Las almas rotas. Patricia Gibney
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Название: Las almas rotas

Автор: Patricia Gibney

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Lottie Parker

isbn: 9788418216077

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СКАЧАТЬ Eres un niño malo y, si no paras, te quedarás fuera bajo la lluvia. Ya sabes que hay gente malvada, y esa gente viene a llevarse a los niños que se portan mal. ¿Quieres que te pase a ti?

       El pequeño sorbió, contuvo las lágrimas y se mordió el labio; aún tenía el caramelo pegado en el diente.

       —Te he hecho una pregunta, contéstame. —Otro golpe de regla, esta vez sobre el pupitre.

       —No. —Sacudió la cabeza vigorosamente. No quería sentir la regla en la mano de nuevo o en ninguna otra parte. Sería un niño bueno.

       —Tira ese papel en la papelera y abre el silabario.

       El pequeño no tenía ni idea de cuál era su silabario.

       —¡Ven aquí!

       Mientras avanzaba hacia el frente de la clase, trató sin éxito de despegarse el papel del caramelo de la mano.

       —Está pegado. —Con el trozo de papel adherido a sus dedos palpitantes, miró a la profesora.

       Una vez más, la regla cayó con fuerza sobre su mano.

       —Vuelve a tu silla.

       Su primer día de colegio era incluso peor que la vida en casa. Mientras regresaba al pupitre, sintió que algo cálido le goteaba por la pierna y se encharcaba en su calcetín blanco. Sin duda, la regla volvería a visitarlo muchas veces, hoy y en los días venideros. No quería quedarse allí a esperarla. Pero ¿dónde más podía ir?

       Se pasó la mañana sentado sobre los pantalones mojados; ni siquiera salió al patio cuando los demás niños se marcharon al recreo. Permaneció en el pupitre, abrió la fiambrera y mordisqueó el plátano maduro. La profesora estaba en su escritorio a la cabeza del aula; sus ojos parpadeaban con cada movimiento de la mandíbula del pequeño.

       —Ven aquí —ordenó cuando regresaron los demás.

       El niño levantó la vista con temor; el plátano se le atascó en la garganta.

       No quería sentir de nuevo la madera de la regla, así que dejó la fruta y fue hacia la profesora. Cuando llegó al escritorio, tan alto que casi no veía por encima del borde, la mujer se inclinó hacia delante y lo agarró del pelo. El pequeño chilló al ver las largas tijeras que tenía en la mano.

       —Tienes el pelo demasiado largo, casi no ves nada. Necesitas un corte.

       Intentó decir que no, pero las palabras se le pegaron al paladar como el caramelo a los dedos. Le encantaba su pelo, largo hasta los hombros. Le recordaba a la foto de su madre. Tenían la misma melena.

       La profesora agitó las tijeras frente a él antes de tirarle del flequillo. Lo miró triunfante mientras sostenía un mechón de pelo en la mano.

       —Ahora puedo ver tu horrible carita.

       En silencio, el pequeño deseó que el día llegara a su fin.

Noviembre

      ¿Existe un buen día para morir?

      En silencio, el hombre respondió que no a su propia pregunta. El cielo tenía un color azul grisáceo. Tenebroso. Las nubes en el horizonte advertían que se acercaba un chaparrón. Aparte de eso, el día no estaba mal.

      Se movió lentamente y avanzó por el bosque que bordeaba la carretera que, a su vez, rodeaba el lago. Quería ver el agua antes de hacer lo que tenía que hacer. Era tarde, casi de noche, y estaba seguro de que los pescadores se habrían marchado. No es que en noviembre hubiera mucho que pescar, pensó con ironía.

      El follaje del suelo del bosque era verde, frondoso y oloroso. Sobre su cabeza, las ramas estaban desnudas. Bajo sus pies, crujían ramitas rotas y helechos. ¿Había pasado alguien por ese mismo camino hacía poco? Su cerebro estaba abarrotado de tantas preguntas sin respuesta que parecía una burbuja a la espera de que la pincharan. Además, sabía que no había nadie en el mundo a quien le importase; nadie que de verdad se preocupara por él. Estaba completamente solo; desolado como las ramas, en paz consigo mismo. Casi.

      Una rama nudosa se le enredó en el pelo mientras se adentraba aún más en el denso bosque, hacia una zona más oscura y húmeda. Se detuvo y escuchó los sonidos de los animales invisibles que se escabullían entre la hierba alta. «Ya no tengo miedo —pensó—. Ya no tengo miedo a nada».

      Se agachó y se abrió paso entre espinas y zarzas, prácticamente a gatas. El ruido del agua llegó a sus oídos. El graznido de los cisnes cortó el aire.

      Se detuvo una vez más y prestó atención. Siguió el sonido.

      Llegó a un claro y encontró la fuente del agua. No era el lago, sino un montón de piedras de entre las que brotaba agua fresca por una grieta. El hombre se inclinó hacia delante, tomó un trago y se deleitó con el sabor. Tomó una decisión. Iba a luchar.

      Fue entonces cuando escuchó otro sonido.

      Al girar la cabeza, una mano le tapó la boca y otra le apretó la garganta con fuerza. Su último pensamiento fue: «Es un buen día para morir».

Diciembre

      1

       Miércoles

      En diciembre, Ragmullin se descubría como un lugar hermoso. Desde la distancia.

      Lottie contemplaba el cielo de la madrugada al otro lado de la ventana. Ni una pizca de azul, solo gris. Incluso la nieve parecía plomiza. El muñeco de nieve que su hijo Sean había hecho para su nieto Louis, de quince meses, estaba en el jardín, duro como una roca.

      Era demasiado temprano para ir a trabajar. Se obligó a llenar la lavadora y el lavavajillas. Fue hasta el recibidor y se detuvo a escuchar al pie de la escalera. No se oía ningún ruido en el piso de arriba, así que regresó a la cocina y encendió el hervidor.

      Esos días prefería un té al café. Un exceso de cafeína la ponía nerviosa. Mientras esperaba a que el agua hirviera, dobló distraída una pila de ropa limpia y la separó en tres montones para sus tres hijos. Las chicas ya eran oficialmente adultas. Habían celebrado el decimoctavo cumpleaños de Chloe hacía unas semanas. Katie, que tenía veintiún años, y Sean, de quince, habían organizado la fiesta. Sean ya era más alto que Lottie y poseía los mismos ojos de ese azul deslumbrante que había tenido su padre. Por un momento, Lottie se vio catapultada a la época anterior a la muerte de Adam, cinco años atrás. Cáncer. Demasiado joven, demasiado rápido. Demasiado difícil de creer. Demasiado tiempo llorándolo hasta que Mark Boyd le había pedido que se casara con él. Titubeó durante un tiempo, sin estar segura de qué hacer, pero sabía que lo amaba. La noche de la fiesta de Chloe le había dicho que sí, aunque aún tenían que concretar los detalles, como fijar una fecha y contárselo a la gente. De momento, era su secreto. Decisión de Lottie.

      El hervidor silbó. La inspectora cogió una taza y metió una rebanada de pan caducado СКАЧАТЬ