Honor de artista. Feuillet Octave
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Honor de artista - Feuillet Octave страница 6

Название: Honor de artista

Автор: Feuillet Octave

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4057664165916

isbn:

СКАЧАТЬ que yo desearía ver escrita en la puerta de todos los talleres: «Trabaja y calla».

      Estas palabras dichas, retiróse discretamente Fabrice en el momento que comenzó a bailarse. Su creciente reputación le había abierto de par en par las puertas de los salones y de la alta sociedad parisiense; pero, como la mayor parte de aquellos que nacieron fuera de ese medio y a él llegaron tarde, sentía siempre en el mundo cierta cortedad, cierta inquietud que lo desconcertaba, disgustándolo.

      Al día siguiente, bastante temprano, la señora de Montauron mandó llamar a su sobrino, y cuando éste se presentó a la baronesa, acababa la anciana señora de tomar el desayuno.

      —¿No mal de salud, tía, me parece?

      —No, te he hecho venir tan temprano porque durante el día no estamos nunca solos y quiero hablarte... Siéntate... Principiaré por decirte que no estoy descontenta de tu grande hombre... el pintor... un poco corto, un poco tímido... ¡pero en estos hombres de talento hay siempre un encanto!... Y ahora hablemos de cosas serias... ¿Qué... piensas de matrimonio?... Vamos, ¿qué te han parecido mis niñas?

      —Tía, todavía estoy en el período de... de observación... Esta pléyade de sílfides me causa un cierto embeleso... Usted comprende que es natural.

      —Sí, es natural... Yo no te pido que te decidas inmediatamente... pero, en fin, hace ocho días que vives en la intimidad de ellas... ya habrás sentido alguna impresión... principiará a manifestarse alguna preferencia...

      —Tía, francamente, ocho días es poco tiempo para conocerlas a fondo.

      —Dime, ¿y cuánto necesitas, según tú, para adquirir ese conocimiento?

      —¡Phs!... no sé... algunas semanas, me parece.

      —¡Algunas semanas!—exclamó la baronesa,—. ¡Pobre sobrino mío!... Al paso que vamos necesitarás un siglo, y no por eso estarás más adelantado... Una joven, hijo mío, es lo más impenetrable que hay en el mundo... sólo Dios puede saber lo que será una vez casada... ¡Y aun así!

      —Sin embargo... tía.

      —Sí, ya sé lo que vas a decir... y de antemano te prevengo que en esta materia no hay más que tres cosas acerca de las cuales pueda tenerse una aproximada certidumbre... a saber: familia, dote y figura... En cuanto a lo demás, es necesario entregarse piadosamente a la Providencia... si tienes en cuenta que no está todavía en uso de tomar las mujeres a prueba como los caballos... por más que se anuncia una ley estableciendo el divorcio absoluto... lo que será principiar a andar aquella senda... Pero, vamos, para salir de generalidades, a mí me parece que si yo hubiera sido hombre habría amado locamente a la señorita de Alvarez... ¿No te dice nada la señorita de Alvarez?

      —Me dice demasiado, tía... Tiene una pupila demasiado incandescente para mis gustos... dicho sea con el respeto debido... Venus Ciprea... etc., etc.

      —¡Bah! ¿Qué sabes tú? Nada hay más engañoso que esos ojos... debías tener experiencia a tu edad... Generalmente, los azules son los peores... Y esa adorable americanita, miss Nicholson... un querubín con tres millones de dote... y esperanzas.

      —Es hermosa, tía... Solamente que anda como un hombre... y después, ¿no le parece a usted que tanto ella como su papá, tienen así como un vago olor a petróleo?

      —¡Qué tontería! En fin, tomemos nota de ella, de esta encantadora miss Nicholson... ¿Y la deliciosa rubia, la señorita Lahaye?

      —Muy bien también, tía... pero su padre vende vino... ¡eso es grave!...

      —¡Sí, pero vende mucho! ¿Y qué me dices de la señorita de Aurigney? ¡qué radiante hermosura! ¡y tan distinguida!

      —Muy distinguida, sin duda... ¡pero tan glacial!

      —¡Magnífico! ¡ahora salimos con lo glacial! Hace un momento era Venus quien te asustaba... ahora es lo contrario... ahora es el hielo... ¡pero, entonces, hijo mío, tienes miedo de todo!... ¿qué significa esto, caballerito?

      —Confesad, mi querida tía, que la señorita de Aurigney parece un sorbete.

      —¡Tú sí que pareces un sorbete! Acabaré por creer que tus dificultades reconocen por causa una resolución tomada de antemano.

      —Pero, mi buena tía, usted me pide que le manifieste mis impresiones, y así lo hago lealmente.

      —Sí, pero es que encuentras objeciones a todo, y objeciones casi siempre pueriles.

      —Es únicamente para hacer reír a usted... tía...

      —¡Mira que la cosa no me causa risa!... vamos, y la señorita de Chalvin... un poco aturdida quizás... ¡pero tan elegante, tan encantadora!

      —Y sobre todo tan bien educada, tía... ayer decía su madre refiriéndose a ella: Mi hija tiene un excelente carácter; verdad es que ni su padre ni yo la contrariamos nunca... es un caballito desbocado... cuando se abandona la brida nada la contiene.

      —Su madre es incapaz... mas como no te vas a casar con ella... En fin... llegamos a mi predilecta... ¡una perla, hijo mío!... No, lo que es a ésta no permito que la critiques... ¡La señorita de La Treillade!

      —Ciertamente, tía, es sin duda alguna lo mejor de la colección...

      —¡Ya lo creo! Rostro de virgen... instruída, inteligente, modesta... no digo ella; su misma institutriz es una persona ejemplar... una verdadera perfección... Créeme, dedícate a estudiarla... ¡obsérvala, hijo mío!

      —Se lo prometo a usted, tía.

      —Bueno, ahora vete, tengo que escribir... mira, dile a Beatriz que venga.

      Pedro se retiró, encargando a una sirvienta que encontró en la escalera previniese a la señorita Beatriz de que la señora la necesitaba; en seguida bajó algunos escalones, llamando al departamento de Fabrice. Era este departamento un piso bajo, o mejor dicho, una especie de entresuelo cuyas puertas se abrían sobre los antiguos fosos del castillo, ahora convertidos en jardines. El pintor, que debía empezar a mediodía el retrato de la baronesa, se ocupaba en preparar su paleta. Después de haberse cerciorado por sí mismo de que nada faltaba para la comodidad de su amigo, Pierrepont le daba algunos detalles históricos y arqueológicos acerca de los Genets, cuando se interrumpió de pronto al oír risas y femeniles voces bajo las ventanas del departamento; aproximóse rápidamente a la ventana del saloncito, que ocupaba una de las torrecillas de los ángulos del castillo, siendo por consecuencia fácil dominar desde allí con la vista el foso... Las persianas estaban cerradas para preservarse sin duda contra los rayos del sol de una ardiente mañana de agosto, pero a través de los listones inferiores, casi horizontalmente dispuestos, pudo echar Pedro una mirada al exterior, y volviéndose con viveza a Fabrice, hízole seña de que guardase silencio, diciéndole al propio tiempo, que sonreía y bajaba la voz:

      —Yo no tengo la costumbre de escuchar entre puertas... ni entre ventanas... pero, en este caso, la tentación se me presenta invencible... ya te diré por qué...

      —¡Lo que puede el mal ejemplo!—repuso Fabrice acercándose a su vez.

      Pudo conocer entonces las dos señoritas cuyas voces llegaban hasta ellos; estas señoritas habían bajado, a lo que podía creerse, a uno de los jardinillos СКАЧАТЬ