Handel en Londres. Jane Glover
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Название: Handel en Londres

Автор: Jane Glover

Издательство: Bookwire

Жанр: Изобразительное искусство, фотография

Серия: Musicalia Scherzo

isbn: 9788491143420

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      Allí entro yo a menudo (pero con calzado más limpio)

      pues Burlington es amado por todas las musas.

      28 Deutsch, p. 70.

      29 Citado en Anne Somerset, Queen Anne, p. 505.

      30 Ibid., p. 510.

      31 Ibid., p. 531.

      4

      [Judas Maccabaeus]

      HANNOVER EN LONDRES

      El solemne momento en el cual la Casa de Estuardo dejó de gobernar en Gran Bretaña se vivió con poca tristeza. El ataúd de la reina Ana, que sus súbditos consideraron «aún más grande que el del príncipe... que era conocido por ser un hombre muy gordo y voluminoso»1, permaneció en la capilla ardiente en el palacio de Westminster durante algunos días. El 24 de agosto de 1714 fue enterrado en la capilla de Enrique VII de la abadía de Westminster, junto al de su marido y al lado de los de sus hijos. Inmediatamente después de la muerte de la reina Estuardo, el hannoveriano Jorge Luis fue proclamado como rey británico bajo el nombre de Jorge I, con escaso entusiasmo. Inglaterra esperaba con inquietud el pronosticado levantamiento jacobita: los puertos se cerraron y se prepararon las defensas. Pero no pasó nada. En Francia, Luis XIV reconoció oficialmente a Jacobo Estuardo como rey de Inglaterra, pero se distanció de su causa, negándole todo tipo de apoyo financiero e incluso una audiencia, cuando el pretendiente viajó a París para sondearlo. Jacobo regresó a su retiro en el Ducado de Lorena sin otra opción por el momento que permanecer a la espera. Mientras tanto, los duques de Marlborough regresaron desde su autoexilio europeo a Londres, donde, con poca sensibilidad hacia el estado de ánimo general, escenificaron un regreso triunfal a casa y aguardaron la llegada del nuevo régimen. Durante casi un mes se produjo una especie de estasis. Lord Bolingbroke, una de las personalidades más problemáticas en la última etapa de gobierno de la reina Ana, observó: «A buen seguro que jamás tuvo lugar una transición tan tranquila de un gobierno a otro»2.

      En Hannover había llegado el momento tan esperado, y el nuevo rey británico, ahora llamado Jorge tras anglicanizar su nombre, dio instrucciones detalladas a su familia y a sus funcionarios. Él mismo viajaría a Londres con su hijo Jorge Augusto, seguido en breve por su nuera Carolina, y sus tres nietas, Ana (de cinco años), Amelia (de tres) y Carolina (de un año). Su nieto Federico, que todavía tenía catorce años, permanecería en Hannover como representante de la familia, con su tío abuelo, Ernesto Augusto (el hermano menor de Jorge), in loco parentis, instruyendo al niño en las labores de gobierno. Jorge se llevaría consigo a sus consejeros más cercanos, el barón von Bernstorff, el barón von Bothmar y Jean de Robethon, un refugiado hugonote francés que había sido secretario de Guillerno III antes de viajar a Hannover y convertirse en secretario de Bernstorff. Estaba también el barón von Kielmannsegg, el diplomático hannoveriano que había conocido a Handel en Venecia en 1709 animándole a ir a Hannover, donde él mismo negoció las generosas condiciones laborales del músico. También él viajaría a Londres, junto con su esposa Sofía, cuya relación con el nuevo rey era excepcionalmente próxima. Mujer inteligente e ingeniosa, fue acusada por algunos de ser la hija ilegítima del padre de Jorge, y por tanto la propia hermanastra del nuevo rey. Tuviese o no fundamento tal sospecha, lo cierto es que era la amante de Jorge, como también lo fue una de las antiguas damas de honor de su madre, Ehrengard Melusine von der Schulenberg, quien le dio tres hijos. También ella acompañaría al nuevo rey a Londres. En lo que respecta a la propia esposa de Jorge, hacia la cual siguió mostrándose tan frío como implacable, permanecería cautiva en el castillo de Ahlden.

      Los dos siguientes monarcas británicos, padre e hijo, viajaron juntos a su nuevo reino a través de Holanda, donde poco después (retrasados por vientos en contra) abordaron un barco proporcionado por la Marina Real inglesa. Desembarcaron en Greenwich el 18 de septiembre, y fueron recibidos con pompa en el Palacio de Greenwich, con sus nuevas ampliaciones recientemente acabadas por Wren. Desde allí, desfilaron con similar ceremonia hasta Londres. Como observó con ironía esa gran dama inglesa de las letras que fue lady Mary Wortley Montagu, el nuevo rey llegó rodeado «de todos sus ministros y compañeros de juegos alemanes, hombres y mujeres»3. Jorge se instaló con su séquito en el palacio de St. James, e hizo disponer los apartamentos que estaban frente a los suyos para su hijo, a quien nombró príncipe de Gales. Agarrando entonces el toro político por los cuernos, despidió inmediatamente a Harley y a Bolingbroke, en quienes nunca había confiado (Harley sería encarcelado en la Torre de Londres durante dos años, mientras que Bolingbroke huyó a Francia, a la corte del pretendiente, Jacobo Estuardo). Por consejo de Bothmar, quien ya llevaba algún tiempo en Inglaterra, nombró a dos whigs que habían apoyado la sucesión hannoveriana, James, conde Stanhope, y Charles, vizconde Townshend, para dirigir su gobierno. También restituyó a su antiguo aliado militar, el duque de Marlborough, como comandante del ejército. La princesa Carolina llegó con sus hijas a principios de octubre, y el 20 de ese mes Jorge I fue coronado en la abadía de Westminster, acompañado de lo que para él resultó ser otra desconcertante exhibición de parafernalia ceremonial. Poco a poco, Londres se fue adaptando a esta nueva identidad. El Queen’s Theatre en Haymarket pasó a llamarse King’s Theatre, y cuando abrió su nueva temporada el 23 de octubre, tan solo tres días después de la coronación, los príncipes de Gales se encontraban entre el público.

      El poco fiable biógrafo de Handel, Mainwaring, incidiendo en su fantasiosa conjetura de que Handel había olvidado de algún modo su obligación de regresar a Hannover, daba ahora por sentado que la llegada a Londres de sus mecenas alemanes ponía al compositor en una situación embarazosa, y que «consciente de lo poco que merecía el favor de su ilustre mecenas..., no se atrevió a dejarse ver por la corte»4. En realidad, Handel no había caído en absoluto en desgracia. Su música fue interpretada inmediatamente. El 26 de septiembre, una semana después de que el rey se instalara, se interpretó en la capilla real un Te Deum de Handel (posiblemente el conocido como «Utrecht» Te Deum), y el 17 de octubre, entre la llegada de la princesa Carolina y sus hijas y la propia coronación, se interpretó otro. Conocido desde entonces como el «Caroline» Te Deum, esta segunda adaptación presentaba otro estupendo solo para el alto, Richard Elford, aquí en un diálogo musical con la flauta. Después de su inolvidable movimiento inicial en la «Oda de Cumpleaños» de la difunta reina del año anterior, Elford pudo disfrutar de una justa correspondencia, ya que ahora cantaba para una futura reina de Inglaterra. Por desgracia murió pocos días después, a la edad de treinta y ocho años. Pero los lazos de Handel con sus antiguos patronos se restablecieron completamente, y en especial con la generación más joven, aproximadamente de su misma edad (el príncipe y la princesa tenían treinta y un años; Handel, veintinueve), con quienes tan próximo había estado en Hannover. Además, el rey Jorge confirmó la prolongación de la generosa pensión real de Handel, establecida por la reina Ana.

       Rinaldo fue repuesta por tercera vez en el rebautizado King’s Theatre, y se produjo una sensación añadida a principios de 1715, cuando Nicolini regresó a Londres y volvió a asumir el papel titular. También Pilotti-Schiavonetti había regresado para cantar el papel de Armida. Los príncipes de Gales asistieron a una representación el 15 de enero, y su presencia contribuyó sin duda a que se llenara la sala. Sin la presencia real, a Rinaldo no le fue tan bien (el 29 de enero Colman informó de «una taquilla bastante magra esta noche»5), resucitando el viejo debate sobre la ópera en lengua extranjera. Para una nación inglesa con un rey alemán y la práctica de utilizar el francés como lengua de comunicación internacional, el italiano era sin duda el idioma menos apropiado para sus espectáculos. En el teatro Drury Lane, en marzo de 1715, dos de las más destacadas luminarias СКАЧАТЬ