Hermanas de sangre. Тесс Герритсен
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Название: Hermanas de sangre

Автор: Тесс Герритсен

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Rizzoli & Isles

isbn: 9788742811634

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СКАЧАТЬ o picaba la cebolla y el ajo. La ligera fragancia del arroz de jazmín llenó la cocina. No tenía tiempo para pensar en la sangre del grupo B ni en la mujer de cabello negro porque el aceite humeaba en la cacerola. Era el momento de saltear el pollo y añadir la pasta de curry. Incorporó una lata de leche de coco y tapó la cacerola para dejar que hirviera poco a poco. Alzó la vista hacia la ventana de la cocina y de repente se descubrió reflejada en el cristal.

      «Me parezco a ella. Soy idéntica a ella.»

      La recorrió un escalofrío al pensar que el rostro que se reflejaba en el cristal pudiera no ser el suyo sino el de un fantasma que la estuviera mirando. La tapa de la cacerola empezó a traquetear ante la presión del vapor. Los fantasmas intentaban salir. Estaban desesperados por captar su atención.

      Apagó el fuego, se dirigió al teléfono y marcó el número de un busca que sabía de memoria. Al cabo de unos instantes, Jane Rizzoli la llamó. Oyó sonar el eco de otro teléfono: así que la detective no estaba en casa todavía, sino probablemente sentada ante su escritorio en Schroeder Plaza.

      —Siento mucho molestarte —comentó Maura—, pero necesito preguntarte algo.

      —¿Te encuentras bien?

      —Sí, sólo quiero saber una cosa más acerca de ella.

      —¿De Anna Jessop?

      —Sí. ¿Dijiste que su permiso de conducir estaba expedido en Massachusetts?

      —Así es.

      —¿Qué fecha de nacimiento figura en él?

      —¿Cómo?

      —Hoy, en la sala de autopsias, dijiste que tenía cuarenta años. ¿Qué día nació?

      —¿Por qué?

      —Por favor. Necesito saberlo.

      —Está bien. Aguarda.

      Mientras esperaba, Maura oyó ruido de pasar páginas. Luego Rizzoli regresó al teléfono.

      —Según el permiso, su fecha de nacimiento es el 25 de noviembre. Durante unos segundos, Maura no hizo ningún comentario.

      —¿Todavía estás ahí? —preguntó Rizzoli.

      —Sí.

      —¿Qué ocurre, Doc? ¿Algún problema?

      Maura tragó saliva.

      —Necesito que me hagas un favor, Jane. Te parecerá una locura.

      —Ponme a prueba.

      —Quiero que el laboratorio de criminología coteje mi ADN con el de ella. Maura oyó que, al otro lado de la línea, el segundo teléfono dejaba al fin de sonar.

      —Repítelo —dijo Rizzoli—, porque creo que no te he oído bien.

      —Quiero saber si mi ADN coincide con el de Anna Jessop.

      —Oye, reconozco que existe una gran semejanza...

      —Hay otra cosa.

      —¿De qué otra cosa estás hablando?

      —Ambas tenemos el mismo grupo sanguíneo. B positivo.

      —¿Y cuántas otras personas tienen el B positivo? —inquirió Rizzoli, con toda razón—. ¿Cuántos serán? ¿El diez por ciento de la población?

      —Y la fecha de nacimiento. Has dicho que nació el 25 de noviembre. Yo también, Jane.

      Esta confesión provocó un silencio repentino.

      —Está bien —dijo Rizzoli con voz queda—, has conseguido que se me ponga piel de gallina.

      —Entiendes adonde quiero ir a parar, ¿verdad? Todo en ella..., desde su apariencia, el tipo de sangre, la fecha de nacimiento... —Maura hizo una pausa—. Ella soy yo. Quiero saber de dónde procede. Quiero saber quién es esa mujer. Se produjo un largo silencio. Luego Rizzoli comentó:

      —Responder a esta pregunta va a ser mucho más complicado de lo que yo imaginaba.

      —¿Porqué?

      —Esta tarde nos llegó un informe de su tarjeta de crédito. Hemos descubierto que su MasterCard sólo tiene seis meses de antigüedad.

      —¿Y qué?

      —El permiso de conducir es de hace cuatro meses. La matrícula del coche se emitió hace tres meses.

      —¿Y qué pasa con su residencia? Tenía una dirección en Brighton, ¿no? Tienes que haber hablado con los vecinos.

      —Anoche, al final pudimos dar con su casera. Dijo que hace sólo tres meses que alquiló el piso a Anna Jessop. Nos dejó entrar en el apartamento.

      —Está vacío, Doc. Ni un solo mueble, ni una sartén, ni un cepillo de dientes. Alguien pagó la televisión por cable y una línea de teléfono, pero nadie vivía allí.

      —¿Y los vecinos?

      —Nunca la han visto. La llamaban «el fantasma».

      —Tiene que existir alguna dirección anterior. Otra cuenta bancaria...

      —Los buscamos. No hemos podido encontrar nada de esta mujer que remita a una fecha anterior.

      —¿Y eso qué significa?

      —Significa... —dijo Rizzoli— que hasta hace seis meses Anna Jessop no existía.

      Capítulo 4

      Cuando Rizzoli entró en J. P. Doyle’s encontró a los sospechosos habituales en torno a la barra. La mayoría eran policías que intercambiaban las batallitas del día frente a una cerveza y cacahuetes. Situado justo en la calle donde estaba la subcomisaría de policía de Jamaica Plain, Doyle’s era con toda probabilidad el bar más seguro de Boston. Si alguien llegara a hacer un movimiento en falso, una docena de polis saltarían sobre él como una horda de patriotas de Nueva Inglaterra. La detective conocía a aquellos parroquianos, y todos la conocían a ella. Se apartaron para dejar paso a la señora embarazada, y Rizzoli descubrió algunas sonrisas mientras avanzaba entre la gente. Su vientre abría la marcha como la proa de un barco.

      —¡Jesús, Rizzoli! —le gritó alguien—. ¿Has engordado o qué?

      —Sí —contestó riendo—. Pero, a diferencia de ti, en agosto ya habré adelgazado.

      Se dirigió hacia los detectives Vann y Dunleavy, que la saludaron desde el fondo del bar. Sam y Frodo, así llamaban todos a la pareja. El Hobbit gordo y el Hobbit flaco, compañeros desde hacía tanto tiempo que actuaban como un viejo matrimonio y, con toda probabilidad, pasaban más tiempo el uno con el otro que con sus respectivas esposas. Raras veces Rizzoli los veía por separado, e imaginaba que era sólo cuestión de tiempo antes de que empezaran a vestirse con trajes que hicieran juego.

      Le sonrieron y la saludaron con pintas de Guinness СКАЧАТЬ