Viejos rencores. Lilian Darcy
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Viejos rencores - Lilian Darcy страница 3

Название: Viejos rencores

Автор: Lilian Darcy

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Bianca

isbn: 9788413751061

isbn:

СКАЧАТЬ le había pedido y ella no había escuchado una sola palabra aunque había asentido dos veces con cortesía.

      En ese momento, procuró concentrarse.

      –¿Sí? ¿Quiénes son?

      –Bueno, el primero y más importante, Sharon Baron.

      –¿Quién?

      –Sharon Baron. Sus padres debieron creer que la rima hacía un nombre bonito y me ha dicho que tiene un hermano que se llama Caron, pero hasta ahora no he tenido la buena suerte de conocerle. Aunque veo a menudo a su hermana.

      Preston procedió a ejercitar su crueldad lingüística a expensas de sus futuros pacientes unos quince minutos más, pero ella se lo había buscado, así que no podía quejarse.

      Mientras tomaba el café y saboreaba la deliciosa tarta de caramelo, no podía dejar de pensar en el hecho incongruente de que Luke Wilde se hubiera hecho doctor.

      Cuando Preston terminó su resumen, Francesca frunció el ceño y comentó con el tono más casual que pudo:

      –Me dijiste que no había mucha competencia porque Luke…, el doctor Wilde era muy impopular. ¿Por… por qué exactamente?

      –¡Oh! –Preston se encogió de hombros–. Tú misma lo has dicho. Por su juventud salvaje. La gente no olvida. Los rumores son bastante desagradables. Y si el viejo doctor Wilde perdió su licencia por negligencia, eso no lo he oído. ¡Es jugoso de verdad! Me pregunto qué haría. En cuanto al caso de Luke, drogas, por supuesto. Siempre que alguien es impopular aparecen rumores de drogas, que cubre su adición con recetas falsas, ya sabes ese tipo de cosas… Quizá en este caso sea cierto.

      –Yo… lo dudo –respondió ella sintiéndose un poco decepcionada y hasta horrorizada ante la idea.

      ¿Es que todavía después de tantos años se tomaba de forma personal no haberlo reformado como en sus tontas fantasías adolescentes?

      Pero no, no podía reírse de eso. El que un doctor tomara drogas era un asunto muy serio. Luke había sido salvaje, pero no, seguramente no del tipo de los que abusaran de su profesión de tal manera.

      Siguió hablando con cuidado de mantener un tono neutral:

      –¿No será que has hablado con la gente equivocada?

      –Quizá –su colega se encogió de hombros. No parecía interesarle aquel rumor en concreto–. Debo decir que en las dos ocasiones que nos hemos visto, no he observado ningún síntoma de nada.

      –Bueno, debo llamar o pasarme para ponerme en contacto con él –murmuró en voz alta–. Parece que hubo una cierta rivalidad entre papá y el viejo señor Wilde hace veinte años, pero ahora es una tontería. Hay suficiente sitio en la ciudad para dos médicos. Deberíamos ser amigos… o amistosos colegas, al menos. Estoy segura de que ese asunto de drogas…

      –¡Oh, sin duda! ¡Todo se exagera en un pueblo pequeño como este! No me gustaría saber lo que cuentan de mí –Preston había terminado el café y se removía inquieto–. Ahora, si no te importa, quiero irme a Nueva York esta tarde. Empezaré en una bonita consulta de dermatología de Manhattan el lunes y tengo que ponerme al tanto de la consulta.

      –Claro –asistió ella.

      Francesca veía que él ya miraba hacia el futuro borrando de su vida a Darrensberg y a sus ciudadanos.

      Aquel tiempo le había dado tres meses de empleo entre dos trabajos de verdad, así como un poco de diversión, pero eso era todo.

      Y no es que pudiera culparle por sentir aquello. En su puesto de interino, nadie se involucraría seriamente. Darrensberg contenía su futuro profesional, no el de él. Y evidentemente contenía el futuro profesional de Luke Wilde también. Seguía encontrándolo difícil de creer.

      La consulta del viejo doctor Wilde y su residencia estaban a sólo media manzana de la consulta Brady, pero la de su padre estaba más cerca del centro del pueblo, así que Francesca y Preston no tuvieron que pasar por delante al volver del restaurante. La gran casa victoriana de los Wilde estaba un poco apartada de la calle también, así que aunque miró de soslayo no pudo ver nada.

      –La única cosa que te envidio –dijo Preston al avanzar a lo largo del costado de la casa hasta la entrada de la consulta–, es esta casa. Yo estaré viviendo en un apartamento de una sola habitación de Manhattan desde esta misma noche.

      –Sí, siempre me ha encantado.

      Como la casa de los Wilde, la suya era una mansión imponente del siglo pasado cuando la madera de los magníficos bosques que cubrían las montañas Adirondach, habían hecho al pueblo próspero.

      En la actualidad, Darrensberg era menos próspero, pero mucho más habitable y el dinero provenía del turismo: esquí en invierno y naturaleza y deportes acuáticos en el río Hudson y los numerosos lagos de la región en verano.

      La mayoría de los edificios victorianos se conservaban en pie. Algunos habían sido reconvertidos en hostales y restaurantes, como el de los Gables donde acababan de comer, pero otros seguían teniendo negocios como el de su casa y por desgracia, unos cuantos, estaban a punto de desmoronarse cualquier día.

      De todas aquellas casas, la casa Brady era la favorita de Francesca, en parte porque era la suya y en parte porque sus padres la habían conservado muy bien con el transcurso de los años.

      El otoño anterior, antes del infarto de su padre, había mandado pintar toda la casa con los últimos colores de diseño, había actualizado la caldera y había remodelado por completo la cocina, lijado los suelos y reparado un par de puntos débiles del precioso tejado de pizarra. Aparentemente había habido problemas: el primer contratista se había arruinado y no había terminado el trabajo ya pagado y su padre se había sentido obligado a supervisar al segundo contratista con extremo cuidado.

      –Lo que fue demasiado para él –había comentado su madre en el hospital–. Quizá si no hubiera tenido todo ese estrés, el corazón le hubiera aguantado. Y simplemente fue incapaz de delegar. Ya lo conoces. No puede creer que los demás sean competentes y honrados a la vez y cuando pasa algo como lo de ese horrible hombre de la cocina, encima se lo confirma.

      Las manos temblorosas de su madre se habían extendido con impotencia y Francesca se había temido por la salud de su padre tanto como por la de ella.

      –¡No le dejes preocuparse por la consulta, Francesca! –había rogado la señora Brady–. Si empieza a hablar de ello, córtale. Dile que ya está todo solucionado. Y recuérdale que ahora estás más cualificada tú de lo que está él.

      Y lo había tenido que hacer. Durante los pasados meses había tenido montones de llamadas desde Florida, donde sus padres habían fijado su residencia permanente en el apartamento de vacaciones. Había sido una etapa difícil y ahora que había conocido al doctor Stock comprendía que su padre había tomado las decisiones bajo las peores circunstancias.

      «Debería haber buscado yo misma al suplente», pensó arrepentida.

      Preston y ella llegaron a la entrada de la sala de espera al mismo tiempo y los dos se quedaron indecisos. Francesca ganó y eso le pareció significativo. ¡Aquel era el momento en que definitivamente se había hecho cargo!

      Preston hojeó el cuaderno de citas СКАЧАТЬ