E-Pack HQN Victoria Dahl 1. Victoria Dahl
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Название: E-Pack HQN Victoria Dahl 1

Автор: Victoria Dahl

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Pack

isbn: 9788413756462

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СКАЧАТЬ el timbre de la puerta, y Molly dio un respingo. El auricular se le calló al suelo del susto.

      —¡Ya va! —gritó, y tomó un cuenco de dulces por el camino. Los niños de aquel pueblo no tenían demasiadas casas que visitar, así que ella había llenado un cuenco de caramelos y paquetes de chicles, y todos sus visitantes se lo habían agradecido, hasta el momento, con grititos de alegría.

      —¡Truco o trato! —le gritó una niñita desde detrás de su bufanda, mientras su madre la saludaba desde el final de las escaleras.

      Molly sonrió a la niña, que llevaba una parka gruesa, unas mallas blancas, un tutú rosa que sobresalía por debajo de la parka y una coronita sobre el gorro de punto.

      —¡Vaya, qué princesa tan guapa! —le dijo Molly, mientras metía una chocolatina en la bolsa de la niña. A la pequeña se le abrieron mucho los ojos. «Oh, sí», pensó Molly, «soy como una estrella de rock en este pueblo»—. Todas las princesas se merecen chocolate.

      Los enormes ojos brillaron, y a Molly se le hinchó el corazón. Adoraba a aquella pequeña…

      —¡No soy una princesa!

      Oooh. Eso no parecía un grito de deleite.

      —¡Oh! Lo siento, yo…

      A la niña comenzaron a caérsele unas lágrimas enormes sobre la bufanda. Molly miró con desesperación a su madre, pero ella seguía abajo, encogiéndose.

      —¡No soy una princesa! —gritó la niña, agitando una varita que previamente llevaba escondida—. ¡Soy un hada! ¡Un hada!

      La madre subió para tomarla de la mano.

      —Kaelin, vamos, cariño…

      —¡No quiero llevar el abrigo! ¡Nadie me ve las alas! —gritó, y se dejó caer al suelo sollozando, rodeada de nylon impermeable—. ¡Te dije que nadie me veía las alas!

      —Oh, por el amor de Dios —murmuró la madre, mientras tomaba en brazos a la niña.

      —Lo siento —susurró Molly con horror.

      La niña se retorció y volvió a gritar que era un hada, antes de que su madre se la llevara.

      Molly no se extrañó de que Ben apareciera precisamente en aquel instante. Salió de su furgoneta justo cuando la madre estaba dándole un sermón a la niña en el césped delantero. Él se les acercó y esperó a que la niña dejara de llorar y lo mirara.

      —Feliz Halloween, Jefe Lawson —dijo con tristeza.

      —Feliz Halloween, Kaelin. Nunca había visto un hada tan guapa. Parece que acabas de salir de un palacio de nieve mágico.

      —¿De verdad? —susurró la niña con reverencia—. ¿De verdad?

      —Los oficiales de policía no mienten —dijo él; se sacó un paquete de caramelos del bolsillo y se lo puso en la bolsa a la niña. Ella sonrió como si acabara de darle unos diamantes.

      —Gracias, Jefe —balbuceó la madre llena de agradecimiento, y después se llevó a la niña a la casa siguiente.

      Ben sonrió a medias, con arrogancia.

      —¿Haciendo llorar a los niños en Halloween, Moll? ¿Eso es algo que aprendiste en la gran ciudad?

      —¿Cómo demonios has sabido que era un hada?

      —Por la varita.

      A Molly se le hundieron los hombros.

      —Yo no había visto la endemoniada varita.

      —No es culpa tuya. Yo estoy entrenado para fijarme en los detalles.

      —Creo que me gustabas más cuando eras tímido.

      La media sonrisa se transformó en una sonrisa resplandeciente, y Molly se quedó sin respiración. Sus siguientes palabras, sin embargo, le causaron una gran ansiedad.

      —Hablando de detalles, este paquete estaba encima de tu buzón. Es de Cameron Kasten. ¿Es el tipo que no es un exnovio?

      —Sí —dijo ella, preguntándose qué demonios significaba aquello. Aunque él le tendió el paquete, ella se limitó a mirarlo fijamente.

      Ben lo miró también, y después volvió a mirarla a ella, con el ceño fruncido.

      —¿Vas a decirme qué pasa?

      —No —respondió Molly.

      Recuperó la compostura, tomó la caja y entró al calor de su casa. Ben la siguió. Oh, claro, ahora sí quería entrar.

      Molly arrojó la caja a una mesa y se dirigió hacia la cocina.

      —¿Te apetece un trozo de tarta de manzana casera?

      —¿Quién la ha hecho?

      —Yo.

      —¿Tú? ¿Qué te ha pasado?

      —¡Café! —exclamó Molly, y con solo decir aquella palabra, se animó—. ¡Me ha llegado el café! —dijo, y señaló un paquete abierto de FedEx.

      —Ya veo.

      Siguió la mirada de Ben, que a su vez, seguía un rastro de granos de café que había por el suelo y por la encimera.

      —Lo siento, estaba muy emocionada. ¿Quieres un café con leche? He puesto a funcionar mi máquina de café de chica de ciudad.

      Él ladeó la cabeza como si estuviera pensando en algo. Unos segundos después, sus hombros perdieron la rigidez.

      —Tú tienes café y tarta. Yo tengo un tupperware de chili en la furgoneta. Esto parece una cena.

      —¿Una cena? ¡Esto es una cita!

      Pero Ben ya estaba negando con la cabeza.

      —No. Sería una cita de verdad si yo te llevara en coche hasta mi cabaña, donde cenaríamos en frente de la chimenea. Vino. Postre. Y después, tal vez diéramos un paseo hasta los manantiales de agua caliente que hay al borde de mi parcela. Yo te desnudaría y te metería en uno de ellos. Y entonces, Molly, haríamos el amor en la parte más caliente del agua mientras los copos de nieve se deshacían en tu piel. No nos importaría el frío. No nos importaría nada más que conseguir más y más el uno del otro. Eso sería una cita.

      Dios Santo, sí lo sería.

      Él continuó.

      —Sin embargo, no estamos saliendo porque tú te niegas a decirme nada sobre ti misma. Así que vamos a comer chili y tarta en la cocina, y eso es todo.

      —¿Eso es todo? —susurró ella.

      Él alzó las manos con arrepentimiento.

      —¿Ese Cameron Kasten es alguien con quien trabajas?

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