Corazón al desnudo. Patricia Thayer
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Corazón al desnudo - Patricia Thayer страница 3

Название: Corazón al desnudo

Автор: Patricia Thayer

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Julia

isbn: 9788413488684

isbn:

СКАЧАТЬ se puso nerviosa y miró hacia otro lado.

      —Como le dije por teléfono, tengo intención de convertir Stewart Manor en un hostal.

      Rafe dio un fuerte silbido.

      —Ya le expliqué que eso llevará mucho trabajo. Y dinero.

      —No me da miedo trabajar, señor Covelli —dijo ella—. Pero si no puede hacerse cargo del trabajo…

      —No he dicho que no pueda hacerme cargo del trabajo —salió del porche y miró la fachada alumbrada por el sol de agosto. Comenzó a calcular qué cosas necesitaban atención inmediata. Era necesario reparar los aleros de la planta superior, la madera estaba deteriorada por el tiempo y en algunos puntos comenzaba a pudrirse. Esa era la especialidad de Rick, quizá podría llevar allí a su hermano para que hiciera ese trabajo. El tejado estaba en malas condiciones y había que cambiarlo. Por tanto, habría goteras en el interior.

      Miró a la mujer.

      —¿De cuánto tiempo y dinero dispone, señora Harris?

      —De eso quería hablar con usted.

      Por la expresión de su cara, él supo que tendría problemas. Maldita sea. Había visto esa expresión tantas veces en la cara de su hermana. Era algo serio. Ocurría algo y él no estaba seguro de querer saber qué era.

      —De acuerdo, dígamelo.

      Ella tensó los músculos de la espalda.

      —Me he gastado la mayor parte del dinero en comprar esta casa. Hasta dentro de un mes no tendré más. En este momento tengo que ser comedida, así que pensé que quizá podríamos llegar a un trato.

      Rafe sabía que debía darse la vuelta, subir al camión y marcharse. Ya tenía bastantes problemas como para perder el tiempo. Pero había algo que hizo que se quedara quieto. Quizá tenía curiosidad por averiguar por qué una mujer soltera quería comprar esa casa y convertirla en un hostal. Y el brillo nostálgico de la mirada de ella lo hizo preguntar:

      —¿Cuáles son sus planes?

      Shelby se puso al sol y apareció el reflejo cobrizo de sus cabellos castaños.

      —Como es un edificio histórico, la reparación de la fachada la cubre el presupuesto del estado.

      Rafe asintió.

      —Ya nos estamos encargando de ello.

      —Sí, les he visto trabajar por el pueblo. Son muy buenos. Pero también necesito que echen un vistazo al tejado y a las habitaciones de la parte de delante. Que me hagan un presupuesto de cuánto costaría arreglarlo —ella dudo un instante y respiró hondo—, poquito a poco. Lo más necesario. Lo justo para que pueda abrir el negocio.

      Rafe contuvo una sonrisa.

      —Haven Springs no es un lugar turístico.

      —Pero en verano hay gente que pasa de camino al lago, y en otoño la gente viene a ver el color de los árboles. Haré publicidad, hay gente a quien le gusta hospedarse en casas históricas. Al cabo de unos meses podré continuar con la restauración de Stewart Manor.

      Otra vez esa actitud testaruda. Ella frunció los labios y él sintió que su estómago se encogía. Maldita.

      —Echemos un vistazo —él regresó al porche y se acercó a la puerta de roble que tenía un cristal ovalado en el centro. La abrió y entró a un gran recibidor. De pie sobre el suelo de madera sintió el frescor de la penumbra. Del techo colgaba una gran lámpara de araña. Había una escalera para subir a las plantas superiores, faltaban algunos peldaños y en el pasamanos algunos barrotes.

      —Será mejor que no se acerque a la escalera hasta que la haya revisado entera —dijo él. Torció a la izquierda y se metió en la sala.

      Shelby observó como el arrogante señor Covelli se desplazaba por la casa. Así que pensaba que ella no era de gran ayuda. Que tenía que advertirla acerca del peligro evidente. En fin, tenía algo que decirle. Había pasado toda su vida cuidando de sí misma y podía seguir haciéndolo.

      Se acercó donde estaba él y vio que estaba comprobando el estado de los cercos de las ventanas y de los zócalos de madera tallada. Se agachó para mirarlos de cerca. Ella no pudo evitar fijarse en la curva de su trasero y en los musculosos muslos que resaltaban bajo los vaqueros usados. Después se fijó en su espalda fuerte y en sus anchos hombros. Sintió un escalofrío. Levantó la vista y lo miró a la cara. Él estaba muy concentrado. Su tez morena daba indicios de su descendencia italiana y de que trabajaba al aire libre.

      Él tenía los ojos de color chocolate y su mirada era hipnotizadora. Su pelo era negro carbón y lo llevaba muy corto en la zona de las orejas. Se quitó la gorra, el resto del cabello estaba perfectamente peinado. En cierto modo, ella ya sabía cómo era la vida de Rafe Covelli. Todo ordenado e impecable. Blanco o negro.

      Todo lo contrario a ella.

      Ella dudaba de que él aceptara trabajar en su idea. Hasta a Shelby comenzaba a parecerle una locura.

      —Bueno, señora Harris —dijo él poniéndose en pie—, tengo malas noticias. Hay una gotera junto a estas ventanas —señaló la zona.

      Shelby no apartó la vista de las manos de él. Unas manos grandes que esculpían la madera. No pudo evitar preguntarse cómo serían las caricias de esas manos en su piel… Controló sus pensamientos y prestó atención a lo que él estaba diciendo.

      —Primero he de subir al ático y encontrar las goteras, después hay que reemplazar los cercos y reponer el yeso —se apoyó en el suelo con una rodilla—. ¿Ve esta humedad? Viene de detrás de los zócalos. La madera está combada, así que también tendré que cambiarla —se puso en pie y caminó hasta el recibidor. Ella lo siguió—. En las escaleras hay que cambiar los peldaños y los barrotes de la barandilla. Todo en roble de la mejor calidad —continuó andando hasta que llegó al salón.

      Esa era la habitación en la que se había instalado Shelby. Había lavado y colgado las cortinas, metido algunos muebles, un sofá, una silla, una televisión y una estantería. Junto a la pared había una mesa y un ordenador. Desde que llegó a la casa, tres días atrás, solo había utilizado esa y otra habitación, la de servicio, que estaba junto a la cocina y que tenía un dormitorio y un baño.

      Rafe se acercó a la chimenea de piedra y miró la repisa de madera tallada. Ella contuvo la respiración al ver que él se fijaba en las fotografías que había colocado sobre la repisa.

      Él la miró.

      —¿La familia? —preguntó.

      Shelby dudó y contestó.

      —Sí.

      Él sonrió.

      —Pensaba que nadie tenía más familia que yo.

      Miró las fotos y ella sintió un poco de envidia. Como la mayoría de la gente, Rafe Covelli apreciaba a sus familiares. «Hay otros que no tenemos una familia de verdad», pensó ella e intentó desprenderse del sentimiento de soledad.

      —¿Tiene mucha familia, señor Covelli?

      Él СКАЧАТЬ