guardia contra los indiscretos... Continúe... ¡me interesa tanto lo que me está contando!

      —Pues sí, esta Georgina, de que le hablaba, es muy complaciente con mi hermano, quien le paga en la misma moneda: como ya, le he dicho, Georgina Bacot trabaja en las Folies-Lyriques, por cuya razón mi hermano anda mucho entre bastidores, y allí se encuentra a menudo con la madre de Georgina, que fue también actriz en sus tiempos... y mi hermano nos contaba el otro día a mamá y a mí que una de estas noches pasadas había encontrado en la escena, durante un entreacto, a la madre de Georgina... Estaba mirando por el agujero del telón cuando de pronto se volvió a aquél y le dijo con voz llorosa... «Hay cosas que halagan a una mujer... ¿creerá usted, señor, que hay esta noche en la sala cuatro de mis antiguos amantes... y todos senadores?»

      —¡Oh! Mariana—dijo la linda inglesa.

      —Pero la historia del peluquero es todavía más divertida—replicó Mariana.

      —¡Oh! cuénteme la historia del peluquero... cuéntemela.

      Mariana titubeó un momento.

      —No, mi cara Eva—añadió Mariana riendo—: ésta es realmente demasiado salpimentada.

      —¡Se lo ruego, querida mía!

      —Pues bien, ese peluquero... pero no... mi buena Eva... decididamente... es demasiado... no puede pasar... La dejaremos para una de esas noches en que se nos va un poco la mano en el champagne.

      Pasaron cerca de un rosal. Mariana cortó una rosa y se la puso en el pecho.

      —¿Y ese pintor que llegó ayer, qué le parece, Eva?

      —Tiene buenos ojos y algo de genial en la fisonomía—respondió la interpelada.

      —Sí, pero sin distinción—arguyó la niña, haciendo desdeñosa mueca—. El otro... ese sí... el amigo Pedro... ¡ese sí que quisiera yo encontrármelo una noche en cualquier rincón del bosque!

      —El encuentro sería un tanto peligroso—objetó Eva.

      —Donde no hay riesgo, no, hay deleite—apoyó Marianita—. Entre paréntesis, ninguna lástima tengo yo a mi prima la de Aymaret, que le ha dado su corazón... etc. Digo, así se dice, yo no sé si es verdad... lo que sí sé es que se ven casi todos los días... con este pretexto... y con aquél... y con el de más allá.

      —Parece que no es muy dichosa con su marido la pobre vizcondesa, ¿es cierto?

      —¿Qué mujer es dichosa con su marido, mi buena Eva? Y si no, vea qué bien se entienden los Laubécourt, que son nuestros compañeros de temporada.

      —Es verdad, he notado que tienen siempre los dos caras de entierro... ¡mire usted que algunas mañanas en el almuerzo!

      —¡Algunas mañanas! ¡Y peor algunas noches!

      —¿Cómo así?—preguntó Eva.

      —Pero, querida, mía, ¿no sabe usted las causas de sus desavenencias?... El señor de Laubécourt tiene pasión por los niños, en tanto que a la señora la horrorizan... y tiene razón, a mi entender.

      —¡Oh! ¿por qué, amada mía?

      —Primero, porque nada hay más incómodo ni más enojoso que esos muñecos para una mujer que ama la sociedad... segundo, porque cuando se es bonita desea conservarse el mayor tiempo posible... y los niños, es sabido, son los verdugos de la belleza.

      —No comprendo, Mariana, ¡a mí me parece...!

      Aquí Mariana bajó la voz para responder, y pareció como que explicaba algún trascendental misterio a su amiga, quien enrojeció ligeramente.

      —Ahora me explico—manifestó ésta con aire pensativo—por qué el señor de Laubécourt tiene un aspecto de tanta tristeza.

      —¡Si no fuera más que tristeza!... pero es que casi todas las noches, en su cuarto, pasa con su mujer escenas terribles.

      —¡Ya lo creo! ¡hay de qué! ¿Y qué es lo que aquélla le responde?

      —Le responde... le responde... ¡chito!—concluyó Marianita.

      Al decir esto las dos rompieron en una carcajada, y como la campana anunciara el almuerzo, se alejaron en dirección al comedor.

      Aún no se habían perdido de vista, cuando Fabrice, que durante el sorprendido curioso diálogo cambiara con Pierrepont frecuentes y edificantes miradas, le preguntó a éste con la calma que le era habitual.

      —¿Quién es esta expeditiva señora, esta preciosa Mariana?

      —Mi buen Fabrice—dijóle el marqués—, no es una señora, es una señorita.

      —¡Diablo!—replicó vivamente el pintor—. ¿Y la otra... Eva?

      —Es su institutriz.

      —¡¡Dia...blo!!—acentuó Fabrice con energía.

      Y volvió tranquilamente a preparar su paleta.

      —Como hoy mismo voy a presentarte a esas inocentes, sería inútil ocultarte que tan aventajada criatura es la señorita de la Treillade, y no parece de más advertirte que esta mañana precisamente, me la recomendaba, mí tía cual un modelo de todas las virtudes... Verdad es que añadía que era muy instruída... en lo que, como has visto, no se equivocaba... Cuando pienso que tal vez me hubiera decidido por ella, siento escalofríos... Ahora comprenderás por qué razón he prescindido de todos los principios de la delicadeza ante la idea de darme exacta cuenta sobre los principios de esa señorita... Diríase que la suerte me ha presentado la ocasión de juzgarla... Te aseguro que no me arrepiento de mi falta... ¡Vamos a almorzar!

       Índice

      la vizcondesa de aymaret

      El primer impulso de Pierrepont fue ir a contar en caliente a la baronesa la instructiva conversación que acababa de sorprender, entre la que aquélla llamaba su joya predilecta y la digna institutriz de tal encanto; pero, después de haber reflexionado un poco, prefirió aplazar la modificación, reservándola como un argumento dilatorio para el día en que la señora de Montauron lo empujase de nuevo a resolverse en definitiva. Atormentado por dudas de que el lector conocerá pronto la causa real, si ya no es que la haya adivinado, el joven marqués, en sus indecisiones, deseaba ante todo ganar tiempo. Continuó, pues, durante aquel día y los sucesivos, tomando parte activa en las distracciones de la bulliciosa colonia que habitaba los Genets, haciendo creer a su tía que se ocupaba a través de juegos y de risas, en profundos estudios y maduras observaciones acerca del carácter de aquellas señoritas, quienes, en realidad, lo tenían sin cuidado.

      Entretanto, el retrato de la señora СКАЧАТЬ